Se llama ‘krump’ y mueve Dakar
Surgido en Estados Unidos, el baile urbano más agresivo ha encontrado terreno fértil en la capital de Senegal. Sus pasos rotundos conectan con las danzas tradicionales del oeste africano y su emocionalidad permite a la juventud rebelarse artísticamente contra la asfixia de las costumbres
Los chicos del krump de Dakar no son chicos malos. Aunque el escenario y el atrezzo induzcan a pensarlo. Aunque tensen su pura fibra en el baile callejero más iracundo y cortante. Han quedado bajo un enorme puente de hormigón en el centro de la ciudad. Baños de luz fluorescente se alternan con zonas de sombra. El lugar es una burbuja de quietud. Un oasis de frialdad metropolitana que aisla de las mareas de bullicio por donde suele discurrir la vida en la capital senegalesa.
Es sábado por la noche y los chicos del krump visten camisetas holgadas, ropa deportiva y pantalones pitillo. Algunos se cubren la cabeza con gorras y pañuelos. Suenan temas sólidos de bajos pesados y ácidos beats. Y arranca una orgía de gesticulación ultra-energética con apariencia amenazante. Secas convulsiones en el pecho. Puñetazos al aire. Duros pisotones. Brazos que dibujan, en una fracción de segundo, simétricas parábolas. Rostros contraídos. Disparos imitados con la mano.
El contraste desconcierta. Antes y después de la sesión, abundan las sonrisas francas. Los jóvenes muestran interés por el extraño y le dispensan una cálida bienvenida. Charlan con desenfado, bromean, propician el contacto físico. Fuera de ese trance que, descontextualizado, parecería casi demoniaco, los chicos del krump de Dakar irradian pura teranga. Hospitalidad a la senegalesa. Natural y sincera. Sin artificios ni protocolos mascados.
En realidad, el krump nunca ha sido incendiario, aunque sí combativo. Nació precisamente como canal furioso para la protesta no violenta. La paradoja surgió a principios de siglo en los guetos de Los Ángeles, ese South Central infestado de bandas a la gresca, armas semiautomáticas y crack. Su creador, Tight Eyez, lanzó un mensaje de esperanza –incluso un asidero para seguir vivo o no acabar en prisión– a la juventud negra más pobre: aparca el AK-47 y expresa tu frustración mediante el baile.
Su creador, Tight Eyez, lanzó un mensaje de esperanza a la juventud negra más pobre: aparca el AK-47 y expresa tu frustración mediante el baile
El californiano bautizó su invento como Kingdom Radically Uplifted Mighty Praise (expresión con poca lógica gramatical, de difícil traducción, algo así como alabanza poderosa y radicalmente elevada por el reino). Dio con un antídoto contra los cementerios del gangsta rap, que legitima (aplaude casi) la delincuencia como estilo de vida predilecto ante la injusticia. Desde entonces, sus adeptos se agitan por todo el mundo como gandhis enrabietados.
Los krumpeurs (derivación en francés del acrónimo inglés) de Dakar no proceden, en su mayoría, de barrios periféricos –banlieus– como Pikine o Rufisque. Muchos estudian en la universidad. Otros son bailarines profesionales, dedicados en exclusiva a este género o que picotean en el amplio surtido de la danza callejera y contemporánea. Algunos han llegado desde otros países atraídos por el magnetismo de la vibrante metrópoli. “Dakar es la ciudad del África francófona que recibe más artistas extranjeros y organiza más eventos culturales. En comparación con otros lugares, tiene además una mentalidad abierta que permite al artista desarrollar su talento”, apunta Christ Cortex, krumpeur congoleño y organizador del festival Fest Art Tracks, celebrado en la urbe en diciembre de 2021.
Despertar conciencias
Cortex (las fuentes de este reportaje aparecen bajo su nombre artístico) explica cómo la brecha digital ha frenado la expansión del krump en los barrios menos prósperos: “Para engancharte a las nuevas tendencias, necesitas buena conexión a internet, poder ver vídeos en YouTube, y en las banlieus esto ha llegado muy recientemente”. Hasta hace poco, solo los hijos de la clase media podían seguir la senda trazada por Salim y Dexter, pioneros de la escena en Senegal. Ambos residen actualmente en Francia. Ejemplifican –a pesar de la efervescencia de Dakar– la fuga de talentos culturales en África.
Kid Deep apela al vuelo libre de cualquier manifestación artística, más allá de sus motivaciones originales. Y deja entrever lo absurdo de esa especie de clasismo invertido que algunos esgrimen. Como si solo en los guetos se expidieran credenciales para bailar krump. “Quizá no vengamos de entornos desfavorecidos, pero cada uno tiene su historia, sus reivindicaciones, algo en un corazón o en su cabeza que quiere expresar”. Enclenque y con un halo fantasmagórico, Kid Deep destila al bailar como una inquietud eléctrica. Cuando habla –tras un taller parte del Fest Art Tracks– parece disertar, con absoluta calma, sobre los vericuetos de la condición humana.
Los krumpeurs dakarianos no sufren la rebaja de oportunidades vitales que conlleva un origen humilde. Obviamente, tampoco experimentan (al sur del Sahara al menos) el estigma racial que acompaña a sus iguales afroamericanos, muy activos durante el movimiento Black Lives Matter. Pero sí respiran el denso aire de la censura implícita y las inhibiciones tácitas que aún flota en Senegal. Como colectivo, aspiran a reducir la asfixia de las convenciones. “Buscamos despertar conciencias, que la juventud se plante ante cosas que no le gustan, que lancen con su cuerpo mensajes que la boca todavía no puede decir”, explica Squad, quien ocupa, de facto, el vacío dejado por Salim y Dexter como figura más prominente del movimiento en Dakar.
Con una democracia consolidada, Senegal va ensanchando poco a poco el ejercicio real de sus derechos formales. “El elemento religioso [un 90% de la población profesa el Islam] sigue pesando mucho”, dice Cortex. Los pasos descarnados y arrogantes del krump estiran la cuerda de la libertad de expresión. Oral y, sobre todo, gestual. Casi nadie va tan lejos, pero muchos jóvenes se benefician con la progresiva normalización de esta y otras formas de arte irreverente.
Como el post-punk madrileño en España durante los ochenta, el krump en Dakar va derribando muros mentales a piquetazo limpio. “Nos llaman exhibicionistas, locos...”, continúa Cortex. En 2013, una pieza audiovisual firmada por el realizador británico Christopher Michael Tew quiso reflejar la percepción general del krumpeur como demente. En ella, Dexter corre y se descoyunta por las calles de la capital. Su título, muy explícito: Le Fou, el loco, en francés. La trascendencia del krump en la revolución cultural senegalesa también contribuye, según Cortex, a entender la extrema bipolaridad artista-persona. Furia desbocada al dar el play. Y modales exquisitos cuando cesa la música. “Tenemos la responsabilidad de presentarnos correctamente, de dar buena imagen”, añade.
A nivel individual, cada krumpeur transmite sus emociones particulares. “Puede ser cualquier cosa. Lo importante es que contenga verdad, una animación interior, una historia que contar a través del baile”, apunta Flame, marfileño. Desde sus orígenes en Los Ángeles, el krump siempre ha albergado un fuerte componente narrativo. Cuando el bailarín se arranca en breves intervenciones, escribe con su cuerpo un microrrelato.
Desde sus orígenes en Los Ángeles, el ‘krump’ siempre ha albergado un fuerte componente narrativo. Cuando el bailarín se arranca en breves intervenciones, escribe con su cuerpo un microrrelato
Hay quien encuentra en sus afilados movimientos una vía de auto-exorcismo. El guineano Boy Deep opta por la lengua wolof (en lugar del francés) para una confesión que vuelca pausadamente y parece provenir de muy adentro: “Me enfado con facilidad y no quiero explotar. Para mí tiene mucho de terapéutico”. Dicharachero y muy sociable, nadie diría que Squad tiende, según explica, a encerrarse en sí mismo. “Esto me ha permitido acercarme a los otros y a dejar que se acerquen a mí, lo necesito para sentir que no estoy solo”.
Fusión transatlántica
Ami, una de las pocas chicas krumpeuses, también aprecia el “espíritu de grupo, el carácter solidario” de la escena en Dakar. Y muestra sorpresa ante la pregunta de si sufre rechazo extra por ser mujer en un país donde, a pesar de que la lucha por la igualdad va cogiendo ritmo, persiste un arraigado machismo. “Algunos asocian los pasos del krump con la masculinidad”, pero que las emociones no entienden de género, se limita a responder. En otra vuelta de tuerca del binomio esencia/apariencia, Kid Deep cuenta que su baile habla normalmente de “amor”, que le reconecta con “las ganas de vivir” y le “sitúa en el momento”.
Piensa Cortex que la intensa emocionalidad del krump encaja a la perfección con la idiosincrasia africana. “Aquí crecemos en el baile, lo vivimos en la calle. Así que, cuando krumpeamos, sale con más facilidad algo real que en el caso, por ejemplo, de un francés, para el que esa búsqueda de verdad suele ser un ejercicio más intelectual que instintivo”. También ayuda la conexión afro a ambos lados del Atlántico. Es fácil encontrar similitudes entre este estilo y las danzas tradicionales senegalesas como el sabar. Danny Popping, fundador de la plataforma Sama Street Vibe y uno de los bailarines urbanos más reconocidos del país, entiende que la fusión está servida: “En toda África mezclamos el krump y otros estilos callejeros con nuestra tradición”. Este incansable agitador cultural explica que, en Nigeria, la simbiosis ha dado a luz a un estilo propio: el afrobuck.
Ciertos pasos krumperos parecen rescatados de la noche africana. “El chest pop [fuerte agitación del pecho] se da en Etiopía, en Togo... Y el stamp [pisar el suelo con contundencia] se observa en casi todos los países, sobre todo en bailes ceremoniales en los que se llama a los espíritus”, asegura Cortex. Nítidos paralelismos que han dado lugar a todo tipo de teorías. Algunas sostienen que Tight Eyez se inspiró directamente en sus ancestros. Cortex lo duda, pero admite que, más que una coincidencia, los parecidos nacen de una especie de retroalimentación transatlántica, de un vaivén de influencias a la que no es fácil seguir el rastro. Y lanza una pregunta que nos adentra en los misterios de la inconsciencia motriz: “¿Estaban esos pasos en la memoria muscular de Tight Eyez, en su genética?”.
El Fest Art Tracks concluye con una krump battle. La cita es en el Centro Cultural Blaise Senghor, cuyo director, Aliou Kéba Badiane, recibe en su despacho con una teranga de corte más formal. Badiane se muestra encantado de acoger la batería de propuestas que le lanzan Popping, Cortex y otros jóvenes dinamizadores. Más que una agria batalla de chulería callejera, la clausura del festival parece una celebración de la amistad muy pasada de voltaje, un aquelarre de fraternidad. La intimidación y el abrazo cohabitan alegremente en el cálido anochecer de Dakar.
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