Un puente de arroz entre vidas refugiadas
Un taller de cocina en Madrid une, a través de la gastronomía, la existencia y los relatos de aquellos que usaron aviones de urgencia desde Kabul, tienen ahora nuevos planes tras diez años desplazados en Jordania y se la jugaron al todo o nada en la ruta atlántica hacia Canarias
Unos días antes de la caída de Kabul, el pasado 15 de agosto, Ahmad y Sophia consiguieron dejar su país, Afganistán, en un viaje apresurado que despegaba con destino a España. Volaron junto a sus cuatro hijos, sabedores de los riesgos que habría supuesto quedarse ante la reinstauración del poder talibán. “Todos los que trabajábamos para la comunidad internacional estábamos en pleno riesgo, por esto tuvimos que salir”, explica Ahmad, que era empleado en la embajada española en el país desde que abriera en 2007 y que antes ya había colaborado varios años con el Ejército español.
En las maletas de urgencia de una familia obligada a escapar para ponerse a salvo, hay que seleccionar muy bien qué llevarse, pese a las heridas que infligen despedidas tan traumáticas: “Te duele mucho dejar todo atrás, una vida que te has montado en 20 años. Es difícil renunciar a tu trabajo, abandonar tu casa... Todo”. Por suerte, queda la memoria, y en ese refugio de límites imprecisos sí caben las recetas de los platos queridos. Ahmad y Sophia nos cuentan los últimos meses de sus vidas refugiadas mientras preparan un kabuli pulau, el plato nacional de Afganistán: un arroz especiado con carne, zanahoria y frutos secos (pistachos, almendras, pasas…). “Cuando vas invitado a una casa afgana, sí o sí te ponen eso. Si no, no hemos respetado a nuestro invitado”, comparte Ahmad.
A unos pocos metros, en la misma cocina, Najwa, natural de Hama, ciudad de la región central de Siria, capitanea a un grupo de paisanas en la preparación de la maqluba, plato tradicional de la cocina siria y de todo Oriente Medio, nombrada muchas veces como la paella árabe. En la receta se une el arroz –de nuevo este cereal– con verduras y hortalizas como la berenjena, el calabacín y la patata, con carne de pollo o cordero y frutos secos como piñones, anacardos y almendras. Todo servido con una salsa de acompañamiento a base de pepino, yogur y cilantro que nos pasea por las orillas de todo el Mediterráneo. El momento del emplatado es especialmente delicado, porque la idea es que, al girar la pesada cazuela, el arroz mantenga sobre la fuente el orden correcto de los ingredientes. Toda una ceremonia cuya responsabilidad asume Najwa, que dejó Siria hace ya más de diez años junto a su marido escapando de la guerra civil que provocó un éxodo de más de seis millones de refugiados fuera de las fronteras del país.
Najwa llegó con su marido a Jordania, donde permanecieron alrededor de nueve años y donde nacieron los cuatro hijos del matrimonio, que nunca han podido pisar la tierra de sus padres y sus abuelos. A España llegaron hace algo más de dos años, a través del programa estatal de reasentamiento para refugiados. Esta fórmula es una de las vías seguras que permiten ofrecer una acogida digna a las personas refugiadas con las debidas garantías para su seguridad.
El 73% de los refugiados se queda en los países vecinos a sus lugares de origen, según datos de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur). Estas naciones limítrofes deben asumir el mayor impacto de las situaciones de emergencia humanitaria generadas por la explosión de un conflicto. El reasentamiento permite compartir ese esfuerzo, posibilitando el traslado de personas refugiadas a otros países que se comprometen a reconocer su condición de refugiados, como en este caso pasó con la familia de Najwa en España.
Aterrizaron poco antes de que estallara la pandemia de la covid-19, que provocó que todo fuera más difícil para empezar a caminar y a relacionarse naturalmente con su tierra de acogida, viviendo una sensación de intenso aislamiento. “En 2020 estuve diez meses en casa, únicamente hablaba con la familia, habíamos aprendido poco español, todas las clases habían terminado, había cambiado de vivienda y de barrio”, recuerda con angustia esta profesora y estudiante de la Universidad de Damasco hasta que la guerra llegó a su vida. Ahora Najwa se afana en darle un acelerón al aprendizaje del castellano y en convertir sus habilidades en la cocina, con populares dotes como repostera, en una forma de generar ingresos que completen la media jornada que de momento tiene su marido como albañil.
Encuentro alrededor de la acogida y la cocina sostenible
La cocina, a estas alturas de la mañana, ya se ha convertido, como tantas veces, en el puente físico y simbólico en el que encontrarnos y conversar. Estamos en las instalaciones del fabricante de electrodomésticos Miele, que actúa como anfitrión en un taller organizado desde la ONG Accem en torno a las personas refugiadas y la cocina sostenible. Es una oportunidad que brinda un programa europeo para fomentar soluciones desde la economía circular en los procesos de inserción sociolaboral de los refugiados en Europa. Accem, con su experiencia de 30 años de acogida a refugiados en España, participa en este programa que también se desarrolla en Italia, Chipre, Grecia o Portugal.
Hemos tenido la suerte de contar con invitados como el chef Sebastián Simón, con su propuesta de cocina Zero Waste, que se propone llevar al mínimo la generación de residuos en la cadena agroalimentaria; se han presentado experiencias tan interesantes como el movimiento Too Good To Go, que está actuando a nivel internacional sobre el despropósito total que supone el desperdicio de comida; o como Madrid Food Innovation Hub, proyecto municipal madrileño desde el que se promueven el emprendimiento y la experimentación en el terreno de la alimentación.
No solo nos une la cocina. También el movimiento. A nada que rasquemos se encuentra en cualquier biografía familiar. El chef Sebastian Simon llegó a la isla de La Gomera cuando tenía nueve años junto a su familia. Sus padres, después del accidente de Chernóbil vieron claro que tenían que irse de Alemania (y de Europa), comenzaron a planificar su huida y acabaron eligiendo una zona agreste del norte de la isla canaria para crear un hogar. Residiendo tan cerca del paraíso, Sebastián pudo ser consciente, a medida que crecía, de su fragilidad. Su familia y él procedían de una Alemania que, en los años ochenta y noventa nos llevaba una ventaja enorme en términos de políticas de reciclaje y tratamiento de residuos. Le dolía descubrir dónde acababan muchos de los residuos generados por la vida cotidiana: en el mar. Así comenzó a formarse en él una idea, que acabaría mezclándose con una pasión: la cocina. De esta fusión prácticamente nuclear acabaría naciendo una propuesta gastronómica y de sostenibilidad. La cocina Zero Waste se propone la generación del mínimo posible de residuos, del menor impacto ambiental, intentando especialmente eliminar el plástico de toda la cadena que acaba en un plato de comida sobre la mesa.
“Si no tengo asilo, sé que continuará todo el sufrimiento”
Después del tiempo para aprender e intercambiar con el chef formas de aplicar en la vida cotidiana criterios de sostenibilidad y aprovechamiento a la cocina de casa, ha llegado el momento de que Ahmad, Sophia, Nawja e Ibrahim compartan sus saberes, los sabores que sí han podido acompañarles en sus vidas refugiadas en España. Es entre fogones cuando descubrimos un puente más que nos une, que une los orígenes en Siria, Afganistán y Senegal con la tierra de acogida en España. Ese puente está, a estas alturas parece evidente, hecho de arroz, del arroz que une el kabuli pulau, la maqluba, la yassa o la paella.
Ibrahim prepara un plato muy característico de Senegal, la yassa, en la que el arroz acompaña a unos cuantos muslos de pollo cocinados con salsa hecha a base de cebolla, ajo, mostaza y zumo de limón. A estas alturas huele que alimenta en la cocina y el hambre llama a voces a todos los presentes. Ibrahim ha estado de buen humor en estos días, pues cuenta que ha sido la primera vez en los cinco o seis meses que lleva en España en los que ha tenido un tiempo como este, para aprender, relacionarse y pasar un rato agradable. Sin embargo, la cabeza de este joven de 22 años que emprendió el camino de la migración sin apenas dinero en el bolsillo a los 16 es un hervidero.
Ibrahim llegó a Fuerteventura desde las costas de Marruecos a bordo de una patera. Pasó un miedo enorme en el mar mientras esperaban la fortuna de un rescate a tiempo. Pero antes de ese momento tuvo que pasar años en Mauritania y Marruecos, viviendo en la calle, buscándose la vida para conseguir dinero con el que pagar y continuar el viaje. Ibrahim salió siendo casi un niño de una región del oeste de Senegal llamada Kédougou, fronteriza entre Mali y Guinea-Conakri. Un amigo suyo fue golpeado hasta la muerte por ser homosexual. “Yo dije: si no me fuera, otro día también mi muerte”. Y se fue.
Ahora se encuentra a la espera de la resolución de su solicitud de protección internacional, pero está muy asustado, porque teme lo que pasará con él si su petición es rechazada y queda fuera del sistema de acogida. Le da miedo la posibilidad de acabar durmiendo en la calle. No puede parar de pensar y, al mismo tiempo, le cuesta mucho esfuerzo hacerlo con claridad. “Aquí río, pero la vida es complicada para mí, tuve muchos problemas para venir aquí. Creía que si venía todo iba a estar bien. Ahora veo que no, todo muy mal”, se sincera. “Necesito saber si puedo tener trabajo para poder pagar la casa. Si no tengo asilo, ya sé que va a continuar todo el sufrimiento. Esa es la vida de muchas personas, muchos antes, no solo yo, tengo ese problema, esa es la vida”, añade este joven senegalés, que espera protección en España.