Menstruar mientras cruzas la selva más peligrosa del mundo
Para muchas adolescentes y mujeres migrantes, la regla es mucho más que una rutina una vez al mes. Una trabajadora de Unicef explica cómo derribar mitos y falsedades con charlas sobre higiene menstrual para aquellas que cruzan la selva del Darién, el paso entre Colombia y Panamá
En la vida de adolescentes y mujeres, la menstruación es mucho más que una rutina una vez al mes. Para muchas de ellas, acceder a condiciones mínimas para menstruar con dignidad ―como tener acceso a agua, jabón, privacidad, productos de higiene menstrual, consultas ginecológicas o hasta un diagnóstico sobre dolores menstruales― es un privilegio y una expresión diaria de la desigualdad. Muchas, incluso, carecen de acceso a la más mínima información. Y así el estigma de “tener la regla” se transforma en otra barrera completamente invisibilizada en el camino. Más, si el viaje que emprendes es cruzar la selva más peligrosa del mundo.
De todo esto yo ya era consciente, pero nunca lo vi tan claro como cuando llegué a la selva de Darién, la frontera natural que separa Panamá y Colombia. Sobrevivir al Darién es parte del viaje hacia el sueño de alcanzar el norte que miles de familias de todo el mundo emprenden. Cada vez más mujeres, niños, niñas y adolescentes se adentran en la oscuridad de la selva, sin agua, sin comida, a merced de todos los peligros imaginables: desde insectos y animales salvajes a bandas armadas. Como si todos los males del mundo se concitasen en esta casi inexpugnable fortaleza natural. Según cifras oficiales, más de 130.000 migrantes cruzarán el Darién este año, un número nunca antes visto. Y uno de cada cinco será un niño o una niña. Hasta el momento, sabemos que tres cuartas partes de los que han atravesado la selva son menores de cinco años.
Era mi primer día en la Estación de Recepción Migratoria de San Vicente, en el lado panameño de Darién, uno de los lugares donde llegan las familias migrantes que logran atravesar a pie la selva. Mientras caminaba entre las tiendas de campaña, una mujer haitiana de unos 30 y tantos se me acercó y en un español no tan fluido me preguntó si podía hablar conmigo. Miró a mi compañero y le pidió dejarnos a ella y a mí solas. Es “entre mujeres”, dijo. Y no fue necesario que me explicara nada más. Ella necesitaba toallas higiénicas porque estaba con la menstruación y debía seguir su viaje. “Quédate por aquí cerca, te voy a traer”, le respondí.
De pronto, recordé cómo era la rutina de complicidad en mi escuela cuando alguna de mis compañeras estaba con la regla. En realidad, no importaba si era realmente amiga, compañera o una conocida, siempre había alguien dispuesta a darte, con la máxima discreción de un secreto que todas conocemos, una toallita.
No alcancé a preguntarle su nombre, busqué a mis colegas de la oficina de Unicef en Panamá que trabajan en terreno y les pregunté si teníamos toallas higiénicas. Con unos paquetes en mi bolsillo, comencé a buscarla nuevamente, pero me encontró primero ella. Y, sin decirnos nada más, nos acercamos hacia un rincón, saqué de mis bolsillos los paquetes y se los entregué discretamente como imaginé que ella querría. “Muchas gracias”, me dijo emocionada. Le pregunté si necesitaba algo más y me dijo que no, en minutos debía subirse al bus que la llevaría a la frontera con Costa Rica para luego seguir su viaje con destino al norte.
Ella siguió su camino. Para mí ese momento fue un golpe de realidad en la cara. El ciclo menstrual no se detiene cuando niñas, adolescentes y mujeres enfrentamos diferentes retos de la vida diaria, y tampoco lo hace cuando niñas y adolescentes emprenden peligrosas rutas migratorias, incluyendo cruzar una de las selvas más peligrosas después de caminar durante días por diferentes países.
“Yo estuve con la regla en la selva”, me cuenta Sherlanka, tiene 15 años y es chilena y haitiana. Ella viaja con toda su familia desde hace un mes desde Chile. Esta tarde se sumó a una de las charlas sobre higiene menstrual y autocuidado que Unicef y su socio Hias realizan en la Estación de Recepción Migratoria de Lajas Blancas.
Son un grupo de niñas y adolescentes de entre 10 y 16 años, algunas llevan un par de días en el campamento y otras han llegado esa misma tarde. Todas supervivientes de Darién. Mientras dibujan y se ríen, comenzamos a hablar acerca de la anatomía femenina y cómo la menstruación también influye en nuestras emociones y cuerpo. Algunos mitos y falsedades sobre la menstruación van cayendo en los minutos que dura la conversación. Atienden la charla con emoción y una risa nerviosa, preguntan, ríen, se sienten a gusto.
700 adolescentes y mujeres han asistido a charlas sobre higiene menstrual en 2021 y se han distribuido más de 1.500 lotes de higiene con toallas higiénicas, tampones y ropa interior
Generalmente, la odisea de cruzar el Darién toma entre siete a 10 días, casi lo mismo que duran en promedio algunos ciclos menstruales. ¿Cuándo estaban cruzando la selva, les preocupó si les llegaba la menstruación ahí?, al unísono me respondieron “Sí”.
“Mi mamá quería que nos llegara la regla mientras cruzábamos la selva del Darién, nos dijo que así nadie nos violaría. Cuando me llegó en el viaje, me sentí aliviada”, sentenció mirando a su hermana que estaba su lado y asentía también. La confesión de Sherlanka nos dejó en silencio a todas, mirándonos en complicidad, porque todas hemos sentido en algún momento ese miedo de sufrir una agresión sexual. No me puedo ni imaginar dentro de una selva inhóspita. Desde enero hasta noviembre de este año, Unicef reportó 38 casos de violencia sexual, aunque sin duda esa cifra es solo la punta del iceberg.
700 adolescentes y mujeres asistieron a charlas sobre higiene menstrual como esta en 2021 y se distribuyeron más de 1.500 lotes de higiene que contienen toallas higiénicas, tampones y ropa interior. “Que la menstruación no nos quite derechos”, señala la monitora a modo de despedida.
Desde hace tres años, Unicef, gracias a los fondos del Gobierno de los Estados Unidos, provee a supervivientes del Darién servicios de acceso a agua potable, higiene y saneamiento, salud materno infantil, capacitaciones y entrega de lotes de higiene menstrual, protección contra todas las formas de violencia y acompañamiento psicosocial, con actividades recreativas y de desarrollo infantil en los Espacios Amigables. La Unión Europea se ha unido también a este esfuerzo recientemente.
Probablemente, haya sido la primera vez que estas niñas y adolescentes hablan sobre la menstruación en un ambiente de confianza y con especialistas. “Yo pensé que a las blancas no les llegaba la regla. Siempre nos discriminaban a nosotras, entonces yo pensaba que solo nos pasaba a las haitianas”, cuenta Sherlanka desatando algunas risas y sorpresas de las oyentes. Seguramente muchos otros mitos continuarán en pie, pero me gusta pensar que ahora, todas estas adolescentes tienen una herramienta más y que lo aprendido en este círculo de niñas y mujeres valientes les servirá para su viaje y su vida.
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