Un invierno de hambre se cierne sobre Afganistán
La mitad de la población afronta una crisis de alimentos mientras el sector agrícola se desliza por el mismo precipicio que el resto del país
A finales de octubre, cuando las avalanchas en el aeropuerto de Kabul para escapar de los talibanes ya no copaban los titulares, los agricultores afganos empezaban a plantar cebada y trigo de invierno. Pero, un mes más tarde, la mitad de las tierras seguían en barbecho. La falta de lluvias, que desde septiembre han sido un 30% menos abundantes que la media, es un mazazo más para un país en el que se van juntando los elementos para una crisis alimentaria generalizada: sequías que solo se prevé que empeoren, falta de forraje, semillas y fertilizantes, escalada de precios, depreciación de la moneda, desempleo, inseguridad, los efectos de la pandemia, migración forzosa, hambre, desnutrición, pobreza… y vuelta a empezar.
La práctica totalidad de los afganos –un 97%, según Naciones Unidas– está en riesgo de entrar oficialmente en la categoría de “pobre” (que dispone de menos de 1,90 dólares al día). Más de la mitad de la población (22,8 millones de personas) no come lo suficiente o, para hacerlo, tiene que deshacerse de bienes esenciales para salir adelante en el futuro, como su ganado, o sus casas. El precio del pan, base de la dieta de millones de afganos, ha subido un 80%. Según el Programa Mundial de Alimentos (PMA), en algunas zonas del país la gente está incluso consumiendo variedades de trigo conocidas por causar problemas neurológicos.
La práctica totalidad de los afganos, un 97%, según Naciones Unidas, está en riesgo de entrar oficialmente en la categoría de “pobre”
“En nuestras últimas visitas al norte y el este hemos encontrado destrucción y niveles extremos de pobreza, hambre y desesperación”, relata Thomas Ten Boer, director de la ONG alemana Welthungerhilfe, que se centra en luchar contra el hambre en el país. “Muchos no tienen cómo alimentar a sus hijos y, en invierno, esta situación se volverá aún más desesperada”, añade. Unicef señala que los casos de menores de cinco años con desnutrición aguda grave han aumentado un 50% en los últimos dos meses, poniendo a un millón de niños en riesgo de muerte si no reciben tratamiento.
Las cifras escalofriantes y los gritos de alerta no cesan, pero la reacción es lenta. Tras la llegada al poder de los talibanes, la financiación de proyectos de desarrollo quedó congelada. La semana pasada, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas levantó el bloqueo a los fondos destinados al “apoyo a las necesidades humanas básicas”, permitiendo retomar muchas de estas iniciativas. Aun así, para Ten Boer, estos meses de interrupción han causado un daño difícil de reparar. “Hemos perdido meses cruciales de preparación”, lamenta.
La gran mayoría de esos hambrientos –cerca de un 80%– son agricultores o pastores que dependen de sus cosechas y animales para salir adelante. Pero la falta de agua y de bienes básicos para el cultivo –los precios de las semillas han subido un 43% y los de los fertilizantes hasta un 120%– los está ahogando.
“Es la tercera sequía en cinco años”, apunta Ezatullah Noori, coordinador de emergencias de la agencia de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en Afganistán. “Si no apoyamos a tiempo al sector agrícola perderemos un pilar esencial de la economía afgana: habrá más agricultores vulnerables y cada vez más personas dependerán por completo de la ayuda”, predice. De hecho, la falta de alimentos es el principal motivo de que las necesidades de fondos para asistencia humanitaria en el país se multipliquen por cinco en 2022 respecto a este año, superando los 4.400 millones de dólares.
Es la tercera sequía en cinco años. Si no apoyamos a tiempo al sector agrícola perderemos un pilar esencial de la economía afganaEzatullah Noori, coordinador de emergencias de la agencia de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO)
Ten Boer coincide en la necesidad de hacer inversiones importantes en la protección del agua y los suelos. “La tierra cultivable del país es limitada, así que solo mejoras en la gestión o almacenamiento de agua, la gestión de recursos o la reforestación podrán estabilizar la situación”, defiende. Noori, de la FAO, insiste en intervenciones como formar a los agricultores en un uso más eficiente del agua o facilitar pequeños huertos familiares para romper el ciclo de dependencia de la ayuda. El experto, además, lamenta que la situación política haya frenado gran cantidad de proyectos de desarrollo, como los de sistemas de irrigación, que podrían ser de gran ayuda para afrontar la falta de lluvias.
La situación alimentaria y económica está exacerbando la migración, tanto interna como externa, iniciada en las últimas dos décadas de guerra y que ya había acelerado tras la toma del poder por parte de los talibanes. “Muchas personas, sobre todo jóvenes, están corriendo a obtener pasaportes y marchándose hacia Pakistán o Irán”, ilustra Noori. “Y así pierden las redes sociales o comunitarias que les ofrecían un mínimo apoyo”.
En las ciudades, adonde llega gente de las áreas rurales en busca de comida, la situación no es mejor que en el campo. La mitad de los habitantes de la capital, Kabul, se encontraban también en situación de crisis alimentaria, a causa de la subida de los precios, la depreciación de la moneda, el cierre de proyectos de desarrollo, los impagos de salarios y el desempleo ligados al cambio de régimen, la reacción internacional, y la pandemia. Y se prevé que nueve de las 10 zonas urbanas del país caigan a niveles parecidos de inseguridad alimentaria.
La situación alimentaria y económica está exacerbando la migración, tanto interna como externa, iniciada en las últimas dos décadas de guerra
Ya a finales de octubre, el portavoz de los talibanes anunció un programa de comida a cambio de trabajo para los habitantes de las ciudades más expuestos al hambre. El proyecto pretende emplear a 40.000 hombres solo en Kabul y pagarles con trigo la excavación de canales de agua y el almacenamiento de nieve en las montañas (medidas dirigidas a combatir la sequía). Una sequía que, según los pronósticos, se mantendrá por el fenómeno de La Niña en el primer trimestre de 2022. Las agencias internacionales advierten de un “riesgo muy real” de hambruna este invierno.
La principal emergencia humanitaria del mundo
El plan de respuesta humanitaria esbozado por las agencias internacionales en Afganistán para 2021 estimaba unas necesidades de 868 millones de dólares.
Para 2022, las necesidades de ayuda para los afganos en todos los frentes se estiman en 4.470 millones de dólares, debido, según Naciones Unidas, al aumento del número de personas que necesitan ser alimentadas y a los distintos problemas que han impedido actuar antes. Esto la convierte en la crisis humanitaria con mayores necesidades del mundo, por delante de otros dos países castigados por la guerra como Siria (4.200 millones) y Yemen (3.900 millones).
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