Al neoliberalismo le da igual si tu madre está sola

En España en 2003 vivían solas tres millones de personas y hoy son ya más de cinco millones

Un hombre sentado en un banco en San Sebastián.Javier Hernández

Cuando hablo sobre soledad siempre me acuerdo de aquella frase de Janis Joplin: “Cada día hago el amor con 25.000 personas en el escenario y luego me vuelvo sola a casa”. Por muchos años que pase investigando el tema, no deja de sorprenderme que gente como ella pudiera sentirse sola, pero es así, casi nadie nos vale para sentirnos acompañados y es esa la razón por la que nuestras ciudades están cada vez más abarrotadas y, sin embargo, cada vez hay más gente que se siente sola. En 2003 vivían solas en nuestro país 3 millones de personas y hoy son ya más de 5, según datos del INE.

De todas las cosas que nos pueden pasar en la vida quedarnos solos es lo peor, y a pesar de eso, en la era de la superconectividad y las redes sociales no tenemos ni idea de cómo frenar esta tendencia. Lo único que sabemos es que colocar un banco en la entrada de un edificio puede aumentar la probabilidad de que dos vecinas acaben charlando. Que se lleven bien ya es otra cosa. Sea cual sea la razón por la que conectamos con unos y no otros, si queremos frenar la erosión de nuestras comunidades no nos queda otra que usar las herramientas que conocemos.

Por desgracia, el mundo que hemos creado nos está llevando en la dirección contraria. En la calle de arena en la que hace décadas se mezclaban los juguetes de los niños del vecindario, ahora hay dos filas de coches aparcados y una peligrosa carretera. La cafetería de siempre es ahora un Starbucks y el piso de enfrente un piso turístico.

Hay formas de revertir esta tendencia, pero desde luego el crecimiento económico no es una de ellas. Tenemos que poner activamente de nuestra parte.

Por un lado, los planificadores urbanos y los arquitectos deben centrarse en construir barrios con más lugares comunes, jardines compartidos y asientos por todas partes, para que el señor mayor que pasa el día delante de la TV pueda hablar con sus vecinos mientras estos sacan la publicidad del buzón. Es así como se hace comunidad, encuentros casuales en entornos en los que la gente pueda bajar la guardia, algo que cada vez escasea más en nuestras ciudades.

Es importante también que alcaldes y alcaldesas entiendan que su labor va mucho más allá de encontrarle aparcamiento a la gente. Mantener el tejido vecinal es también su responsabilidad, y para ello es necesario atreverse a enfadar a algunos conductores. Peatonalizar calles aquí y allá es un cambio que siempre tiene a muchos detractores, pero nadie quiere revertir, una se ven los beneficios. Sin espacio para la gente, nunca volverán los niños a jugar en la calle ni los vecinos a charlar en la puerta de casa.

Los medios de comunicación también tienen su parte de culpa cada vez que eligen informarnos de los detalles de cada asesinato en cada esquina de nuestro país. Este foco artificial en la desgracia dispara a la línea de flotación de nuestras comunidades, la confianza. El último caso en Mocejón es un ejemplo que ha hecho que muchas familias les digan a sus hijos que mejor en casa, algo comprensible, pero irracional considerando que tenemos uno de los países más seguros del mundo. Sobreprotegemos a nuestros hijos del mundo externo y los infraprotegemos del mundo virtual, démosle la vuelta a eso.

Es cierto, el PIB no aumentará si pasamos una tarde comiendo pipas en un banco o si reducimos la jornada laboral, pero esas cosas importan poco si logramos que nuestros hijos pasen más tiempo con sus padres o que nuestras madres disfruten de una tarde en compañía en lugar de marchitarse en la soledad de sus hogares. La verdadera riqueza de una sociedad reside en la calidad de sus relaciones humanas, y es hora de que volvamos a cultivarlas.

Alejandro Cencerrado es físico, experto en Big Data, analista del Instituto de la Felicidad de Copenhague y autor del libro ‘En defensa de la infelicidad’.

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