Opinión

Escuchen a la exconsejera encarcelada

Las enmiendas 'indepes' a la totalidad irrumpen como maniobra táctica en favor de fines no presupuestarios.

El presidente del Parlamento de Cataluña, Roger Torrent, a su llegada a la prisión Soto del Real este lunes.Juan Carlos Hidalgo (EFE)

Las enmiendas indepes a la totalidad irrumpen como maniobra táctica en favor de fines no presupuestarios. Así se desnaturaliza el principal reto político anual, el de las cuentas. Pero hay más desgracia, pues los dioses ciegan a quienes quieren perder. Acarician la derrota, autómatas, quienes se dejan atenazar por el terror a ser tildados de traidores. Es el síndrome ya clásico del procés y el posprocés.

Ese rigor casi mortis conlleva atarse al yugo del maximalismo, pues en ...

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Las enmiendas indepes a la totalidad irrumpen como maniobra táctica en favor de fines no presupuestarios. Así se desnaturaliza el principal reto político anual, el de las cuentas. Pero hay más desgracia, pues los dioses ciegan a quienes quieren perder. Acarician la derrota, autómatas, quienes se dejan atenazar por el terror a ser tildados de traidores. Es el síndrome ya clásico del procés y el posprocés.

Ese rigor casi mortis conlleva atarse al yugo del maximalismo, pues en cada momento se impone quien más exagerado, radical o arrojado se muestre. Y entonces la política —que es pacto— se vuelve áspera, casi imposible. Porque si lo que no sea conseguirlo Todo supone traición, nada de lo que pertenece al territorio de lo intermedio resultará factible.

Van sobrando ya los homenajes tipo autorretrato; las oportunistas huelgas de canapés ¡nada menos que en Montserrat!; la cursi retórica abrasiva, esos hueros despliegues del activista Quim Torra. A la dirigencia secesionista le conviene por el contrario escuchar lo que dice la —encarcelada— exconsejera de Trabajo Dolors Bassa (ERC): “No podemos dejar caer al Gobierno de Pedro Sánchez”. Y eso equivale a validar en el Congreso su (por otra parte muy mejorable) Presupuesto.

Por su interés, tanto o más que por el de Sánchez. ¿Por qué? Porque sus colegas más sensatos pretenden demostrar capacidad de gobierno —contra la parálisis que Torra imprime a la Generalitat—, para ampliar la base social de sus seguidores hacia la república. Y hacer cosas exige disponer de un presupuesto, el autonómico. Pero este solo se nutrirá adecuadamente si se aprueba el Presupuesto del Estado. Hasta —quizá— 2.200 millones en transferencias del sistema a recibir penden del Gobierno. Y más de 2.000 millones en inversiones públicas, a inyectar directamente desde el Presupuesto.

Si todo eso se cumpliese supondría un 2% del PIB catalán. Un lujo, en términos de cohesión europea: en los mejores años España recibía del Presupuesto comunitario europeo el equivalente a un 1% de su PIB. ¿Puede la Generalitat prescindir de ese flujo, siquiera en parte? ¿Cómo lo explicará a sus administrados? Si rechaza esos recursos es que no los necesita, y si no le hacen falta, ¿con qué credibilidad podrá lamentarse luego de la crónica infrafinanciación pública de Cataluña? Más oídos y menos halagos interesados para Bassa.

Contribuir a que Sánchez alcance a ver aprobado su Presupuesto le conviene, sobre todo, por razones estratégicas. Estabilizar y serenar son verbos que conjugarían con miradas de la opinión —y de las instituciones— más empáticas hacia sus dirigentes más conspicuos. Los presos. Además, los socialistas podrían en teoría aspirar, tras unas elecciones, a trabar alianzas alternativas a Podemos y a ellos mismos. Por ejemplo, con Ciudadanos. Mientras que ellos no disponen de recambio. Salvo que hicieran como la Lega de Salvini, apuntarse al infierno. No se les adivina intención. Quema.

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