Después de 29 millones de muertos, el mundo parece no haber aprendido nada

Las negociaciones del acuerdo multilateral de pandemias van por mal camino. Está en juego la posibilidad de evitar que la próxima crisis infecciosa global se convierta en otra catástrofe personal y colectiva

Pruebas de covid en Shanghái, en mayo de 2022.VCG (VCG via Getty Images)

El director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, se ha ganado la reputación de un disciplinado representante de Naciones Unidas, contenido en las formas y en el lenguaje. Por eso llamó tanto la atención cuando, hace pocos días, describió las negociaciones del nuevo acuerdo multilateral de pandemias como “un torrente de noticias falsas, mentiras y teorías de la conspiración”. Un potencial fracaso por el que las futuras generaciones “podrían no perdonarnos”. Después de 29 millones de muertos, un trauma generacional y una factura billonaria con la que lidiaremos durante décadas, vino a decir la principal autoridad sanitaria del planeta, la comunidad internacional parece no haber aprendido nada.

Cualquier análisis serio de este proceso justifica la alarma de Ghebreyesus. Cuando quedan menos de 16 semanas para la Asamblea Mundial de la Salud que debería aprobar un acuerdo que hasta hace bien poco parecía indiscutible, las diferencias entre países ricos y pobres, la distorsión del contexto geopolítico y la injerencia codiciosa de los intereses privados amenazan con pulverizar dos años de negociaciones y dejar al sistema multilateral inerme ante la próxima pandemia.

Un simple vistazo al cuadro de alertas de ProMED debería ser suficiente para recordarnos lo que está en juego. Este programa de la Sociedad Internacional para las Enfermedades Infecciosas trabaja desde 1994 para calibrar y atajar el riesgo de patógenos emergentes y vectores infecciosos que podrían derivar en problemas mucho mayores. Si consultan la portada de su web verán un mapamundi cuajado de indicadores rojos y naranjas que sugieren que los riesgos sanitarios derivados de virus y bacterias son una amenaza tan real como en febrero de 2020, aunque casi no hablemos de ello. Uno de los mejores indicadores de la fugacidad de las prioridades políticas es que la propia ProMED se las esté viendo y deseando para mantenerse financieramente a flote.

Si en los estertores de una pandemia la comunidad internacional no es capaz de entender por qué necesitamos un buen sistema de vigilancia epidemiológica, ¿cómo podemos esperar que se prepare ante otros riesgos sanitarios?

Si en los estertores de una pandemia la comunidad internacional no es capaz de entender por qué necesitamos un buen sistema de vigilancia epidemiológica, ¿cómo podemos esperar que se prepare ante otros riesgos sanitarios? Al fin y al cabo, las enfermedades infecciosas no son nuestra única preocupación. Los fenómenos naturales extremos —como los fuegos descontrolados, las sequías o las inundaciones derivadas del cambio climático—, los conflictos o los accidentes bioquímicos y radioactivos pueden poner contra las cuerdas a los sistemas de salud más sofisticados. Los episodios nucleares, sin ir más lejos, eran propios de una distopía cinematográfica antes de las guerras de Ucrania y Oriente Próximo, pero hoy constituyen un escenario real ante el que estamos obligados a prepararnos de forma muy similar a lo que haríamos frente a otras emergencias sanitarias.

En este contexto, el acuerdo multilateral sobre pandemias contiene una carga simbólica y política que multiplica el valor de sus contenidos. El texto que está siendo negociado cubre un amplio espectro del sistema de preparación y respuesta: desde la vigilancia epidemiológica y los modelos para compartir información hasta la resiliencia de los sistemas de salud, pasando por el acceso a la innovación biotecnológica, la coordinación entre actores público-privados y la comunicación pública. Todos ellos son territorios complejos en los que la comunidad internacional ha demostrado tener un amplísimo margen de mejora.

Las principales dificultades para el acuerdo se concentran en dos campos minados de la salud global: el control del conocimiento y el reparto de los recursos disponibles. Para el Sur global, solo será posible corregir las profundas inequidades e ineficiencias de la respuesta a la covid-19 si el Norte facilita la producción distribuida de diagnósticos, tratamientos y vacunas. También si la financiación de cualquier respuesta está basada en el principio de responsabilidades comunes diferenciadas que ya se aplica en otras negociaciones, como las del clima. Para el Norte —y su influyente sector farmacéutico— la reconsideración de las reglas de propiedad intelectual es casi un anatema, tanto como la introducción de compromisos financieros obligatorios.

En 17 países de la OCDE, el esfuerzo presupuestario en salud había caído en 2022 a niveles similares o inferiores a los de 2019

El desinterés de los más ricos por el acuerdo multilateral refleja problemas más profundos. Mientras los expertos producen en cadena informes alertando sobre la posibilidad de nuevos cataclismos sanitarios, el compromiso de los gobiernos con los sistemas de preparación y respuesta parece estar diluyéndose. En 17 países de la OCDE, el esfuerzo presupuestario en salud había caído en 2022 a niveles similares o inferiores a los de 2019. El nuevo Fondo de Pandemias de la OMS y el Banco Mundial —una de las pocas consecuencias tangibles de esta catástrofe— ha recibido de los donantes solo 1.600 de los 10.000 millones de dólares (unos 9.300 millones de euros) solicitados para un primer esfuerzo relevante de preparación y respuesta en los países de ingreso medio y bajo.

Corremos el riesgo de establecer un peligroso precedente. Lo más preocupante de las evaluaciones de la respuesta a la covid-19 en muchos países no es el circo de mentiras, abusos e incompetencias que han ido destapando, sino un sorprendente desinterés por aprender de los errores. Y en esto España no es una excepción. Aunque muy pronto verá la luz la Agencia Estatal de Salud Pública —que debe ordenar las actuaciones de preparación y respuesta, entre otras funciones—, el Gobierno no ha aprobado hasta ahora una Estrategia de Salud Global que determine nuestras prioridades en este debate esencial, como sí han hecho la UE y varios países del entorno. En el Parlamento este asunto parece haber perdido todo sex appeal electoral: de las 459 iniciativas relacionadas con la temática sanitaria en 2023, menos de una decena hacían referencia directa a la preparación frente a futuros riesgos sanitarios. Mientras, la evaluación de la respuesta del Sistema Nacional de Salud ante la pandemia, que fue encargada en 2021 a expertos independientes, tardó un año y medio en llegar y acabó metida en un cajón durante ocho meses, para ser publicada con sordina en diciembre del pasado año sin ninguna consecuencia aparente en el debate público.

Ignorar las recomendaciones de este informe sería un error tan grave como tratar de imponer intereses particulares en las negociaciones de un acuerdo multilateral sobre pandemias. En ambos espacios se enfatiza el papel fundamental de los sistemas de salud, empezando por la atención primaria y los servicios de salud pública, y la necesidad de corregir carencias graves en la coordinación administrativa, el flujo de información o el marco institucional y legal. Se apela a los mecanismos multinacionales, como el Fondo de Pandemias o, en el caso europeo, la nueva Autoridad de Preparación y Respuesta ante Emergencias Sanitarias (HERA). Se enfatiza la necesidad de mecanismos más justos e inteligentes para desarrollar, producir y distribuir vacunas y otros productos esenciales. Y se alerta contra un enfoque parcelado que ignore las profundas imbricaciones entre la salud de las personas, del planeta y de otros seres que habitan en él.

Este no es otro debate plúmbeo sobre un oscuro acuerdo internacional. Tampoco puede ser moneda de cambio en el juego geopolítico. Las negociaciones para regular la respuesta global a una pandemia deberían alimentarse del recuerdo de quienes vimos sufrir y morir. Ese es el rasero que la ciudadanía debe establecer para sus representantes. Como señalan los autores de una carta firmada por medio centenar de líderes científicos, políticos y sociales alarmados por el estado de las negociaciones, “una nueva amenaza pandémica es inevitable, pero una nueva pandemia no lo es… si actuamos ahora”.

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