Alterconsumismo
Coordinado por Anna Argemí

Cuatro nuevos hábitos responsables tras la mudanza para empezar una nueva vida

Un cambio de vivienda y el traslado de los efectos personales es la ocasión ideal para repensar nuestras rutinas de consumo

Una mudanza es una buena ocasión para deshacerse de malos hábitos de consumo. Robinson Greig

Toda ocasión es excusa propicia para mejorar nuestro consumo. Una mudanza, con todo lo que tiene de penoso, es a la vez la ocasión ideal para rehacer nuestra vida en el sentido de abandonar malos hábitos y, en su lugar, adquirir otros más saludables y beneficiosos para las personas y para el planeta. Parece tonto, pero el mero hecho de mudar de escenario puede ayudarnos a darle el empujón definitivo a ese cambio que queremos adquirir desde hace tiempo, pero que no sabemos cómo incorporar. Estoy en vísperas de una mudanza, lo que me permite reflexionar aquí por escrito sobre lo que quiero implementar en mi nueva vida.

1) Adiós al (armario del) desorden. En mi casa, y me imagino que en muchas otras, hay un armario o estantería o cajón donde no guardamos las cosas, sino que más bien las escondemos a la vista de los otros, de la vergüenza que nos provoca. Ahí abandonamos lo que querríamos ordenar (la buena intención que no falte) pero que en ese momento preciso en el que sostenemos el objeto en cuestión en las manos no sabemos muy bien dónde depositar y entonces, zas, abrimos la puerta y lo dejamos ahí dentro. Lejos de la vista, lejos del corazón. Cuántas cosas obsoletas (en el sentido de que ya no necesitamos) se acumulan en estanterías, alacenas y cajones. Todo ese sinsentido puede ser donado, regalado, vendido, reciclado. Que la mudanza aporte una nueva vida para la familia y también para sus pertenencias.

2) Bienvenidas sean las plantas (recicladas). Me he leído un libro retador, Défi anti-gaspi (Reto anti-desperdicio, en español). En él la autora, Laetitia Birbes, propone diferentes desafíos de menor o mayor envergadura con el objetivo de acercarse al mítico residuo cero. Birbes apuesta por el minimalismo, que ella define como la opción de poseer pocas cosas, y de no disponer casi de decoración. Por no comprar, no compra ni siquiera plantas, por no considerarlas “un bien de consumo clásico, que se compra y luego se tira”. De hecho, ella “crea” sus propias plantas en bocales, potes de yogur y cajas de huevos, ya que allí coloca en buena tierra sus residuos como semillas de calabaza, de mango, de cerezas, de dátiles… Que a la larga no darán fruto, pero sí harán surgir brotes. Por mi parte, voy a pedir a mis amigos que vengan cada uno el día de la inauguración del piso con un solo regalo: una plantita o un injerto de su jardín o balcón.

La mudanza puede aportar una nueva vida para la familia y también para sus pertenencias

3) La vajilla dispareja, lo más in. Me entran tentaciones de aprovechar el cambio de piso para comprar platos y copas, piezas que han ido desapareciendo estos últimos años, pero resistiré la tentación. Mis tres hijos se ocupan de lavar los platos después de la cena y de vez en cuando perdemos piezas de la vajilla y vasos porque antes de llegar al fregadero aterrizan en el suelo de la cocina. Cuando voy a comprar mostaza, escojo siempre la que se vende en pote de vidrio (lo mismo hago con la Nocilla). Ya no para evitar el plástico y, por lo tanto, el peor de los residuos, sino para ir reponiendo de esta manera la vajilla de casa. Cuando nos juntamos muchos a comer no tiene todo el mundo el mismo modelo de vaso, pero cada uno bebe a su antojo. De eso se trata, ¿no? Si compruebo que aun así me falta algo de loza, iré a una tienda de segunda mano para acabar de componer un juego completo.

4) Prohibido comprar objetos de usar y tirar. Hace años ya conseguí “deshacerme” del mal hábito de consumir rollos y más rollos de papel de cocina. Siempre tengo en casa uno por si las moscas, y me dura una eternidad. Antes lo utilizaba casi todo el tiempo y para muchísimos usos. Aún quedan en mi lista de la compra algunos objetos, de los que no abuso, pero que son igualmente prescindibles. Pienso, por ejemplo, en las bolsitas de congelación. Son tan útiles, me digo. Y me fascina el zíper, la cremallera que cierra casi herméticamente el saquito. Las he empleado, por ejemplo, para ordenar la ropa de mis hijos en la maleta cuando se van de campamento. Las aprovecho incluso para guardar juegos de cartas que han perdido la caja de origen, y, claro está, para transportar y congelar comida. Las lavo y las reutilizo infinidad de veces, pero un buen día acaban indefectiblemente en el cubo de la basura. Me he propuesto encontrar sustituto responsable para cada uno de estas necesidades y así eliminar de mi consumo este producto simpático pero superfluo y altamente contaminante.

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