Tres efectos perjudiciales del abuso de alcohol que tal vez no conozcas y un enigma

Beber en exceso está socialmente normalizado, a pesar de sus contrastados efectos negativos sobre la salud: altera la arquitectura del sueño y se asocia con depresión y demencia

El abuso de alcohol está socialmente normalizado.Cottonbro Studio (PEXELS)

Hubo un tiempo lejano en el que parecía que había pros y contras en el consumo de tabaco. Había personas modernas, sofisticadas y con gran determinación que fumaban, y otras tristes y puritanas que no. Un escritor mexicano recuerda que entonces los fumadores no eran mal vistos, y “la imagen de un cigarro evocaba una hoguera en la intemperie, la intimidad en la noche fría, cosas así, no el cáncer y la muerte”. Pero ahora sabemos, gracias a la ardua generación de evidencia, que los fumadores habituales pierden, en promedio, entre 10 y 14 años de vida. Fumar ahora, con la información disponible, tiene un innegable y consciente cariz autodestructivo. El afán de la divulgación científica es entender la cultura de su época y contrastar sus tendencias sociales con el modesto pero rocoso conocimiento basado en pruebas, y así poder influir un poco, de forma razonable, en las personas que nos rodean. No se trata de moralizar, sino de promover una toma de decisiones más consciente e informada.

Como con el tabaco, resulta chocante vernos inmersos en una auténtica cultura del abuso de alcohol, conociendo de sobra sus efectos negativos a medio y largo plazo. Así, sabemos que produce problemas de hígado —con sus variadas estaciones de paso hasta llegar a la cirrosis—, hipertensión arterial, cardiopatía y cáncer de boca, faringe, laringe, esófago, hígado, colon y mama, pero quién se resiste, entre risas, a pedir unos gin-tonics en copa balón al acabar la comida. Nuestros adolescentes hacen cola en el bazar chino para preparar su diversión; nos partimos de risa con la tremenda cogorza que cogió nuestro apocado compañero de oficina en la cena de Navidad; y en la feria del pueblo, quien más quien menos se arranca a un encadenamiento de hasta cinco copas, porque no quiere ser un sieso, ni un triste ni un amargado.

Aunque nos genere disonancia cognitiva y cierto cuestionamiento de nuestra conducta de ocio, abusar del alcohol es nefasto para la salud, y se asocia —lo que quizá sea menos conocido— a estos tres efectos:

Problemas de sueño. Durante las primeras fases de la intoxicación, puede inducir somnolencia debido a su acción depresora —de ahí que aún haya gente que se toma una copa de anís para irse a la cama. Sin embargo, esta aparente facilitación del inicio del sueño es seguida por un deterioro de su calidad a medida que el alcohol es metabolizado. El alcohol disminuye el sueño REM (movimientos oculares rápidos) durante la primera mitad de la noche, mientras que en la segunda se observa un efecto rebote con un incremento del sueño REM y los despertares frecuentes. Reduce el tiempo de sueño profundo, lo que afecta negativamente la restauración física y cognitiva asociada a este estado. Por si está olvidado, simplemente recuerdo el malestar de la resaca, con sus vómitos, cefalea, embotamiento, mareo, sed intensa y flatulencias. Una gloria, vaya.

Depresión. La evidencia apunta a una relación bidireccional, donde el abuso de alcohol puede precipitar o agravar episodios depresivos, y a su vez, la depresión puede aumentar la vulnerabilidad al consumo problemático de alcohol. El alcohol crónico desequilibra los sistemas de neurotransmisores cerebrales clave, como la serotonina, la dopamina y el GABA, implicados en la regulación del estado de ánimo. Promueve procesos inflamatorios y estrés oxidativo en el cerebro, factores que se han relacionado con la patogénesis de la depresión. Pero sobre todo suele conllevar problemas en las relaciones personales, laborales y financieras, los cuales pueden generar estrés crónico y desencadenar o exacerbar síntomas depresivos.

Demencia. Un estudio francés que incluyó más de un millón de participantes encontró que su consumo excesivo y problemático aumentó significativamente el riesgo de todas las formas de demencia, incluida la enfermedad de Alzheimer y la demencia vascular. La demencia alcohólica, típica de grandes bebedores, incluye problemas de memoria, alteraciones ejecutivas y dificultad en la toma de decisiones. La deficiencia de tiamina o vitamina B1, común en personas con alcoholismo crónico, contribuye al desarrollo de la encefalopatía de Wernicke y, en casos severos, al síndrome de Korsakoff. Esta última condición cursa con amnesia severa y confabulación y, si no fuera por alguna dudosa licencia cinematográfica, estaría bien retratada en la película Memento, de Christopher Nolan.

Hemos hablado de las cogorzas, el abuso de alcohol y el alcoholismo. Pero ¿esto afecta igualmente al consumo ponderado de vino o cerveza, tan arraigado en culturas ancestrales como la mediterránea? ¿Deleitarse en las comidas con un cabernet sauvignon resulta realmente tan nocivo? No tenemos evidencia para contestar con rotundidad. Algunos autores proponen un efecto no lineal dosis-respuesta en forma de J, de forma que un consumo mínimo puede ser incluso protector para la salud y el excesivo se convierte en un riesgo. Otros recomiendan la abstinencia general, porque es fácil deslizarse de un tipo de consumo a otro, sobre todo algunas personas vulnerables. La ciencia tardará unos años en responder, pero, mientras, podemos especular. Si tienen cuñado, pregúntenle. Hay en marcha varios estudios a gran escala y si el lector quiere participar en uno liderado por Miguel Ángel Martínez-González, catedrático de Medicina Preventiva de la Universidad de Navarra y catedrático adjunto de la Universidad de Harvard, puede hacerlo en este enlace. Buscan hombres de más de 50 años y mujeres de más de 55 que tengan un consumo social o moderado de alcohol, y participar en un estudio científico puede suponer contribuir cívicamente a iluminar un poco nuestras tinieblas de conocimiento. Les animo a ello.

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