Niterói, la ciudad de Brasil que suelta mosquitos desde hace ocho años para frenar el dengue
Los prometedores resultados de la introducción de insectos criados en laboratorio animan a otros municipios a interesarse por el método, descubierto en Australia y que se usa en 14 países
Para disfrutar de una de las vistas más lindas de la ciudad de Río de Janeiro, lo mejor es tomar el ferri, cruzar la bahía de Guanábara como hacen a diario miles de personas y, en 20 minutos, desembarcar en la ciudad de enfrente, Niterói. Ver desde allí el atardecer sobre la ciudad más famosa de Brasil es impagable y, aunque conviene no bajar la guardia, las probabilidades de contraer dengue son mucho menores. Niterói, una ciudad dormitorio con un museo con forma de platillo volante y firma de Oscar Niemeyer, se está labrando una reputación como ciudad modelo ante la crisis del dengue, que este año es especialmente aguda en Brasil y el resto de América Latina.
Su tasa de incidencia es de 187 casos por 100.000 habitantes, siete veces menos que la media brasileña y que Río (1.401 por 100.000 habitantes), según los datos oficiales del Ministerio de Salud de Brasil. Y parte del secreto —no todo— está en la suelta masiva de mosquitos modificados, que los brasileños han apodado como wolbitos. Son una variante de Aedes aegypti a la que se introdujo en laboratorio la bacteria Wolbachia, que reduce su capacidad de transmitir el dengue y otras enfermedades como el zika, la chikungunya o la fiebre amarilla.
“Hemos pasado de ser investigación, un experimento, a ser un instrumento de política pública porque el ministerio [de Salud] ha adoptado el método”, explica Diogo Chalegre, de 40 años, líder de relaciones institucionales del proyecto Wolbachia en Brasil. Suavizados los recelos ante los resultados de las primeras experiencias, aumenta también el interés porque la crisis de dengue es especialmente grave en toda América. En lo que va de año, Brasil suma más de 1.100 muertes por esta enfermedad, investiga otras 1.800 y tiene una tasa de incidencia de 1.460 casos por 100.000 habitantes, el doble que hace un año.
Todos los implicados en el método Wolbachia recalcan que aquí no hay ningún tipo de modificación genética, sino la inyección de un microorganismo natural presente en el 60% de los insectos del planeta.
La diferencia de nuestro método con otros es que no queremos acabar con los mosquitos, queremos sustituir la población de ‘Aedes aegypti’ con nuestros mosquitos con ‘Wolbachia’Catia Cabral, bióloga
La diseminación periódica de millones de mosquitos desde hace algo más de ocho años ha logrado sustituir en Niterói los Aedes aegypt originales (sin la bacteria Wolbachia) por los modificados, los wolbitos, que no contagian, y que el World Mosquito Program cría en un laboratorio de Fiocruz (una institución carioca de salud pública inspirada en el Instituto Pasteur) en Río de Janeiro.
Y todo indica que funciona. La bióloga Catia Cabral, de 46 años, explica cómo: “La diferencia de nuestro método con otros es que no queremos acabar con los mosquitos, queremos sustituir la población de Aedes aegypti con nuestros mosquitos con Wolbachia”, explica en la granja mosquitera. Ella es la encargada del criadero que gestiona con su equipo. Un laboratorio con varios ambientes a distintas temperaturas al que conviene entrar con el mínimo de piel expuesto, porque los insectos no perdonan.
Allí cultivan los miles de huevas en bandejas con agua, alimentan las larvas con pasta de hígado y harina de pescado, separan cuidadosamente las hembras de los machos con un aparato que los distingue por tamaño, las recuentan con paciencia infinita y una especie de cucharilla. En un par de días eclosionan y, cuando ya son wolbitos adultos, los alimentan con un cóctel de sangre humana y animal. Las jaulas más grandes son como mosquiteras del tamaño de un frigorífico y albergan unos 80.000 ejemplares. Parte de la producción es para soltarla en las ciudades que participan del programa. El resto, para que pongan huevas y el ciclo comience de nuevo. Cada semana crían unos 120 gramos de huevas. O sea, 12 millones de huevas.
La secretaria de Salud de Niterói, Anamaría Schneider, los llama “mosquitos del bien”. Schneider todavía recuerda el asombro y recelo del entonces alcalde cuando, en 2015, Fiocruz y el World Mosquito Program (WMP, una empresa sin ánimo de lucro) le propusieron que el municipio, de medio millón de vecinos, acogiera una prueba piloto. Aquello sonaba delirante. “Él se asustó y dijo: ¿cómo? Todos los alcaldes están matándolos… ¿Y quieren que yo suelte mosquitos?”, recuerda. Al final, aceptó. Porque, explica Schneider, “confió en la ciencia y en la credibilidad de Fiocruz”. Y además, a la ciudad le sale gratis. Datos del Ministerio de Salud brasileño citados por la empresa de mosquitos indican que por cada real invertido (un real equivale aproximadamente a 18 céntimos de euro) obtiene un retorno de entre 44 y 550 reales (entre 8 y 101 euros).
El secreto está en las hembras
La clave de este método descubierto en Australia son las hembras. Explica la investigadora que ellas transmiten a sus crías la bacteria que frena el contagio. Y gradualmente se sustituye una población por otra. Cada tanto capturan mosquitos para comprobar cómo avanza la sustitución de los originales por los modificados. Importante para el éxito de la misión, porque los zancudos no viajan lejos, unos 100 metros a lo sumo. Y viven más o menos un mes.
Los prometedores resultados en Niterói y en las otras ciudades que han abrazado el método — implantado en 14 países por World Mosquito Program— han aumentado su atractivo y la demanda. Seis ciudades más repartidas por todo Brasil (Natal, Uberlandia, Presidente Prudente, Londrina, Foz de Iguaçu y Joinville) se preparan para recibir mosquitos modificados a partir de junio, con lo que serán ya 11 ciudades. Para eso necesitan muchos más mosquitos de los que ahora pueden producir. Por eso, WMP Brasil está construyendo una macrogranja. Si ahora crían cada mes 40 millones de mosquitos con Wolbachia, dentro de un año esperan aumentar hasta 400 millones al mes, explica Chalegre.
A partir de la experiencia piloto en un primer barrio de Niterói, se fueron sumando nuevos distritos y en siete años se llegó a cubrir toda la ciudad. Pero la secretaria de Salud de Niterói recalca que los mosquitos son parte de una estrategia que abarca muchas otras actuaciones. El secreto es la combinación de todas ellas, incluidas las campañas para evitar el agua estancada en los hogares (pozos, macetas), el repelente y evitar las ropas negras que, se desconoce por qué, les encantan. “Tenemos 300 agentes de control de zoonosis que visitan 6.000 edificios al día”, explica Schneider. El Ayuntamiento tiene un equipo específico para entrar en los edificios abandonados. Y también está la vacuna. Brasil es el único país por ahora que la suministra en la sanidad pública.
Belo Horizonte, Campo Grande y Petrolina son las otras ciudades donde el método se usa. Cuando en Niterói comenzó la suelta de los mosquitos contra el dengue, tampoco fue fácil convencer a los vecinos, recuerda la responsable de salud. Para eso, el Ayuntamiento echó mano de los médicos de familia, inspirados en una experiencia cubana, que viven en los barrios donde atienden. Ellos fueron los encargados de explicar a los líderes comunitarios y asociaciones de vecinos los detalles del innovador método. “Logramos conquistarlos, fue un trabajo de hormiguita”, recuerda Schneider.
Ahora Niterói recoge los frutos de todos esos años mientras el dengue causa estragos mucho mayores al otro lado de la bahía, en la ciudad de Río de Janeiro. Allí también han aplicado el sistema Wolbachia, pero a mucha menor escala y con la dificultad añadida que suponen los grupos armados que controlan barriadas enteras y dificultan muchísimo la implementación y monitoreo del proyecto, explica Chalegre, de WMP.
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