El síndrome del 26 de enero

Regresan los fantasmas del pasado, los Fets d’Octubre y la caída de Barcelona

Tropas del bando nacional entran en Barcelona, el 26 de enero de 1939.GETTY IMAGES

Hemos hablado mucho del 6 de octubre, fecha de 1934 en que el presidente catalán Lluís Companys proclamó el Estado catalán dentro de la República federal española, pero a la vista está que también habrá que hablar de otra fecha, capaz de evocar repeticiones históricas, y este es el 26 de enero del año 1939, cuando cayó Barcelona.

Nos lo recordó Karl Marx en El 18 brumario de Luis Bonaparte, cuando evocó con ácida ironía la teoría hegeliana de la repetición de la historia, una vez como tragedia y otra como farsa. No lo ven as...

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Hemos hablado mucho del 6 de octubre, fecha de 1934 en que el presidente catalán Lluís Companys proclamó el Estado catalán dentro de la República federal española, pero a la vista está que también habrá que hablar de otra fecha, capaz de evocar repeticiones históricas, y este es el 26 de enero del año 1939, cuando cayó Barcelona.

Nos lo recordó Karl Marx en El 18 brumario de Luis Bonaparte, cuando evocó con ácida ironía la teoría hegeliana de la repetición de la historia, una vez como tragedia y otra como farsa. No lo ven así quienes sufren en su cerebro la percusión de los fantasmas históricos, temerosos o a veces esperanzados en que la segunda versión sea tan trágica o más que la original.

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Las fechas históricas no suelen andar sueltas, sino que se encadenan unas y otras al igual que sucedió en el momento original. Si durante meses e incluso años, prácticamente desde que arrancó el Procés en 2012, viene surgiendo el fantasma de los Fets d’Octubre, ahora nos llegan imágenes y palabras evocadoras del final trágico de aquella secuencia, cuando las tropas franquistas entraron en Barcelona y arrasaron con lo que quedaba del poder autonómico tras la pavorosa guerra civil.

Las imágenes de la caída de Barcelona golpean con intensidad en las cabezas de quienes despiden a los guardias civiles como se hace con las tropas que van a la guerra o salen a conquistar un territorio extranjero. También en las de quienes creen que la única solución será un gran escarmiento que dejará sin palabras y sin autonomía a los catalanes que han osado retar al Estado y romper unilateralmente con España, a pesar de los numerosos inconvenientes y desperfectos que pueda acarrear: para la democracia española y para la otra mitad de los catalanes.

Dice Margaret MacMillan que las ideologías reviven el pasado en forma de profecía, pero cuando las ideologías se convierten en programa político de perentoria realización, entonces se vive la repetición de los hechos del pasado como la cristalización de un deseo: repetir la jugada, para que esta vez salga bien o sea la definitiva. Los independentistas quieren repetir un 6 de octubre para que en 2017 termine no tan solo con la proclamación de la república catalana sino con su instalación como nuevo Estado europeo. Quienes critican el proceso, incluidos algunos independentistas reticentes con el camino iliberal elegido, lo reviven en cambio como tenebrosa amenaza de repetición de aquel fracaso.

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Lo mismo sucede en el campo adversario. Volver a conquistar Barcelona y llenar sus balcones de banderas españolas es el deseo del anticatalanismo redivivo que está creciendo en todo el territorio español. El retorno de este fantasma se concreta también en otra fecha, el 5 de agosto de 1938, cuando Franco firmó en Lleida el decreto de abolición del Estatuto de Cataluña. Estos ensueños tan reconfortantes para algunos, lo son también para el independentismo más necesitado de una resurrección del franquismo para explicar su fuga hacia adelante y su ruptura brutal con la legalidad estatutaria y constitucional.

Para la mayoría de los ciudadanos, catalanes y españoles, esta fantasmagoría del pasado destruye 40 años de democracia y de autonomía, considerados hasta hace cuatro días como los mejores de nuestra historia, de España y de Cataluña. Ojalá tenga razón el viejo Marx y sea solo como farsa que se repitan y no como la tragedia que unos y otros parecen insistentemente convocar.

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