Crisis alimentaria en los campamentos saharauis: “Nunca había visto un deterioro de la situación como el actual”
La inflación ha reducido el volumen del reparto de comida. El 91% de la población saharaui vive en una situación de vulnerabilidad y la ayuda internacional ha disminuido un 20% en el primer semestre del año
“Mensualmente, viene un camión grande al ayuntamiento de cada barrio y reparte una canasta básica de alimentos y productos de higiene. Ahí unos chicos la recogen, nos la traen a casa y como pago, les doy un kilo de harina o gofio… cuando hay”. Así llega la mayor parte de la alimentación a la jaima de Lala Sah, una joven administrativa de 32 años que nació —y vive— en El Aaiún, uno de los campamentos de personas refugiadas saharauis de Tinduf (Argelia).
Esta cesta, que se reparte al 75% de las más de 170.000 personas que residen allí, no para de menguar. Entre los productos que sí han llegado en octubre, cuenta Lala, había “medio kilo de azúcar, uno de harina y un litro de aceite de girasol. También algo de verdura. Otros meses llegan arroz y lentejas, pero en esta ocasión no”. Ni rastro tampoco de proteína animal desde hace años, más allá de los huevos. Por eso Lala, que se encarga de la jaima en la que vive junto a su madre, sus tres hermanas, uno de sus cuñados y sus diez sobrinos, no suele incluirla en el menú que prepara diariamente para todos.
“Si compro, compro pollo, que es lo más barato, pero suele ser cuando viene alguien a visitarnos”, dice. De su cocina, el resto del tiempo suelen salir lentejas, alubias, caldo de verduras o ensaladilla. También huevos fritos con pan, aunque eso lo hace ocasionalmente “porque mi madre no puede comerlo”. A la fruta tampoco tiene acceso este mes “desde que no se reparten manzanas en la cesta, pero en verano comemos melones y sandías, que son baratas”.
La ayuda internacional para los saharauis ha disminuido un 20% en el primer semestre del año
Lo que describe Lala ejemplifica los datos que aporta la ONG Media Luna Roja Saharaui. La organización es la encargada de repartir la ayuda humanitaria y, coincidiendo con la celebración del Festival de Internacional de Cine del Sáhara —Fisahara—, recalcó la situación de emergencia alimentaria que la ONU lanzó hace tres meses. Ya es el 91% de la población saharaui la que vive en una situación de vulnerabilidad y la ayuda internacional ha disminuido un 20% en el primer semestre del año. Lo hizo junto al consorcio de ONG que trabajan en la zona.
“Desde 2003 que estoy al mando de la organización, nunca había visto un deterioro de la situación como el actual”, explica Buhubeini Yahya Buhubeini a este periódico. “Vamos mes a mes. Cada día 25 se decide qué va a llevar la cesta porque ya estamos tirando del fondo de emergencia, al que solo le quedan dos meses”.
“Hay un déficit muy grande de productos debido a la subida de los precios. Si antes se necesitaban 19,8 millones de dólares anuales (19,15 millones de euros) para hacer frente a este reparto, ahora, según las estimaciones del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, hacen falta 39 (37,7 millones de euros)”, reconoce.
Mercado negro
En los campamentos, tras la pandemia y la guerra en Ucrania, no ha subido solo el precio de la comida. El té, producto indispensable en el día a día de los saharauis, “ahora vale 2.800 dinares (unos 20 euros), cuando antes lo comprábamos a 1500 o 2000 dinares (10 o 14 euros)”. Así lo cuenta Lala Sah, quien añade que su familia suele gastar un kilo al mes. “Hasta las melfas más normales —la vestimenta típica que llevan las mujeres saharauis— han pasado de valer unos 3.400 – 4.000 dinares (23 – 28 euros) a llegar a costar hasta 1.0000 dinares (70 euros)”.
Aquí la gente suele cobrar como mucho unos 200 euros cada tres meses. Mi cuñado, por ejemplo, es policía y cobra 50 o 60 euros al trimestreLala Sah
“La inflación se nota hasta en los precios de los coches”, añade Mahmud Lahbjb mientras el camión de reciclaje que conduce —y en el que trabaja— pasa por uno de los badenes que, desde hace unos años, se instalaron en las carreteras que unen los campamentos para que los coches, poco acostumbrados al asfalto, limitaran su velocidad. “Ahora pueden costar como 4.000 o 5.000 euros y los traen de Europa por Mauritania. Muchos lo hacen por el comercio negro. Como otros productos”. Lahbjb se refiere a la gasolina, o incluso el aceite, que algunos saharauis compran en el país limítrofe, donde los precios son más baratos que en Argelia, y revenden en los campamentos.
Dejar de trabajar para cuidar
En un coche, concretamente en un taxi, tuvo un accidente la hermana de Lala Sah, hace justo ahora un año. Fue por exceso de velocidad. Hasta ese momento, trabajaba como administrativa e intérprete en la escuela de mujeres Sawt Asahra Lehlu. Su sueldo era de unos 100 euros al mes, algo inusual en los campamentos, donde el trabajo es precario y muy escaso. “Aquí la gente suele cobrar como mucho unos 200 euros cada tres meses. Mi cuñado, por ejemplo, es policía y cobra 50 o 60 euros al trimestre”.
“El accidente fue muy grave. Ella sobrevivió, pero murieron otros dos pasajeros. Así que tuve que dejar el trabajo”, recuerda. Desde entonces Sah se encarga de todo. Hace un mes que su hermana se tuvo que someter a una última intervención en la pierna que la ha dejado sin movilidad y de la que todavía no se ha repuesto. “La operación no costó nada y mientras estábamos en el hospital público la medicación era gratis, pero ahora tenemos que hacer frente a ella”. Pese a todo, reconoce tener suerte: “No solo me ayuda mi familia española —a la que conoció a través del programa Vacaciones en Paz—, sino que una amiga me presentó a un señor español que quería echar una mano en los campamentos”. “Ahora, en vez de que nos haga una compra al mes y nos la envíe, le he pedido que me dé el dinero para dividirlo entre la alimentación y la compra de los medicamentos de mi hermana”, explica.
Crisis más allá de la alimentación
Además de los problemas sanitarios usuales como estos, la crisis alimentaria ya suma sus propias consecuencias: solo uno de cada tres niños recibe la dieta necesaria para un buen crecimiento y se ha constatado un empeoramiento de la salud de las mujeres embarazadas, con un aumento significativo de las tasas de anemia, según datos de Médicos del Mundo.
Con este escenario, las esperanzas de Buhubeini están puestas en la comunidad internacional. De hecho, hace justo una semana aterrizaba en los campamentos una misión organizada por ACNUR con diplomáticos de 13 países y entre los que estaba un representante de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el desarrollo. Tras la visita, el saharaui espera que España, como el resto de los países, “aumenten su contribución como ha pasado hasta ahora tras comprobar la situación”. Si bien Buhubeini ha traducido que las partidas podrían aumentar hasta un 30%, no es algo que pueda afirmar todavía, ya que “está previsto que se concreten la próxima semana en otro encuentro en Argel”.
Según cifras facilitadas por la AECID, el organismo ha puesto algo más de medio millón de euros respecto a 2021 y estiman que el monto al cierre de este año ronde los ocho millones. De hecho, a esos mismos datos es a los que se ha agarrado el PSOE para no apoyar este martes en el Congreso una enmienda del PNV a los Presupuestos del año que viene que proponía siete millones de euros a favor de ACNUR y su misión en los campamentos, y que ha salido adelante con los votos de UP, PP, Ciudadanos, Más País, Junts y el BNG. Según fuentes gubernamentales, la negativa responde a que “ya se cubrían las necesidades estimadas” allí y que esa enmienda “supone que no podremos hacer frente a lo que los expertos de la cooperación española planificaban hacer en alguna otra zona” relacionada con temas de Ucrania y el Sahel.
Con todo, Buhubeini no puede evitar apostillar: “Al final sabemos que, con el estancamiento de la situación política respecto al Sáhara, la ayuda humanitaria es como darle un paracetamol a alguien que tiene un virus. Se necesitan antibióticos”.
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