Bajo la bota de Octavio Paz: Elena Garro, la pionera del realismo mágico repudiada por el canon, sale del olvido
Atravesada por la relación de cruel dominio que ejerció el escritor Octavio Paz sobre ella y marcada por la represión política de México, su país, el canon literario, nunca encumbró a esta pionera del realismo mágico. Casi 30 años después de su muerte, sus tres obras más importantes se reeditan en España. Repasamos su historia y hablamos con la investigadora que la salvó del olvido
La primera vez que Elena Garro estuvo en España fue en 1937, cuando viajó junto a Octavio Paz a la Valencia sitiada por las bombas fascistas para asistir al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura: Hacia las tres de la tarde llegamos a Valencia. Hacía mucho calor, y nos llevaron a un casino en la plaza, en donde Juan Negrín ofrecía una paella a los intelectuales, escribió una jovencísima Garro en Memorias de España 1937. Volvería a la tierra paterna acompañada de su hija, en el 74, en uno de sus tantos exilios. En Madrid pasó siete años de hambre y soledad, una época muy parecida a la de sus últimos años de vida, que pasaría en México, en un pequeño apartamento de Cuernavaca, donde acompañada de Helena y rodeada de sus gatos murió en 1998. Con ella desapareció una de las mejores escritoras de habla hispana del siglo XX. Fue periodista, dramaturga, poeta, narradora y guionista. Y su vida estuvo siempre atravesada por la relación de cruel dominio que ejerció el escritor Octavio Paz sobre ella desde 1937, el año en que el poeta la fue a buscar a la universidad, negándole la posibilidad de entrar a un examen, para que se casaran de inmediato, por sorpresa. Cuenta su biógrafa, Patricia Rosas Lopátegui que, después de aquella boda inesperada, la joven de apenas veinte años no sabía siquiera cómo dar la noticia a sus padres ya que, durante su noviazgo —iniciado por la insistencia de él—, Elena llegó a rogar a su padre que la llevara a un convento. Don José Antonio Garro Melendreras se oponía a dicha relación al percatarse del carácter narcisista y autoritario del novio. Pero estas vicisitudes no fueron más que un triste augurio de lo que serían las décadas posteriores, tanto para Elena Garro como para Helena —con hache— Paz Garro, la hija de ambos.
La convulsa vida de la autora se vio también dañada por la represión política del gobierno mexicano: “Desde finales de 1956, Elena Garro se convirtió en una figura incómoda para el régimen, debido a su activismo social en defensa de los campesinos despojados de sus tierras”, escribió la profesora Rosas Lopátegui. Pero no fue hasta la masacre de los estudiantes de Tlatelolco (1968), auspiciada por el presidente Gustavo Díaz Ordaz, cuando se comenzó a gestar el relato incriminador y falaz sobre la escritora, que la acusaba de haber organizado un “complot comunista, en el seno del movimiento estudiantil, para derrocar al gobierno”. En palabras de su biógrafa, “a Elena la ‘asesinaron’” mediante la leyenda negra”.
Garro se amarraba a la escritura como a los despojos de madera que flotan tras un naufragio. Y, a tenor de los baúles en los que fue sepultando sus obras, cual estratos de tiempo, durante la odisea permanente en que se convirtió su vida, es verosímil pensar que no dejó de escribir nunca. Es por eso que, para ubicar en el tiempo y el espacio la mayoría de sus obras, se debe hacer referencia a diferentes fechas y lugares: “Retomaba los manuscritos en diversas épocas y los ampliaba o volvía a trabajar. Esto formó parte de su proceso creativo, pues al no poder publicar sus novelas, cuentos, piezas teatrales, memorias o poemas, permanecían encerrados en baúles, y con frecuencia, cambiaban de género literario”, explica Rosas. Por ejemplo, comenzó a escribir Inés entre el 61 y 62 en París, la retomó más de 10 años más tarde en Madrid, y luego de nuevo en París, en 1982, y fue entonces cuando pasó de ser cuento a convertirse en novela.
Sin embargo, hay algo que permanece inalterable a lo largo de toda su producción literaria y es su vocación autobiográfica: “Lo que no es vivencia es academia”, decía Garro, admiradora de Ortega y Gasset. Su obra, por tanto, se puede concebir como un virtual grito, como una pintura en la que dibuja escenas reales para ahormar una composición inventada, como el registro de la violencia de género que no podía denunciar en comisaría, como el espacio seguro en el que podía narrar lo inenarrable. De hecho, su vocación de cronista que ejerce la denuncia social se hace patente la primera vez que su nombre aparece publicado. En 1941, con tan solo 24 años, escribe un reportaje para la revista Así titulado Mujeres perdidas, fruto de una investigación para la cual no vaciló en ingresar durante 10 días como periodista encubierta en una Casa de Orientación para Mujeres de Coyoacán, lo que venía a ser un presidio femenino. Trabajo que no solo le dio notoriedad sino por el que consiguió que cesaran a la directora del penal y mejoraran las condiciones de las internas. Otro ejemplo de escritura a partir de la realidad es la novela Inés, que será publicada en España en febrero por la editorial Espinas. Sobre ella dijo en una entrevista de 1995: “Yo quería salvar a Inés, pero como no me dejaron, pensé en escribir. De haberlo hecho antes, tal vez me hubieran dado una cuchillada”.
Patricia Rosas Lopátegui, la investigadora que salvó a Elena Garro de la leyenda negra y el olvido editorial
Si contamos con toda esta profusa información sobre la vida de la autora mexicana es gracias a una mujer que quedó hechizada por su escritura después de leer en la universidad una versión fotocopiada de Los recuerdos del porvenir, la obra culmen de Garro, escrita entre 1951-1953 y publicada en 1963, que abrió la senda de lo que se vino a denominar “realismo mágico” —etiqueta de la que, por cierto, renegaba la autora mexicana por considerar que lo que ella escribía no había surgido de la nada, sino que partía de la cosmovisión de los pueblos originarios con quienes ella tanto había compartido en Iguala, Guerrero—. Sin apenas medios, aquella estudiante de Letras Españolas se conjuró para algún día sacar a la luz la vida y obra de Elena Garro, de la que, en los años ochenta, tan poca verdad se sabía.
La doctora Rosas Lopátegui nació en Tuxpan, Veracruz, en 1954. Ensayista e investigadora, en la actualidad es profesora de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Nuevo México, Estados Unidos, y ha escrito más de una veintena de libros acerca de la vida y obra de Elena Garro entre los cuales se encuentran Elena Garro sin censura, Diálogos con Elena Garro o El asesinato de Elena Garro.
Pregunta. ¿Cómo fue su primer acercamiento a ella?
Respuesta. En 1977 yo estaba en el tercer año de la carrera cuando tomé un seminario de literatura mexicana contemporánea y tuve la gran fortuna de tener a una maestra muy joven, recién egresada, que había leído Los recuerdos del porvenir. En esa época no se sabía nada de Elena Garro. No se sabía dónde estaba ni lo que era de ella. Después supe que en ese momento estaba en el exilio pasándolo muy mal. Pero ahí comenzó mi gran descubrimiento de Elena Garro. Lo que me hizo apasionarme por ella fue que las otras novelas que estábamos leyendo eran de hombres: el canon masculino. Y me llamó la atención que hacía una crítica muy fuerte al régimen político. Y yo, por aquel entonces, sabía bien lo que era la represión del PRI porque mi padre era activo sindicalmente. Así que me sentí fuertemente conectada a esa mirada anticolonial de Garro, a su crítica a la explotación laboral y, desde luego, al registro de la condición femenina que hacía a través de sus personajes. Cuando yo tenía 16 años tuve un pretendiente que —no se me olvidará nunca— me vio barriendo la entrada de mi casa y exclamó “la mujer que no sabe cómo recoger la basura no está lista para casarse”. En definitiva, todas esas experiencias me conectaron con Elena Garro. Y, por supuesto, su lenguaje, su lirismo me parecía excepcional. Con solo dos o tres palabras nos daba un mundo distinto. Así que después de leer Los recuerdos del porvenir ya nunca pude olvidar a Elena.
P. ¿Y en qué momento comienza a investigar seriamente sobre su vida y su escritura?
R. Cuando estudiaba el doctorado, mis compañeros me decían que por qué me interesaba tanto Elena Garro. Me repetían la propaganda del régimen: “Era una traidora, delató a los intelectuales”. Y yo les respondía que no les creía pero, al mismo tiempo, carecía de herramientas para refutar sus comentarios. No me rendí y la tesis del doctorado la hice en torno a su novela Testimonios sobre Mariana. Porque se dio la circunstancia de que en 1980 yo entré a trabajar bajo la dirección de Gustavo Sainz, quien era consejero de la editorial Grijalbo, y fue justamente en ese año cuando le dieron a Elena Garro el premio por esa obra. Así fue que conseguí una fotocopia del manuscrito original de Testimonios…, con correcciones de Elena a mano. Ahí la leí. Y me causó un gran dolor leer esa novela. No podía continuar. Era terrible lo que allí contaba. Elena, de hecho, confirmó que tuvo que omitir ciertos hechos para que no perdiera verosimilitud el relato.
P. ¿Cuándo conoce por fin a Elena Garro?
R. En noviembre de 1991 Elena regresó a México para ser homenajeada. Ahí es donde la vi por primera vez. Después volvió a París en enero del 92 con muchos problemas económicos y muchos problemas también con Helena Paz. Así que en el 93 se reúnen unos amigos de Elena para intentar convencerlas de que regresaran a México. Pero ese regreso no fue feliz. Elena no quería volver, se opuso hasta el último momento. Lo hizo por su hija. Sabía que no iba a haber posibilidades de escribir, de salir adelante. Yo hubiera preferido que se hubiera quedado en París porque dejó una infinidad de obras incompletas. Esos últimos cinco años de su vida nunca pudo volver a escribir porque su situación era muy desagradable. No obstante, gracias a que regresaron, contamos con un gran acervo de entrevistas que son una gran fuente de conocimiento para desentrañar su biografía. Descubrí muchas cosas de Elena por esas entrevistas, pero, a la vez, perdimos una gran cantidad de obras que se quedaron inconclusas.
P. Memorias de España 1937 es una crónica en primera persona de su viaje durante la guerra civil. ¿Cuándo se publicó por primera vez?
R. Elena siempre defendió que Memorias de España debía publicarse primero en España porque era su experiencia de vida en ese país. Y primero se publicó un fragmento en 1978 en el periódico madrileño Informaciones, pero hubo un problema y es que este diario usó como titular el nombre de Octavio Paz y, entonces, empezaron las represalias. Decía algo así como “Con Octavio Paz en el frente…”. Elena Garro en ese momento estaba desacreditada y no era una escritora universalmente conocida, así que el periódico quiso llamar la atención poniendo el nombre de su exmarido. Pero es que, además, este fragmento apareció ilustrado con una foto del propio Octavio Paz. No hay foto de Elena Garro. En México hubo interés por esa publicación y en 1981, Gustavo Saiz, un escritor mexicano muy amigo de Elena, la dio a conocer en el periódico El Universal.
P. Por otra parte, Emilio Carballido defendía que había que publicar esas crónicas en un libro y envió el manuscrito a Carmen Balcells quien, en diciembre del 86, escribió a Elena Garro y le dijo, “estoy viendo cual sería la mejor editorial para tu obra”. A lo que Elena le contestó que lo único que le pedía era que no usaran el nombre de Octavio Paz. Pero en febrero del 87, ya Elena le comunica a una amiga en su correspondencia, que ha tenido que retirar Memorias de España de la editorial. Nunca mencionó qué editorial era, pero ya le habían pagado incluso un adelanto. Sin embargo, lo retiró porque Octavio Paz lo supo y le dijo que si lo publicaba la iba a demandar. Fue gracias a Emilio Carballido que se publicaron en 1992, en México, en la editorial Siglo XXI.
R. Estas son historias turbulentas que provocan mi indignación. Porque todavía hoy, dentro del statu quo, de la historia oficial, se insiste en desacreditar a Elena Garro y presentarla como una neurótica y, en cambio, a Octavio Paz como una víctima, como el único que tiene la verdad. Pero todo esto que yo cuento se encuentra en los diarios de Elena, en su correspondencia, incluso en la propia correspondencia de Octavio Paz que es la de un hombre controlador que no quería que Elena existiese como escritora.
P. Cuando se habla de realismo mágico se suele relacionar con García Márquez y Juan Rulfo, pero Los recuerdos del porvenir es una obra anterior a Pedro Páramo y Cien años de soledad. ¿No le parece injusto que se haya borrado la influencia de Garro del imaginario colectivo?
R. Creo que ya es hora de que se la coloque en su lugar. Para mi generación todavía Elena Garro estaba muy vetada, pero voy comprobando cómo las nuevas generaciones están entusiasmadas con la creatividad y el talento de Elena Garro. A ella no le gustaban las etiquetas porque decía que, entre otras cosas, el realismo mágico que hay en su obra no es una invención suya ni de ningún otro blanco. Elena Garro siempre estuvo muy compenetrada con la cosmovisión de los pueblos originarios de México. Realmente siempre formó parte de su identidad. Y, por tanto, siempre repetía que eso que llaman “realismo mágico” había estado presente en México desde tiempos remotos, que era una etiqueta creada por las editoriales para ganar dinero.
P. Elena Garro, por cierto, en una carta le contó a Gabriela Mora que García Márquez leyó Los recuerdos del porvenir porque el escritor formaba parte de esa capillita de Octavio Paz que se reunía en su casa en veladas de lectura allá por los años cincuenta. Porque a Paz le encantaba la novela de Elena, pero para que estuviera guardadita porque no dejaba que ella la publicara. Leían fragmentos siempre en esas tertulias a iniciativa del propio Octavio y yo siempre pensé que, claro, como no era obra suya, no le preocupaba que alguien pudiera hacer un mal uso de la novela, un plagio, por ejemplo.
R. Se publicó por fin en 1963 en la Editorial Mortiz. Pero Elena Garro había empezado a escribirla en 1951, en París, y luego la terminó entre el 52 y 53 en Berna, cuando estaba enferma. Los recuerdos del porvenir es una novela que empezó a escribir en periodos de convalecencia, después de que se colapsó su relación con Adolfo Bioy Casares; en ese momento entró en un proceso nostálgico, y comenzó a recordar el pasado, aquellos tiempos felices y aventureros cuando vivía en casa con sus padres y sus hermanas. Así que, cuando Octavio Paz y Elena Garro regresaron a finales del 53 a México, Elena ya traía el manuscrito terminado, y Pedro Páramo se publicó en el 55 y Cien años de soledad en el 67.
P. Háblenos de Inés, la novela que la editorial Espinas publicará este año acompañada de su prólogo.
R. Inés está basada en un caso de la vida real que Elena conoció cuando vivía en París en 1962. La novela es totalmente autobiográfica. En 1959, Garro estaba muy involucrada en el activismo, por lo que la expulsaron de México. Por cierto, Octavio Paz contribuyó a ello, a pesar de que estaban separados desde 1956. Elena, en ese momento, tenía una relación sentimental con un cineasta y escritor, que en realidad era un dandy, llamado Archibaldo Burns. Y Octavio Paz comenzó en el 58 una relación con la artista italiana Bona Tibertelli de Pisis, con quien tenía planes de casarse e irse a vivir a París, así que el presidente Adolfo López Mateos, en agradecimiento por sus servicios, le dio un puesto en la embajada de México en la capital francesa. En septiembre del 61, Elena se estableció en un departamento en París que le regaló Archibaldo, donde por cierto había vivido Molière. Algunas de esas fiestas orgiásticas tenían lugar en la embajada de México, en las que participaban los intelectuales. Elena conoció a Inés cuando ya era un despojo humano e intentó ayudarla pero no pudo, porque sus victimarios eran demasiado poderosos. Es impresionante la cantidad de experiencias que vivió Elena Garro por ese mundo de intelectuales corruptos y acaudalados con unas tendencias sexuales terribles y perversas, lo que también aparece reflejado en Testimonios sobre Mariana. Cuando se publicó Inés en 1995, Elena estaba ya en Cuernavaca y causó un gran despertar dentro de la crítica y la literatura mexicana. De hecho, Elena Garro podría haber publicado la novela años antes pero, a pesar de que había pasado mucho tiempo desde que tuvieron lugar los hechos que se relatan, tuvo miedo de las represalias de Paz y se retrajo en el último momento. En 1995, sin embargo, su situación económica era muy precaria y no tuvo más remedio que ceder y dejar que Inés saliera a la luz finalmente.