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El hallazgo de diferencias genéticas en el autismo según su edad de diagnóstico refuerza la idea de que no es un único trastorno

Un estudio internacional sugiere que hablar de “una sola causa” o de “una epidemia” carece de sentido, ya que habría distintos subgrupos distintos en origen y evolución

Es importante que te digan qué tienes, pero también cuándo te lo dicen. Una de cada 100 personas nace con algún tipo de trastorno del espectro autista. Al no ser una enfermedad, sino una condición, con diferentes intensidades y manifestaciones, no todo el mundo lo descubre a la misma edad. Puede detectarse a partir del año y medio de vida, pero la edad media a la que se diagnostica en España es de cinco años y medio. Incluso hay muchas personas que lo descubren en la edad adulta. En parte porque su diagnóstico tiene una base observacional y hay distintos grados. Quizá su entorno esté menos atento, quizá aprenda a disimularlo, o puede que el suyo sea un trastorno muy leve que pase desapercibido. Pero también, y esto es una novedad, porque hay diferencias genéticas.

Un estudio internacional dirigido por investigadores de la Universidad de Cambridge ha descubierto que el autismo diagnosticado en la primera infancia tiene un perfil genético y de desarrollo diferente al autismo diagnosticado a partir de la infancia tardía. Estos hallazgos cuestionan la creencia de que el autismo es una única afección con una causa subyacente unificada. El estudio, publicado este miércoles por la revista científica Nature, analizó datos de comportamiento durante la infancia y la adolescencia en el Reino Unido y Australia, así como datos genéticos de más de 45.000 personas autistas de varias cohortes grandes en Europa y Estados Unidos.

Identificó patrones genéticos distintos entre aquellos diagnosticados en la primera infancia y aquellos diagnosticados más tarde. Comprobó que estos patrones podrían ser hereditarios. Es decir, que los hijos no solo heredarían de sus progenitores el trastorno, sino una edad aproximada en el que este se manifiesta.

“La verdad es que no esperábamos una variación genética tan amplia entre los perfiles estratificados por edad en el momento de diagnóstico” explica en un intercambio de mensajes Varun Warrier, neurólogo de la Universidad de Cambridge y autor principal del estudio.

De esta forma pudieron constatar detalles no especialmente sorprendentes, como que los niños diagnosticados antes de los seis años eran más propensos a mostrar dificultades de comportamiento desde la primera infancia. Pero también algunos menos esperables. El autismo de diagnóstico tardío suele ir acompañado de otros problemas de salud mental, como la depresión. De hecho, su perfil genético medio se acerca más al del TDAH, al del depresivo o afectado por el trastorno de estrés postraumático que al del autismo diagnosticado en la primera infancia.

“El artículo, fruto de una potente colaboración internacional, demuestra que el autismo no es una condición unitaria”, resume Uta Frith del University College London. “Deja claro que los niños diagnosticados de forma temprana y aquellos diagnosticados más tarde constituyen dos subgrupos muy diferentes”, añade esta experta en trastornos del desarrollo en declaraciones al portal especializado SMC. Frith concluye que los resultados de este estudio deben influir en el debate público actual, propiciado por decisiones como las de la Administración Trump que vinculan al autismo a una causa, el paracetamol, sin suficientes pruebas científicas: “Es hora de reconocer que el autismo se ha convertido en un cajón de sastre de diferentes condiciones. Si se habla de una ‘epidemia de autismo’, una ‘causa del autismo’ o un ‘tratamiento para el autismo’, la pregunta inmediata debe ser: ¿de qué tipo de autismo hablamos?”.

Warrier subraya la condición multifactorial del autismo y de los problemas de salud mental que suelen venir con él: “Creemos que se debe a una compleja correlación entre los genes y el entorno”. “El apoyo deficiente, el aislamiento social, etcétera, son factores que pueden influir”, añade. Esto explicaría también por qué algunos casos son diagnosticados más tarde. Hay niños con TEA cuyos síntomas son más sutiles. Pero a medida que estos crecen, los factores ambientales pueden alterar sus características clínicas, lo que finalmente les lleva a recibir un diagnóstico en etapas más tardías de la vida.

“Con este tipo de estudios es muy difícil demostrar causalidad, ya que se basan únicamente en correlaciones sin validación posterior”, explica en un intercambio de mensajes Raúl Menéndez, bioquímico del instituto de investigación biomédica IRB Barcelona. Menéndez capitaneó hace poco una investigación que descubrió el mecanismo genético que podría explicar un elevado porcentaje de los trastornos del espectro autista. “Nuestro abordaje fue mucho más mecanicista”, explica. “Este es un análisis bioinformático, centrado en la asociación de variantes génicas con severidad y edad de diagnóstico”.

El autismo es un término general que abarca muchas diferencias dentro del trastorno del neurodesarrollo, pero las maneras claras de distinguir estas diferencias siguen siendo limitadas. Hay factores sociales que pueden influir en su edad de detección. Por ejemplo, distintos expertos llevan años señalando como el autismo se suele infradiagnosticar en mujeres. Un estudio publicado en la revista científica JAMA Network Open, aseguraba que los hombres son aproximadamente tres veces más propensos que las mujeres a recibir un diagnóstico de autismo. Las características del autismo son iguales para niños y niñas, pero la manifestación externa es distinta. Ellas aprenden a disfrazar sus comportamientos para encajar socialmente. Sus dificultades pasan más desapercibidas, lo que propicia que los diagnósticos sean tardíos.

Si bien se han vinculado factores sociales como este la edad en el momento del diagnóstico, el papel de la genética no se ha estudiado a fondo. Este estudio es uno de los primeros en hacerlo, según sus autores. Las variantes genéticas comunes explicarían alrededor del 11% de la variación en la edad en el momento del diagnóstico del autismo, lo que no es una cifra muy alta. “Es cierto”, reconoce Warrier. “Pero es similar o superior a la mayoría de los demás factores que hemos evaluado: retrasos del lenguaje concurrentes, discapacidad intelectual, sexo, estatus socioeconómico de los padres, privaciones del entorno. Por término medio, ninguna de las variables analizadas representa más del 10%”.

Los diagnósticos de autismo llevan años subiendo. Un estudio de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, de 2019, observó un aumento de la incidencia de diagnóstico de 0,07% a 0,23% entre 2009 y 2017. Es decir, más del triple de los casos nuevos al año. Esto no significa necesariamente que estén aumentando los casos, solo que se detectan más gracias a una mayor concienciación. Muchos de estos nuevos casos se diagnostican en jóvenes y adultos. Las tasas de diagnóstico de autismo entre adultos de 26 a 34 años han crecido alrededor de 450% en la última década. Entender los motivos de este aumento y diferenciar entre los distintos autismos que se dan dentro del espectro, es uno de los retos a los que se enfrentan los científicos. Para poner soluciones a este trastorno y para acallar el populismo científico, que vincula este trastorno con las vacunas o el consumo de Tylenol (paracetamol) durante el embarazo sin una base sólida.

Los hallazgos del presente estudio sugieren que el autismo diagnosticado a diferentes edades puede reflejar trayectorias de desarrollo distintas y proporciona una forma más clara de comprender la variación dentro de esta afección. Estos hallazgos podrían orientar futuras investigaciones y apoyar estrategias. Quizá en el futuro no hablemos de autismo, sino de autismos. Los autores concluyen que se necesita más investigación sobre la diversidad genética para entenderlo.

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