Libros de autoayuda: el uso tramposo de la ciencia para defender el sentido común

Las obras que utilizan la neurociencia para dar consejos sobre la vida se encuentran entre las más vendidas, pero con frecuencia tienen poco rigor científico

Muchos libros que divulgan la ciencia del cerebro se pueden incluir en el epígrafe de autoayuda.Miguel Pang Ly

Hay un vídeo de la psiquiatra Marian Rojas Estapé en el que utiliza la historia de la evolución humana como argumento del comportamiento actual. Una práctica recurrente en la autoayuda. “El hombre en el siglo XXI hace una cosa: salir a cazar. La mujer de la prehistoria salía a recolectar: florecillas, información del viento, las lluvias. La mujer del siglo XXI sale y saca todo tipo de información, allá donde quiere”, plantea en los primeros segundos del vídeo. Con esta peculiar visión de los roles de género, ancestrales y presentes, y ap...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Hay un vídeo de la psiquiatra Marian Rojas Estapé en el que utiliza la historia de la evolución humana como argumento del comportamiento actual. Una práctica recurrente en la autoayuda. “El hombre en el siglo XXI hace una cosa: salir a cazar. La mujer de la prehistoria salía a recolectar: florecillas, información del viento, las lluvias. La mujer del siglo XXI sale y saca todo tipo de información, allá donde quiere”, plantea en los primeros segundos del vídeo. Con esta peculiar visión de los roles de género, ancestrales y presentes, y apoyada en el trampolín de un supuesto conocimiento de la naturaleza humana que nos da el estudio de nuestra evolución, lanza una opinión sobre las diferencias entre hombres y mujeres fruto de su sentido común.

La psiquiatra es una de las escritoras de mayor éxito de España y la cara más conocida de un tipo de autoayuda que utiliza la ciencia del cerebro para aconsejar cómo vivir. El fenómeno triunfa en un entorno de malestar emocional creciente en el que cada vez más personas buscan explicaciones y soluciones científicas a sus padecimientos. “Hay una confusión. La gente cree que la neurociencia consiste en aplicar el sentido común, y en televisión muchas veces vemos a neurocientíficos que explican cosas sin ningún tipo de neurociencia, aplicando psicología o puro sentido común”, apunta Ignacio Morgado, psicobiólogo y autor de varios libros que tratan de hacer la neurociencia asequible al público general. “Que un entorno agradable tenga un efecto positivo sobre la persona no es neuroarquitectura, es psicología o sentido común”, insiste. “Hay un interés creciente en la salud mental y ahora se busca en los psicólogos lo que antes se buscaba en otros lugares. Explicar los problemas a alguien en quien confías y que esa persona te dé consejos y te acompañe puede ser útil para tranquilizarte. Eso antes lo hacía la gente en los confesionarios y ahora, a veces, el psicólogo sustituye el papel del cura”, afirma.

Los consejos de una persona de confianza y con autoridad siempre han tenido demanda y también explican el éxito de la psicoautoayuda. Sin embargo, como se vio durante la pandemia, los científicos son muy reticentes a ofrecer recetas dogmáticas y la ciencia es más eficaz detectando falsedades que revelando la verdad. Daniel Sanabria, catedrático de psicología de la Universidad de Granada, es uno de tantos científicos aguafiestas dedicado a cuestionar verdades asentadas que para muchos ya eran recetas de vida. En una revisión de estudios publicada esta semana en la revista Nature Human Behaviour, él y su equipo concluían que la evidencia acumulada hasta ahora no permite afirmar que el ejercicio físico regular produce beneficios cognitivos, algo ampliamente aceptado.

Para él, muchos de los consejos de los profesionales de la autoayuda “son psico-obviedades”. “No hace falta que un neurocientífico me diga que hacer cosas que me gustan, como tocar un instrumento o practicar deporte, mejora mi bienestar”, dice. Desde su punto de vista, muchos de estos autores, que dan consejos basados en su experiencia o sus creencias, refuerzan su autoridad justificándose en la ciencia, hablando “de una activación de una región del cerebro o una hormona”. En ese sentido coincide con Morgado, que hace una advertencia: “A la gente le encanta que le simplifiques asuntos tremendamente complejos a partir de una sustancia química. Que digas que la oxitocina es la hormona del amor, por ejemplo. Eso tiene algo de verdad, porque es una hormona prosocial, pero también habría que decir que esa hormona nos puede llevar a recelar de los desconocidos y confiar demasiado en los nuestros, a creer que tienen la verdad, aunque no sea cierto”.

Sanabria opina que algunos discursos sobre la aplicación de la neurociencia a la vida cotidiana puede dañar el prestigio que la ciencia obtiene con un trabajo minucioso para comprobar los efectos reales que a veces existen, pero no tienen aplicación a nuestra vida. Pone un ejemplo con la música: “Imagine que hace un test de inteligencia a personas que han practicado con un instrumento y a personas que no. Las que tocan pueden tener un rendimiento ligeramente superior, consideradas como grupo, pero si se toma aleatoriamente a una persona del grupo de los músicos, la probabilidad de que sea más inteligente que la del otro grupo es del 57%. Por tanto, aunque la literatura científica parece mostrar que tocar un instrumento musical mejora la cognición, no significa que podamos aconsejar a nivel individual que tocar un instrumento te va a mejorar la inteligencia, no estamos aún en ese punto”, asevera. “Creo que tenemos que poner cautela. Algunos discursos que ofrecen recetas que funcionan para todo, que es algo muy propio de la pseudociencia, generan expectativas que, si no se cumplen, producen frustración en la gente, que pensará que los psicólogos decimos cualquier cosa y acabará buscando respuestas en sitios peores”, resume.

Nazareth Castellanos es directora del laboratorio Nirakara y la Cátedra extraordinaria de Mindfulness y Ciencias Cognitivas de la Universidad Complutense de Madrid. Junto a su labor investigadora, ha publicado libros de éxito y ofrece conferencias en las que va más allá de lo que se podría afirmar con la ciencia en la mano. “La ciencia es maravillosa, pero no da muchas respuestas”, lamenta. “Además de hacer mi trabajo, poniendo cables y haciendo medidas muy precisas, después recurro a la poesía, a la espiritualidad o a la mitología”, cuenta. “No solo lo que está demostrado científicamente existe”, añade, recordando a Goethe. Castellanos, licenciada en Física teórica y doctora en Medicina (Neurociencia), añade: “El mundo de la ciencia no hace un esfuerzo por divulgar para que nos entienda todo el mundo y nos agarramos a formalismos por miedo a ser criticados como frívolos”. La investigadora considera que los científicos tienen que atreverse a soltarse algunos corsés porque, si no, su espacio lo ocuparán otros charlatanes sin formación científica. Ella lo hace. En una entrevista en RTVE, Castellanos da por comprobado que los adultos generan nuevas neuronas, algo muy discutido, y que el ejercicio ayuda a que suceda, aunque, a día de hoy, no hay ningún estudio en humanos que lo haya comprobado.

Aunque muchos libros que divulgan la ciencia del cerebro se pueden incluir en el epígrafe de autoayuda, las diferencias entre ellos son importantes. Belén Gopegui acaba de publicar El Murmullo, un ensayo sobre este asunto: “La autoayuda como género designa demasiadas cosas. ¿Podría entenderse que un libro como Compórtate, de Sapolsky, o La creación del yo, de Anil Seth, son autoayuda? Desde mi punto de vista, no, porque son libros que buscan transmitir conocimiento. En lo que se suele entender por autoayuda siempre se incluye una promesa de mejora, y ahí es donde algo se quiebra, pues es una promesa que si bien a veces transmite conocimientos, a menudo no se responsabiliza de argumentarlos, y casi nunca deja ver hasta qué punto pueden ser engañosos e incompletos”, explica.

José Miguel Cuevas, profesor de Psicología Social de la Universidad de Málaga, también cree que hay que distinguir entre libros y lectores a las que les pueden sentar bien o mal esa lectura, porque, sobre todo para personas con patologías, es peligroso dar consejos universales. “Si a un depresivo le das un libro de pensamiento positivo, te cargas al depresivo, porque se siente peor. No entiende por qué, pese a que hace lo que le mandan, no se siente bien, no siente que la vida es maravillosa, como le dice el libro”, señala. “Otra cosa es recomendar un libro determinado a un paciente concreto”, añade. Para otras personas, algunos libros de autoayuda pueden ser “un bonito placebo”, pero, advierte Cuevas, algunos tienen mensajes parecidos a los de las sectas. “Hay libros que te dan ejercicios prácticos para que desaprendas lo aprendido, para empezar desde cero y empezar a crear tu yo exitoso, que te recomiendan incluso alejarte de personas de tu entorno porque no te permiten alcanzar tu máximo”, relata. “Cuando hay un mensaje de cambio total de identidad o valores de la persona, entramos en el campo de la manipulación, porque no buscamos una mejoría respetando a la persona. Se te trata como un fallo humano. Te dicen que eres especial, un diamante en bruto, para después anular tus intereses y tu experiencia”, resume.

Una última crítica a la autoayuda podría servir también para algunos enfoques psiquiátricos de la enfermedad mental o de la interpretación de los estudios del cerebro. Aunque la persona que sufre sea un individuo y pueda realizar cambios en su vida para tener mejores hábitos y adaptarse mejor a su entorno, se olvida que ese entorno tiene una gran influencia en su bienestar y se puede cambiar. Un estudio mundial sobre el incremento del malestar emocional, aparecido esta misma semana, mostraba que las personas con menos recursos tenían peor salud mental. Algunos libros de autoayuda fomentan la idea de que solo importa la responsabilidad individual, algo que produce frustración en quienes intentan salir de la precariedad, un problema que tiene una solución principalmente colectiva.

Pese a sus carencias, la neuroayuda responde a una necesidad humana de certezas y discursos ilusionantes ante una existencia llena de confusión y miedos que siempre tendrán mercado. Los propios científicos, incluso los más serios, en particular al final de sus carreras, quieren ir más allá de los aspectos básicos de su trabajo. “Cuando tenía 25 años, me encantaba explicar la física, la química, los neurotransmisores, me lo aprendía todo y disfrutaba aprendiendo y enseñando, pero de mayor quiero proyectar todo eso más lejos, hacia la vida real”, reconoce Morgado, que puso en marcha la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona. “Hay una necesidad de trascender, ver para qué ha servido lo que has estudiado, pero hay gente que escala por una soga y cuando se acaba la soga sigue escalando”, ironiza. Hasta un científico como Humphrey Davy, uno de los padres de la química moderna y ejemplo del poder de la ciencia para transformar el mundo, sintió lo poco que sirve a veces cuando se busca consuelo. En sus Consolaciones en el viaje, unas memorias escritas cerca de su muerte, escribió: “El arte de vivir feliz es, creo, el arte de estar agradablemente engañado; y la fe es en todo superior a la razón que, después de todo, no es más que un peso muerto en la edad avanzada”. En un momento malo, cualquiera puede aceptar que los hombres solo cazan y las mujeres no hacen más que recolectar florecillas y recabar información.

Puedes seguir a EL PAÍS Salud y Bienestar en Facebook, Twitter e Instagram.

Más información

Archivado En