¿Tienen sentido del humor los animales? Este científico lleva años haciendo cosquillas a las ratas para comprobarlo

El neurocientífico Michael Brecht publica un estudio en el que detecta una zona básica del cerebro que se activa cuando los roedores juegan, sugiriendo que el comportamiento lúdico es un instinto

Dos ratas de laboratorio se abrazan.Jessica Florence (Getty Images)

En una jornada normal de trabajo, el neurocientífico Michael Brecht entra en su laboratorio de la Universidad de Humboldt, en Berlín, se calza su bata y se pone a hacer cosquillas a sus ratas. Es un trabajo divertido —sobre todo para las ratas—, pero también serio. Brecht lidera un equipo de investigación que pretende identificar la parte del cerebro responsable de la risa y el juego. Esta se situaría en la sustancia gris periacueductal, un conjunto de neuronas situadas alrededor del mesencéfalo, según publica esta semana ...

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En una jornada normal de trabajo, el neurocientífico Michael Brecht entra en su laboratorio de la Universidad de Humboldt, en Berlín, se calza su bata y se pone a hacer cosquillas a sus ratas. Es un trabajo divertido —sobre todo para las ratas—, pero también serio. Brecht lidera un equipo de investigación que pretende identificar la parte del cerebro responsable de la risa y el juego. Esta se situaría en la sustancia gris periacueductal, un conjunto de neuronas situadas alrededor del mesencéfalo, según publica esta semana la revista Neuron.

Es la misma zona del cerebro que controla los sonidos y la respuesta de lucha o huida (que se activa también con el juego físico). “Sabemos que son muy importantes en el juego vocalizaciones como la risa”, explica Brecht por videollamada, “por eso buscamos en esa zona”. Cuando jugamos, la risa coordina y dirige el proceso. Sirve como acuse de recibo de la intencionalidad humorística. Marca la diferencia entre una pelea y un juego; una persecución y un pillapilla. Es lo que convierte un comentario políticamente incorrecto en un chiste, el telón de fondo contextual que desarma una amenaza.

Esto también sucede con las ratas. Estas se ríen, a su manera. Emiten unas vocalizaciones ultrasónicas de 50 kilohercios cuando están jugando o recibiendo cosquillas. Pero solo lo hacen si tienen cierta complicidad con los científicos. Por eso, Brecht y su equipo necesitaron un periodo de adaptación con los roedores, y solo entonces empezaron a hacerles cosquillas con los dedos en la espalda y en la tripa. Midieron entonces sus chillidos y su actividad cerebral. Y descubrieron fuertes respuestas neuronales tanto a las cosquillas como al juego en la columna lateral del gris periacueductal.

El juego como instinto

“Ya habíamos observado que con el juego se activaban algunas de las estructuras de alto nivel de la corteza sensorial”, explica el científico. “Pero en este nuevo estudio, optamos por analizar una estructura cerebral más básica y vimos que, aun inhibiendo las estructuras cerebrales de alto nivel, los animales pueden jugar”. Esto demostraría que el juego es un mecanismo básico, que es un instinto.

El humor es uno de los comportamientos animales menos comprendidos y estudiados, lamenta Brecht. “Creo que ha habido un sesgo contrario a estudiarlo científicamente”, declara. “La mayoría de estudios se enfocan en entender emociones negativas como la depresión, la ansiedad, el dolor... Y no tengo nada en contra, pero las emociones positivas también son una parte importante de la vida”, reflexiona. Por eso él se ha empeñado en hacer cosquillas a ratas.

El juego y el humor son un rasgo común a muchos mamíferos. Los perros, los suricatos y las ratas se ríen. Los simios lo hacen. De hecho, se supone que nuestra risa es una evolución del jadeo característico que los grandes simios hacen al jugar. La psicóloga Marina Davila-Ross, de la Universidad de Portsmouth (Reino Unido), analizó grabaciones digitales de jadeos inducidos por cosquillas de chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes y descubrió que las similitudes vocales entre las especies coincidían con sus relaciones evolutivas. Los chimpancés y los bonobos, nuestros parientes más cercanos, son los que tienen una risa más parecida a la humana.

Caleb Warren, codirector del Laboratorio de Investigación del Humor de la Universidad de Colorado, lleva 15 años estudiando qué hace que las cosas sean divertidas. Y las conclusiones a las que ha llegado, con humanos, no son muy diferentes a las que ha recopilado Brecht con ratas. “La gente se ríe con una violación del statu quo”, señala en videoconferencia. “Cuando percibe una transgresión, pero, a la vez, piensa que esta es inocua, que no tiene consecuencias importantes”, explica. Warren ha desarrollado esta idea en el estudio Agresiones benignas: hacer gracioso el comportamiento inmoral.

Esta teoría podría ayudar a entender conceptos tan abstractos como los límites del humor negro y lo políticamente correcto. Pero también algo mucho más básico y primitivo como las cosquillas. “Son un ataque físico, pero ejercido de manera que no duele. Y vienen de una persona en la que confías”, explica. “Intenta hacerte cosquillas a ti mismo: no funciona, no hay amenaza. Si un tipo raro por la calle se te acerca y trata de hacerte cosquillas, tampoco es divertido, es más bien inquietante. Ahí sí que hay trasgresión, pero no es inocua”.

La risa, de esta forma, se entiende como una forma primitiva de comunicación. “Es uno de los pocos sonidos que utilizamos para comunicarnos antes de hablar, además del llanto y el grito”, apunta Warren. “Es anterior al lenguaje en los humanos. Y otros animales se ríen, pero no tienen lenguaje verbal. Así que probablemente comunicaba algo muy importante”.

Brecht no sabe si el ruido que hacen las ratas podría ser considerado una risa, pero sí tiene en común con esta que es una señal inequívoca de felicidad. Este hecho podría servir para comprobar en roedores la efectividad de antidepresivos, o para entender cómo el estrés puede afectar a nuestro humor. La risa ultrasónica de las ratas puede hacernos entender mucho sobre los mecanismos del juego y el humor.

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