Salimata Diop, directora de la Bienal de Dakar: “Quiero que la juventud se acerque al arte, aunque sea para hacerse selfies”

La comisaria franco-senegalesa es la primera mujer que dirige esta cita de arte contemporáneo de África, para la que ha elegido una perspectiva de transformación ecológica y feminista

Salimata Diop, directora de la 15ª edición de la Bienal de Arte Contemporáneo de Dakar, el pasado 14 de noviembre en el antiguo Palacio de Justicia de la capital de Senegal.Marta Moreiras

La curadora franco-senegalesa Salimata Diop (París, 37 años) es la primera mujer que dirige la Bienal de Arte Africano Contemporáneo de Dakar. Compositora y con una prometedora carrera en el arte contemporáneo internacional, ha apostado en la 15ª edición de esta cita por las obras de 58 artistas de África y de la diáspora, la mitad de ellos menores de 40 años, cuyas obras responden a un enfoque de transformación ecológica y feminista al que ha llamado The Wake, Xàll bi (en inglés y wolof). Según Diop, el nombre “tenía que ser en inglés” porque “wake” tiene los dos significados desde los que quería abordar la bienal, el de “despertar” y el de “camino o estela”.

Pregunta. En una entrevista concedida a este diario en 2020, como comisaria de arte, reconoció que su sueño era ser directora artística de la Bienal de Arte Africano Contemporáneo de Dakar. Lo ha conseguido. ¿Cómo se siente?

Respuesta. Es un sueño dirigir una bienal porque es algo más grande, con una programación integral y con medios suficientes con los que poder profundizar en las temáticas. Para mí es también un sueño hacerlo en el país donde he crecido porque ha sido desde que he trabajado en Londres y en París cuando mi trabajo ha empezado a tener eco en Senegal.

P. ¿Por qué ha elegido el concepto “The Wake” para esta bienal, que significa a la vez “despertar” y “estela o camino”, en español?

R. ¿Sabes cuando hay temas que merodean por ahí? Hacía tiempo que reflexionaba sobre el concepto del naufragio… Pero durante la pandemia de la covid leí el libro In the Wake: On Blackness and Being, de la profesora Christina Sharpe [sobre la negritud, la memoria histórica y la experiencia de ser negro], y lo vi claro. Así que propuse trabajar sobre este concepto, que tenía que ser en inglés porque reúne esos dos sentidos: por una parte, abre la posibilidad de hablar de la historia de la esclavitud, de las travesías del Atlántico, de las diásporas y de herencias comunes, y por otra, de la crisis ecológica. Para mí hay un vínculo directo entre la extracción de mano de obra de África durante la trata negrera y las prácticas capitalistas actuales de explotación de recursos naturales que nos han llevado a esta emergencia global. El discurso quizás no es muy original, pues creo que hay un despertar colectivo sobre la gravedad de esta situación, pero intenté que la temática reflejara las preocupaciones de los artistas y su visión. Representa las inquietudes de nuestra generación.

P. ¿Qué puede hacer el arte frente a los discursos negacionistas del cambio climático?

R. Creo que los enfoques más clásicos de divulgación, a través de complejos artículos científicos o del periodismo que se centra en las consecuencias trágicas de los sucesos, no están siendo eficaces. Hay una escalada de pánico y la gente está harta de tener miedo y de ser constantemente culpabilizada, por lo que reaccionan mal. Nos enfrentamos a una falta de tiempo que no nos permite cuestionar nuestras formas de vida desde la calma. La ventaja del arte es que no hay objetivo. Es una experiencia. Una comunicación sensorial de un artista, que ha experimentado algo, y lo transmite a un espectador que lo recibe también por los sentidos y a lo que le dedica tiempo: el tiempo de pararse, de respirar, de sentarse y que incluso se lleva la obra consigo y piensa en ella posteriormente. Hay un wake, una “estela” de la obra en ti. La emoción es la clave. Es lo que puede provocar un cambio.

Hay un vínculo directo entre la extracción de mano de obra de África durante la trata negrera y las prácticas capitalistas actuales de explotación de recursos naturales

P. Los efectos del cambio climático se sufren en todo el mundo. ¿Qué particularidad tiene un discurso que se genera desde una bienal celebrada en África?

R. Indudablemente en cualquier rincón del planeta hay gente que se puede sentir identificada con la temática, pero producir el discurso desde aquí es particularmente pertinente. Pese a no ser las principales responsables, las comunidades africanas sufren las mayores consecuencias del cambio climático. Hablar de estos temas desde aquí, desde el Sur Global, es una cuestión de legitimidad, sobre todo ahora que está tan de moda el green washing [técnica de marketing para dar una imagen engañosa de responsabilidad ecológica]. Dakar es una ciudad donde cristalizan todos los efectos de la globalización. Es un monstruo. Puedes encontrar gente extremadamente rica y extremadamente pobre conviviendo en el mismo barrio y, por otra parte, encarna perfectamente el punto al que hemos llegado como humanidad, produciendo lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Como sede de una bienal es perfecta: está bien conectada, es segura, está viva, hay un gran movimiento intelectual…

P. En 2020 afirmaba que su misión cuando trabaja en África era abrir el arte al gran público. ¿Lo mantiene para este evento?

R. Siguiendo los consejos del equipo de anteriores bienales, hemos decidido no exponer en la calle [como se hizo en 2022], contando para eso con la función del OFF [la parte de la bienal creada por los actores culturales en los barrios y con medios propios], que verdaderamente inunda la ciudad de Dakar con propuestas muy interesantes. Así que la estrategia fue hacer venir el público al antiguo Palacio de Justicia, derribando las barreras psicológicas que muchas veces existen en estos espacios considerados elitistas. Para ello una medida fue dejar beber y comer a la gente, montando un bar de precios muy asequibles dentro del espacio expositivo. Otra fue crear guías audio en las que una de las lenguas disponibles es el wolof, la lengua mayoritaria en Senegal. Elegimos también poner obras fuera del palacio, que se viesen desde la calle, que fuesen críticas y atractivas al mismo tiempo… Pero lo que generó más éxito fue la visita improvisada del nuevo presidente, Diomaye Faye. Ese día TikTok ardió y hasta hoy hay salas que tienen cola para entrar… ¡Por fin una bienal popular!

P. Aunque la gente venga a hacerse selfies…

R. ¡Claro! Quiero que la juventud se acerque al arte aunque sea para hacerse selfies... Que coma, que pasee… para mí es una victoria. No hay que venir a observar una obra con aire melancólico: hay que vivirla, aceptando todo tipo de emoción que eso genere.

P. Tras 15 ediciones, es la primera vez que una mujer dirige esta bienal. ¿Cómo ha enfocado su liderazgo?

R. Yo vengo del OFF. Desde 2008 he participado en esta manifestación montando exposiciones que siempre han tenido una dimensión colaborativa. Antes de saber que sería directora artística, montamos un colectivo de mujeres para hacer una propuesta ecofeminista On s’arretera quand la terre rougira (“Pararemos cuando la tierra ruja”, en castellano) para el OFF, así que cuando me designaron comisaria de la exposición oficial me pareció evidente invitarlas como comisarias para llevarla a cabo. A lo largo del proceso me he dado cuenta de que no había muchas referencias para mi manera de entender la dirección, casi como un manifiesto feminista, por lo que nos encontramos con no pocos obstáculos. Los cuidados están en el centro. Hemos reflexionado mucho para que el público se sienta acompañado: a través de un hilo conductor que hace que no se pierda en las salas o con bancos para sentarse. Quisimos poner un ascensor para personas con movilidad reducida pero no se pudo.. Un simple “Hola, ¿qué tal estás?” antes de comenzar las reuniones, la conciliación familiar… pequeños gestos que no son tan evidentes en este sector.

P. Se ha atrevido a romper muros del antiguo Palacio de Justicia, sede de la exposición principal. ¿Es necesario destruir para construir?

R. La destrucción de los muros es una bella metáfora… ¡Tened en cuenta que no eran muros originales, que si no la Unesco nos puede denunciar! Lo hicimos para ganar espacio, casi 1.000 metros cuadrados, para hacer más orgánica la visita y también para cambiar de prácticas. No sé si diría que más feministas, pero sí más decoloniales. La historia de este palacio de justicia, creado en la colonización con un objetivo de “imponer” e “intimidar”, es muy dura. Aquí se celebraron los procesos contra el antiguo primer ministro Mamadou Dia y contra el intelectual, científico y político Cheikh Anta Diop. Es un lugar con una historia terrible y, por otro lado, un espacio magnífico. Creo que hemos conseguido reconciliarnos con él, hacer las paces.

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