Los sistemas de cuidados como estrategia para la recuperación socioeconómica
La sobrecarga de trabajo no remunerado que asumen mayoritariamente las mujeres genera pobreza de tiempo impidiendo la igualdad de oportunidades, derechos y resultados frente a los hombres
Los cuidados son las actividades que permiten la regeneración diaria del bienestar físico y emocional de las personas. Abarcan un amplio conjunto de tareas como son: el mantenimiento de los hogares, el cuidado de niñas y niños, personas enfermas o dependientes y el autocuidado. Es un trabajo esencial para el sostenimiento de la vida, la reproducción de la fuerza de trabajo y de las sociedades, que genera una contribución fundamental para la producción económica, el desarrollo y el bienestar.
Sin embargo, la actual distribución de las responsabilidades de los cuidados está sumamente desequilibrada: recae principalmente en los hogares y mayoritariamente en las mujeres, reproduce estereotipos del pasado y refuerza la desigualdad. Esta sobrecarga de trabajo genera pobreza de tiempo en las mujeres impidiendo la igualdad de oportunidades, derechos y resultados frente a los hombres, en las esferas económica, social y política.
En el ámbito del trabajo de cuidados remunerados, las mujeres también están sobrerrepresentadas. Según los datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en América Latina y el Caribe un quinto de la población trabaja en sectores vinculados al cuidado, lo que significa más de un tercio del empleo femenino. Sin embargo, este trabajo se realiza en muchos casos en situaciones de violencia o acoso, y con penalizaciones en la remuneración, además de efectuarse en condiciones laborales precarias y sin los derechos básicos para quienes lo ejercen.
La crisis de la covid-19 ha reafirmado la centralidad de los cuidados a la vez que ha puesto en evidencia la insostenibilidad de su organización actual. Mientras otras actividades paraban o se desaceleraban, los cuidados se constituían en el núcleo de la respuesta, incrementándose exponencialmente el cuidado de niñas y niños, personas enfermas o en situación de riesgo y el trabajo doméstico, mientras se veían reducidos tanto los arreglos formales -escuelas infantiles o centros de día- como los informales ―el apoyo vecinal o familiar― debido a las medidas de confinamiento y distanciamiento social.
En estas circunstancias, las mujeres enfrentan mayores dificultades para sostener su participación en el mercado laboral. En América Latina y el Caribe, la tasa de actividad femenina promedio es de un 52%, todavía 25 puntos por debajo de la tasa de actividad masculina. Según proyecciones de la CEPAL, para 2020 las mujeres alcanzarán una tasa de desempleo del 15,2%, seis puntos porcentuales por encima de la registrada en 2019. La segmentación que caracteriza a los mercados laborales de la región concentra una proporción importante de mujeres en los sectores con mayor riesgo de pérdida de empleo o reducciones salariales. La sobre-representación de las mujeres en el trabajo informal y en los sectores de menores ingresos las dejan más expuestas a las condiciones adversas de la crisis y refuerzan los vínculos perversos de la pobreza monetaria y la pobreza de tiempo.
América Latina y el Caribe ha sido una región pionera en el reconocimiento y medición del uso del tiempo de mujeres y hombres
El incremento de la carga de trabajo de cuidados no remunerado no solo tiene impactos en la productividad de aquellas mujeres que mantuvieron sus empleos y los realizan de forma remota, sino que también ha potenciado la pérdida de empleos de las que no tienen esa posibilidad. En América Latina y el Caribe, según datos de la CEPAL, 33,3% de la población no tiene aún conexión a internet lo cual imposibilita la posibilidad del teletrabajo, un lujo al que en ocasiones solo pueden acceder las clases medias y altas.
La llamada “nueva normalidad” necesariamente implicará cambios importantes en la forma de escolarización y en el empleo, que generarán nuevos desafíos de reorganización del trabajo productivo y reproductivo de mediano plazo, y nuevas presiones sobre los sistemas nacionales de educación, salud y protección social más allá de la crisis. Esta situación será difícil de afrontar sin redefinir los arreglos familiares y los pactos y contratos sociales de una forma más justa, igualitaria y sostenible.
Estamos en las primeras dos décadas de este siglo XXI, enfrentando lo que posiblemente será la peor crisis del siglo. En este contexto, nuestras sociedades, nuestras instituciones y los movimientos sociales tienen una oportunidad única para transformar los patrones sociales y económicos que han oprimido a las mujeres durante décadas y proponer nuevas formas de organización social de los cuidados que no perpetúen la desigualdad.
La inversión en políticas de cuidados genera un triple dividendo, ya que, además de contribuir al bienestar de las personas, permite la creación directa e indirecta de empleo de calidad y facilita la participación de las mujeres en la fuerza de trabajo lo que supone un retorno en ingresos para el Estado vía impuestos y cotizaciones y una mayor renta para las familias, efectos que sin duda deben ser aprovechados para luchar contra los efectos de la crisis. En el corto plazo, es fundamental que las medidas y planes de contingencia para mitigar los impactos inmediatos de la pandemia y los planes de recuperación socioeconómica de mediano y largo plazo, coloquen las políticas de cuidados en el centro del diseño y la implementación.
América Latina y el Caribe ha sido una región pionera en el reconocimiento y medición del uso del tiempo de mujeres y hombres. Algunos países han dado pasos muy importantes instalando sistemas nacionales de cuidados, como es el caso de Uruguay. Desde CEPAL y ONU Mujeres venimos trabajando codo a codo con los gobiernos y las organizaciones de la sociedad civil, de mujeres y feministas para responder a la crisis del COVID-19, anticipando y aportando soluciones y alternativas para reducir su impacto en la vida de las mujeres. Es momento de ir más allá y promover sistemas de cuidados integrales, incorporando desde su diseño a todas las poblaciones que requieren cuidados y generar sinergias con las políticas económicas, de empleo, salud, educación y protección social, sobre la base de la promoción de la corresponsabilidad social y de género. Esta es la única manera de afrontar los retos que nos ha presentado la pandemia y avanzar en contratos sociales que permitan enfrentar el aumento de la pobreza y la inseguridad alimentaria y lograr la igualdad y la sostenibilidad sin dejar a nadie atrás.
María Noel Vaeza, Alicia Bárcena es directora Regional ONU Mujeres. Alicia Bárcena es secretaria ejecutiva de la oficina para las Américas y el Caribe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
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