Níger: Tratar el agua en las comunidades para prevenir la malaria
En el sur nigerino, un trabajador de MSF es testigo de cómo se están reduciendo los niveles de paludismo gracias a la adopción de diversas medidas, entre ellas el tratamiento del agua de las aldeas con insecticida de larga persistencia
En Haramia, al igual que en otras 14 aldeas de la comuna de Bandé, en el sur de Níger, los habitantes están viviendo esta temporada de lluvias de manera muy diferente. Este año hay muchos menos casos de malaria que en temporadas anteriores y eso se ha traducido en un cierto ambiente de tranquilidad. Quienes conocen bien este lugar aseguran que el cambio resulta perfectamente palpable, que se ve a la gente mucho más contenta y relajada que antes.
Recuerdo muy bien cómo fue mi primer encuentro con Houdou Oumaro, uno de los jefes del pueblo: íbamos caminando por una de las calles de la localidad y allí estaba él, sentado tranquilamente delante de su casa. En cuanto reconoció a mis compañeros, comenzó a hacer gestos para que nos acercáramos y nos sentásemos a charlar con él un rato. Tenía ganas de compartir su alegría con nosotros. “A diferencia de lo que ocurría en el pasado, ahora puedo pasar más tiempo al aire libre, sin preocupaciones. Los mosquitos ya no nos molestan. De hecho, se ha notado una disminución de los casos de paludismo entre los niños de todos los pueblos de la zona, incluidos los de este”, me explicaba con una sonrisa de oreja a oreja.
Puedo decir con orgullo que gran parte de la culpa de esa sonrisa la tienen mis compañeros, que desde junio han estado tratando los puntos de agua de todas estas localidades, incluidos los pozos, las bombas y los estanques.
“Vivimos gracias a esta agua. Todas nuestras familias beben de estas bombas y la utilizan en sus hogares, para asearse y para cocinar. Incluso nuestro ganado vive gracias a ella”, afirma. Esta región de Níger es conocida por ser una de las más ricas en recursos hídricos, y es una de las que más llueve en el país. Por tanto, la escasez no es tanto el problema; el problema es cuando se queda estancada y sin tratar.
En estos casos, las lagunas, pozos y charcos se convierten en un caldo de cultivo y en un hábitat perfecto para diferentes tipos de mosquitos, entre ellos los Anopheles, responsables de la transmisión de la malaria durante todo el año. Y hay que tener en cuenta que aquí, cuando llueve, la superficie hídrica aumenta de tres a cuatro veces, lo que crea más oportunidades para la puesta de huevos y el desarrollo de las larvas.
En aquella visita en la que conocí a Houdou Oumaro también tuve la oportunidad de ver el trabajo en terreno de mi compañero Sanjiarizaha Randriamaherijaona, un entomólogo que trabaja con nosotros y que es responsable de la implementación de nuevos proyectos de control de vectores en varios países. Semanas antes había pasado por nuestra oficina en Niamey y ya me había comentado las líneas generales del proyecto que iba a poner en marcha aquí en Níger.
La clave, me decía, es “contar siempre con la ayuda de las comunidades, que todo cuanto hagamos, lo hagamos de la mano con ellos”. Y allí en Haramia me contó cómo se estaba desarrollando el trabajo que estaban llevando a cabo: “Lanzamos esta actividad antes de la temporada de lluvias, integrando todas las actividades de prevención necesarias, teniendo en cuenta el contexto medioambiental y llevando a cabo un estudio entomológico de todas estas zonas donde la tasa de paludismo es muy elevada. El objetivo principal es reducir el tiempo de vida de los mosquitos que viven en estas charcas e impedir el desarrollo de nuevas larvas”, me explicaba. “Reducir el tiempo de vida de los mosquitos”. Me encanta esa forma de expresar que, en realidad, lo que tenemos que hacer es acabar con ellos como sea.
Y para conseguirlo, los trabajadores de MSF visitan los distintos puntos de agua de las aldeas para tratar su contenido con insecticida de larga persistencia. Es un insecticida que no funciona de forma instantánea, por lo que los equipos tienen que visitar las poblaciones cada tres o cuatro semanas y respetar el calendario establecido para evitar que las larvas se vuelvan resistentes al mismo. Utilizan una dosis baja, siempre de acuerdo con las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, y eso garantiza que no haya riesgos para la vida humana, el ganado y el medio ambiente. “Al respetar la dosis aconsejada, el impacto a nivel ecológico resulta insignificante. Este es uno de nuestros principios de trabajo y, lógicamente, también es una de las mayores preocupaciones de las comunidades”, me explicaba el doctor Randriamaherijaona.
Nuestros equipos seleccionaron las aldeas basándose en los datos médicos sobre malaria de los años anteriores. Por ejemplo, tomando los registros de nuestra unidad pediátrica del hospital de Magaria, donde apoyamos a las autoridades sanitarias, y viendo cuáles eran los lugares de procedencia de los pacientes hospitalizados a causa de la enfermedad.
El tratamiento del agua puede ser una solución eficaz y sostenible, pero no debemos descuidar todos los demás esfuerzos para que la malaria pase un día a la historiaDoctor Randriamaherijaona
Aún es pronto para sacar conclusiones definitivas, pero, como decía Houdou, los habitantes de los pueblos ya empiezan a notar ciertos cambios positivos. Me lo confirmaba también Mariatou Habou, una de nuestras agentes de salud comunitaria en Haramia, o lo que es lo mismo: una persona de la comunidad que ha recibido formación sobre malaria por parte de nuestros equipos y que trabaja con nosotros para sensibilizar e informar a la población, así como para ayudar a detectar los casos lo antes posible, antes de que empeoren y de que requieran atención hospitalaria. Mariatou me decía que antes solía ver a más de 10 niños afectados cada día, pero que desde que empezaron las actividades de tratamiento del agua ese número había disminuido drásticamente. Su mayor deseo, me confesaba, es “que el paludismo se erradique de la aldea”.
Al principio, me dicen mis compañeros, los vecinos se mostraban curiosos, pero también algo recelosos de las nuevas actividades. Querían una solución duradera, pero tenían cierta desconfianza acerca del impacto que podría tener el insecticida. Precisamente para aclarar todas esas dudas, completamente comprensibles, uno de nuestros equipos de promoción de la salud los visitó en varias ocasiones para explicar con detalle las actividades que llevarían a cabo y para responder a todas las preguntas y preocupaciones que pudieran tener.
“En nuestra familia somos nueve personas. Trabajamos en el campo y tenemos ganado. Me preocupaba que el producto que se utiliza para acabar con los mosquitos matara también mis cultivos y mis vacas”, me decía Saïdou Moussa, que sabe muy bien lo que significa perder a un ser querido por culpa de la malaria, puesto que tres de sus hijos han fallecido debido a esta patología. “Nos explicaron con todo detalle por qué el producto no supone ningún peligro para nuestras vidas ni para la de nuestros animales. Y me tranquiliza ver que era cierto: han pasado dos meses desde el inicio de las actividades y aún no hemos visto ningún tipo de problema”.
Será al final de la temporada de lluvias, que dura hasta finales de octubre, cuando podremos hacer balance y evaluar el impacto final que han tenido todas estas actividades. Actualmente seguimos fumigando pozos y bombas en distintas localidades de la región y, desde el pasado mes de agosto, nuestros equipos también están trabajando en el interior, en otras nueve aldeas situadas en la comuna de Maidamoussa, también en el departamento de Magaria. Todas ellas son actividades de prevención a nivel comunitario que, junto a otras como la distribución de mosquiteras y la mejora del saneamiento, están sirviendo para apoyar los esfuerzos realizados por los equipos médicos para responder al pico de malaria.
Sin embargo, es importante no olvidar que la incidencia de la enfermedad es muy alta en toda esta región y que son muchas las vidas que se pierden cada año, por lo que hay que seguir trabajando en muchas direcciones y no solo en prevención. Tal y como me decía el doctor Randriamaherijaona, “el tratamiento del agua puede ser una solución eficaz y sostenible en lugares como Magaria, pero no debemos descuidar todos los demás esfuerzos para que la malaria pase un día a la historia y deje de matar”.
Nuestros equipos trabajan en Níger desde 1985 y apoyan regularmente al sistema de salud pública del país en la gestión de epidemias como el cólera, el sarampión y la meningitis. Actualmente, prestamos atención médica gratuita de calidad a la población de las regiones de Agadez, Diffa, Tillabéry, Zinder y Maradi. Y en todas ellas, tenemos también un objetivo común: detectar y tratar a todas aquellas personas antes de que desarrollen formas graves de la enfermedad, un objetivo que sin duda ayudaremos a cumplir si ayudamos a reducir el número de pacientes mediante las actividades de prevención. Y en eso estamos.