El país de las sombras largas
Cuba cierra otro año más de penurias, con gentes más empobrecidas, más desencantadas y desesperanzadas
—Hijo mío, ¿dónde estás?
—¡Perdido, en la más profunda oscuridad!
(Julio Verne, Viaje al centro de la Tierra)
Desde la azotea de mi casa tengo una vista panorámica de La Habana. El plano abarca los barrios periféricos del Sur, como el mío, y corre hasta los edificios altos del Norte, incluso un poco más allá, y puedo entrever el mar movido por la corriente del Golfo, que es el fin de la isla o...
—Hijo mío, ¿dónde estás?
—¡Perdido, en la más profunda oscuridad!
(Julio Verne, Viaje al centro de la Tierra)
Desde la azotea de mi casa tengo una vista panorámica de La Habana. El plano abarca los barrios periféricos del Sur, como el mío, y corre hasta los edificios altos del Norte, incluso un poco más allá, y puedo entrever el mar movido por la corriente del Golfo, que es el fin de la isla o el comienzo del resto del mundo. Desde hace meses, en las noches, de ese paisaje entrañable solo logro ver islotes iluminados y, en muchas ocasiones, apenas puntos refulgentes, luces de contingencia que a duras penas quiebran la penumbra envolvente, tan agobiante. Es el imperio de la oscuridad, la erosiva realidad cotidiana del apagón de largas horas en que vive la ciudad y, con más persistencia y furor, el interior del país. Si desde mi azotea pudiera elevarme en el globo de Phileas Fogg y observar el mapa de la isla, comprobaría que tres quintas partes del territorio nacional están a oscuras. Un día y otro, y así durante semanas, meses que ya se acumulan en años. Cuba se ha convertido en El País de las Sombras Largas, sin los esquimales de la novela de Hans Ruesch.
Así ha llegado para mis compatriotas este fin de 2025 y así mismo amanecerá el nuevo 2026 para el que se prometen “ligeras mejorías”. Olvidados están el turrón de Alicante y la sidra asturiana; incluso para muchos también el cerdo asado comprado en el mercado o mejor el que era criado en los patios y solía ofrendar sus sabores y olores a las fechas. Mientras, a tono con la áspera situación, las habituales fórmulas de felicitación navideña y deseos de próspero Año Nuevo han sido sustituidas por expresiones clave que sintetizan la realidad más concreta: tras la omnipresente palabra apagón, desfilan mosquitos, repelente y chincungunya (o dengue, oropuche, zika, los miembros de la familia extendida de virus tropicales en acción), pues seguramente más de la mitad de la población establecida en la isla ha sufrido los rigores de una epidemia que demoró semanas en ser oficialmente reconocida, con recuento de víctimas incluido.
Y, como colofón del léxico nacional en boga, y porque es un poderoso pero sobre todo un esquivo caballero, se habla de don dinero. En realidad, de falta de dinero. Porque los salarios nunca alcanzan, porque la economía nacional está cada vez más dolarizada, porque el acceso a las divisas pasa por el mercado informal y el cambio del dólar y el euro hace mucho está por encima de los 400 pesos en un país donde los salarios promedian 5.000 o 6.000, y las jubilaciones si acaso 3.000… o sea, entre 15 y 7 dólares al mes. Mientras, el costo de la vida se ha multiplicado, con una brutal devaluación de la moneda nacional, gracias también a medidas gubernamentales como la llamada Tarea Ordenamiento Monetario, que, como era casi previsible, provocó un mayor desorden y una extendida pobreza adquisitiva.
Un punto dramático en esa novela de la vida de los cubanos fue, ya entrado el mes de diciembre, la noticia de que el defenestrado exministro de Economía Alejandro Gil era juzgado y condenado a prisión perpetua por todas las maldades que había cometido, desde el espionaje (no sabemos a favor de quién) hasta robarse cuños. ¿Será el culpable de algunas de las miserias en curso?
Pero mientras en algunos barrios de La Habana y en otras localidades del país los vecinos dan alaridos de desesperación y tocan calderas, algunos incluso enriquecen su vocabulario de penalidades hablando de la ecuación Venezuela-Trump, de imprevisible desarrollo y de muy posibles nefastas consecuencias no solo para los implicados directamente, o indirectamente (como los cubanos), sino para el mundo de hoy y de mañana. Aunque todo es como un déjà-vu histórico, solo que en lugar de las cañoneras de hace un siglo, los argumentos de la doctrina Monroe viajan ahora en gigantescos portaviones y submarinos nucleares.
Y también puede que algunos de mis compatriotas pasen estos días mirando al cielo pues en un avión furtivo bien podría regresar deportado a la isla el familiar que hace dos, tres años lleno de ansiedades se jugó la vida y recorrió la ruta centroamericana de los coyotes y fue admitido en Estados Unidos o incluso pueden ser retornados algunos de los entonces afortunados que entraron allí con visados legales (parole humanitario le llamaban). Cualquiera de ellos, por su condición de migrantes y gente llegada del Tercer Mundo (sucio, turbulento, culturalmente contaminante) puede ser encausado y devuelto por indeseado a la isla natal. Es la cada vez más feroz política migratoria y de naturalización del presidente Trump, el mismo político por el que votaron (y volverían a votar) tantos compatriotas cubanos asentados en el país que proclamaba en una antes venerada estatua erigida a la libertad “Dadme a vuestras masas cansadas/ vuestros pobres…”, etcétera y etcétera.
Entre tanta oscuridad física y mental, de presagios de turbulencias aún mayores, en estas semanas de cambio de calendarios también se escuchan anuncios oficiales que a la gente común le parecen salidos de ese lugar oscuro del centro de la tierra. Y es que, como parte del Programa de Gobierno para Corregir Distorsiones y Reimpulsar la Economía, se han proclamado medidas sin fecha de ejecución ni explícitos mecanismos de realización, como el de la venta de combustibles en divisas y su importación directa, la comercialización mayorista a cualquier actor económico con capacidad de pago o la posible creación de nuevas zonas especiales de desarrollo. También se decretó la por tanto tiempo esquivada mayor participación de capital foráneo en la banca y las finanzas, una intención que, curiosamente, llega junto con la invitación a inversores ya asentados en la isla a abrir nuevas cuentas y, por el momento, olvidarse de lo que tenían acumulado en las antes operativas y más o menos congeladas desde hace tiempo por falta de liquidez. Y, luego de tanto dilatar la decisión, además se proclama la posibilidad de que los inversionistas contraten y paguen directamente a sus empleados y no como hasta ahora, a través de una agencia gubernamental que cobraba al inversionista y pagaba al empleado… según el salario que esa agencia decidía que le correspondía al trabajador… por ser cubano.
El Programa engloba, por cierto, 10 Objetivos Generales, unos 106 Específicos, un total de 342 Acciones y 264 Metas e Indicaciones. Todo muy necesario, quizás hasta posible y deseable, pero con vaguedades y ausencias que parece comunicarse en una jerigonza incomprensible o demasiado lejana a una mayoría de la población del país que vive una realidad cada vez más oscura, más lastrada por las agresiones y las secuelas de los virus impíos, con gentes más empobrecidas y, por lógica ecuación, más desencantadas y desesperanzadas.
Y así cerramos otro año (otro más) de penurias. Entre crecientes presiones externas e ineficiencias y desaciertos internos, en unos días de jubileo en los que, más por costumbre que por convicción, hasta seamos capaces (tercos que somos) de desearle a familiares y amigos una feliz Navidad y hasta un próspero Año Nuevo. Y ojalá y los deseos y las palabras al menos alimenten el espíritu. Para muchos eso es lo que queda: el espíritu resiliente de los cubanos.