Vivir sin hogar en Ciudad del Cabo: “Cuando no tienes qué comer o dónde dormir, te vas con cualquier hombre que te ofrezca una cama”
En la meca del turismo en Sudáfrica, más de 14.000 personas viven en las calles y sufren miedo, rechazo o estigma. Las consecuencias de la pandemia, el difícil acceso a la vivienda o los rescoldos del ‘apartheid’ son algunas de las causas de su exclusión
Dice Joyce (nombre ficticio) que el parque donde vive en Ciudad del Cabo se llena de ratas por la noche. “Son grandísimas, por el amor de Dios; casi como seres humanos”, bromea. También afirma que prefiere los meses de primavera porque ni le gusta el frío de julio o agosto ni el calor abrasador del diciembre sudafricano. Habla sentada en una silla de plástico rota frente al chamizo donde vive, levantado por ella misma y por John (nombre ficticio), un hombre de unos 50 años que llegó a esta urbe hace una década procedente de su Tanzania natal. “Hay personas que se portan bien, que nos traen arroz, bolsas de manzanas o botellas de agua. Pero también hay gente que protesta, sobre todo la que vive en los alrededores. Se quejan por el humo, así que o cocinamos a las seis de la mañana, o ya cuando cae la noche”, explica la mujer.
A sus 45 años, Joyce, que nació en esta ciudad portuaria de la costa oeste de Sudáfrica, vive en la calle. “Lo que los ciudadanos corrientes dan por sentado, a nosotros nos cuesta un mundo conseguirlo. Para mí, lo peor es que mucha gente tiene hambre. Hay sitios en donde reparten comida, sobre todo entre semana. Pero para muchos es muy difícil”, cuenta Joyce. Pese a que casi dan las 12 de la mañana, en los alrededores de su chamizo, en un céntrico parque de la ciudad, varias personas duermen con los pocos enseres que poseen: mantas, bolsas de plástico, cartones. Joyce prosigue: “A veces pasamos miedo. Por la noche, vemos a gente con linternas y no sabemos quiénes son ni lo que buscan. Nos roban, las chicas jóvenes venden sus cuerpos para comer… Estamos siempre a expensas de lo que nos pueda suceder”.
A veces pasamos miedo. Por la noche, vemos a gente con linternas y no sabemos quiénes son ni lo que buscanJoyce, 45 años
La situación de Joyce es una realidad común en esta urbe, meca del turismo y la segunda con más habitantes del país tras Johanesburgo, con más de 4,7 millones. La asociación local U-Turn Homeless Ministries, dedicada a las personas sin hogar de Ciudad del Cabo, elaboró en 2020 un amplio informe en colaboración con otras organizaciones e indicó que había entonces más de 14.300 personas viviendo sin un techo, una cifra que ha dado por buena el gobierno local. Según el escrito, cada una pasa de media ocho años y medio en la calle, tiene 11 veces más probabilidades de ser arrestada y el 85% padece una enfermedad crónica, a menudo sin tratar. Además, advierte de que los datos se recogieron antes de la pandemia de covid-19, que seguramente ha disparado estas estadísticas.
“La primera vez que me vi en la calle fue en 2017. La falta de medios me arrastró”, dice Joyce. Cuenta que se divorció, que financieramente dependía de su marido, que todo se vino abajo. “Empecé a ir a clubs, y allí mucha gente me llevó por la mala vida. Cuando no tienes qué comer o dónde dormir, lo que haces es irte con cualquier hombre que te ofrezca una cama”. Pese a todo, Joyce consiguió encontrar un trabajo, un nuevo amor, volvió a ser feliz. Pero la vida le tenía reservado otros reveses. “Murió mi pareja en 2020, después mi madre y, unos meses después, asesinaron a mi hijo. Estaba en una fiesta y lo mataron. Lo vi desangrarse en el hospital. Tenía solo 23 años. Yo tengo cinco niños y dos niñas, pero ese era el que estaba conmigo, el que se preocupaba por mí…”. Aquello supuso una conmoción para Joyce, que volvió a beber y a ver la calle como única opción.
Violencia y pobreza
Joyce es solo la cara visible de las estadísticas que envuelven su entorno. Ciudad del Cabo tiene un problema con el crimen. Según las cifras oficiales, desde abril de 2022 a marzo de 2023, registró 3.212 asesinatos, un 1,5% más que en el año anterior. La organización independiente World Population Review la coloca en la undécima posición en su listado anual de ciudades más violentas del mundo (tiene en cuenta urbes fuera de zonas de guerra con más de 300.000 habitantes). Aquí se producen cada año más de 66 homicidios por cada 100.000 habitantes, la tasa más alta en el continente. Cuatro o cinco barrios concentran la inmensa mayoría de los casos. Y también son estos los lugares más necesitados en un país en el que casi la mitad de la población adulta vive por debajo del umbral superior de la pobreza. De ellos, las mujeres, como Joyce, son mayoría.
“Un día me dije: tengo que hacer algo. Conocí a John y las cosas mejoraron. Ahora voy a asociaciones que nos ayudan, nos dignifican”, cuenta Joyce. Una de ellas es The Hope Exchange, a pocos minutos de su chamizo. Marie Slundt, representante de esta ONG, dice: “Hay demasiados crímenes en algunas áreas, así que mucha gente huye y acaba en el centro de la ciudad. También, durante la pandemia, muchos trabajadores del sector servicios se quedaron sin empleo y dejaron de pagar los alquileres”. Slundt explica que el cambio, la reposición de la dignidad, puede empezar con un simple acto cada mañana: “Facilitamos que las personas sin hogar puedan lavarse, y eso puede ser un gran punto de partida: dejan de ser mirados mal en la calle, en los transportes públicos… Algunos de nuestros residentes han reconocido que su vida mejoró cuando descubrieron este servicio”.
Facilitamos que las personas sin hogar puedan lavarse, y eso puede ser un gran punto de partida: dejan de ser mirados mal en la calle y en los transportes públicosMarie Slundt, representante de The Hope Exchange
Charity Pote, trabajadora social, habla de los problemas de los cientos de personas sin hogar que pasan por la organización todos los años: “Sufren estigma y rechazo; la gente asocia su situación con actividades criminales, con el consumo de sustancias estupefacientes, como si estuvieran así por decisión propia. Además, tienen muchas dificultades para encontrar un empleo o para acceder al sistema sanitario y sufren robos y agresiones con mucha frecuencia”. El gobierno local ha reconocido que la ciudad apenas dispone de 3.500 camas para personas sin hogar. “El proceso de la calle a un refugio requiere un gran trabajo previo; hay mucho escepticismo. La comunidad transgénero, por ejemplo, encuentra dificultades en algunos lugares para usar los baños”, explica Slundt.
“Mucha gente que conozco está en la calle por el rechazo de sus familias a su orientación sexual. También hay migrantes, de la República Democrática del Congo, Tanzania o Zimbabue, y no hallan las oportunidades que creían que iban a encontrar aquí”, describe Joyce. Menciona también la falta de medicinas o la proliferación de enfermedades de transmisión sexual, en un país con más de 7,5 millones de personas con el virus del sida. “Seguiré pidiendo ayuda para encontrar trabajo, aunque sea durante una semana o un mes. Así podré quizás pagar el alquiler de una casa”, añade.
El difícil acceso a la vivienda
“La Constitución, en el artículo 26, recoge el derecho de acceso a una vivienda. Es un papel maravilloso, pero el problema surge cuando debe ser implementado”, afirma Zacharia Masele, responsable de comunicación de Ndifuna Ukwazi, una organización activista y de asesoramiento legal con base en Ciudad del Cabo, que aboga por el acceso a viviendas asequibles y terrenos bien ubicados para familias y comunidades pobres. “Esta ciudad es diferente porque está rodeada por el océano. No puede crecer como Johanesburgo o Durban, así que la tierra es más cara”, dice. Un informe de este organismo recoge que el alquiler medio en esta provincia, Western Cape, es de 9.730 rands (algo menos de 480 euros), el más costoso del país, y proyecta que el 53% de los hogares que se construyan entre 2020 y 2040 serán informales a menos que haya un cambio drástico en el modelo de acceso a la vivienda.
Para explicar otras razones de este problema, Masele menciona el apartheid: “Es muy difícil sacudírtelo. La mayoría de la gente con dificultades para pagar el alquiler o comprarse una casa es negra, mestiza o migrante”. Sudáfrica lidera el coeficiente de Gini, que mide la desigualdad de los países. En una escala donde el 0 se corresponde con la perfecta igualdad (todos los ciudadanos tienen los mismos ingresos) y el 100 con la perfecta desigualdad (una persona tiene todo el dinero y los demás, nada), la nación marca 63. El 10% de la población ostenta el 80% de la riqueza. Masele añade que, por estas circunstancias históricas y por desequilibrios sociales, las mujeres encuentran más barreras que los hombres para acceder a una vivienda.
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