El camino equivocado hacia la paz en Ucrania
Si se presiona a Kiev para que acepte condiciones que equivalen a una derrota, el mundo llegará a la conclusión de que para disuadir una futura invasión es necesario tener armas nucleares
La semana pasada Rusia atacó a civiles ucranios con más de 500 drones, misiles crucero y cohetes. La mayoría de estos drones fueron derribados, pero el ataque alcanzó dos edificios de departamentos en Ternópil, en el oeste de Ucrania, matando al menos a 31 personas, entre ellas seis niños. Hogares, tiendas, oficinas de correos y cen...
La semana pasada Rusia atacó a civiles ucranios con más de 500 drones, misiles crucero y cohetes. La mayoría de estos drones fueron derribados, pero el ataque alcanzó dos edificios de departamentos en Ternópil, en el oeste de Ucrania, matando al menos a 31 personas, entre ellas seis niños. Hogares, tiendas, oficinas de correos y centrales eléctricas de toda Ucrania también ardieron como consecuencia de este bombardeo.
Pero este crimen de guerra, el último de la guerra criminal de Rusia, quedó eclipsado por la revelación de que el presidente ruso, Vladímir Putin, y el presidente estadounidense, Donald Trump, han estado negociando un acuerdo en secreto. Según se informa, el plan de 28 puntos, redactado por el enviado especial estadounidense Steve Witkoff, un promotor inmobiliario multimillonario y magnate de las criptomonedas, y Kirill Dmitriev, director del fondo soberano ruso, está muy sesgado a favor del Kremlin. Trump le ha exigido a Ucrania que acepte este acuerdo secreto antes del 27 de noviembre, aunque también ha dicho que puede que no sea su oferta definitiva.
Además de la injusticia básica de permitir que un agresor decida el resultado de la guerra que inició, seis problemas fundamentales rodean a este plan de “paz”.
Para empezar, aumentaría el riesgo de una guerra nuclear. Si se presiona a Ucrania para que acepte unas condiciones que equivalen a la derrota, el resto del mundo llegará a la conclusión de que, para disuadir una futura invasión por parte de Rusia, China o cualquier otra potencia nuclear es necesario poseer armas nucleares. La capitulación forzada de Ucrania conlleva proliferación nuclear y una probabilidad significativamente mayor de una Tercera Guerra Mundial nuclear.
Ese riesgo refleja el segundo problema del plan de paz de Trump: sus implicaciones para un orden internacional que descansa en el principio de que las fronteras nacionales son inviolables. Sin duda, se producen transgresiones, pero son la excepción, no la norma. Respaldar ese comportamiento —como haría Trump al recompensar a Rusia por invadir Ucrania— es tan descabellado que sacudiría el sistema. En su forma actual, el pacto Witkoff-Dmitriev corre el riesgo de crear un mundo en el que las invasiones y las guerras se vuelvan una cuestión de rutina.
En tercer lugar, acceder a las exigencias que el Kremlin lleva tiempo planteando socavaría la paz y la estabilidad regionales. Si los términos del acuerdo dejan a Rusia en una posición más fuerte que Ucrania, Putin se verá animado de todas las formas posibles —legales, morales, psicológicas y económicas— a seguir librando la guerra en Europa.
En cuarto lugar, el plan de Trump no prevé mecanismos de aplicación creíbles. Dado que Rusia ha violado todos los acuerdos a los que ha llegado con Ucrania, las garantías del Kremlin de que no intentará apoderarse de más territorio ucranio carecen de sentido.
Las garantías de seguridad de Estados Unidos también carecen de sustancia, especialmente bajo una Administración a la que poco le importa la honestidad y el trato justo. La única medida disuasoria significativa contra una nueva agresión rusa es que Ucrania entre en la OTAN, algo que el acuerdo propuesto prohíbe expresamente.
Al dar prioridad a la fantasía imperial de Rusia sobre la voluntad democrática de Ucrania, el plan de Trump elude la cuestión de la reconstrucción —el quinto tema principal—. La paz es más que la ausencia temporal de hostilidades. Estoy seguro de que Rusia aceptaría un alto el fuego durante días —o tal vez incluso semanas— a cambio de la eventual capitulación de Ucrania. Pero la paz real significa garantizar que Ucrania conserve su soberanía y pueda defenderse, unirse a alianzas y, lo que es más importante, reconstruirse. Si bien el acuerdo propuesto no lo contempla, los aliados de Ucrania han presentado planes perfectamente razonables (y, de hecho, rentables) para reconstruir el país y atraer la inversión extranjera.
El último problema, y quizás el más fundamental, es el proceso. Lo que sabemos de la historia es que para garantizar un acuerdo de paz duradero es necesario involucrar a todas las partes interesadas. Recordemos que, tras la Primera Guerra Mundial, los países considerados agresores quedaron excluidos de la parte más crítica de las negociaciones de paz, una decisión que contribuyó al estallido de la Segunda Guerra Mundial.
En este caso, los ucranios, víctimas de la agresión, no fueron consultados en la preparación del plan de paz, que parece haber sido dictado por los rusos y traducido al inglés por los estadounidenses. (Puede que esta idea no sea tan descabellada como parece: se ha informado ampliamente que Witkoff, cuando negocia con Putin, cuenta con un traductor proporcionado por el Kremlin).
La siguiente parte interesada más importante, los aliados europeos de Ucrania, también se vieron sorprendidos por el secretismo de Trump a la hora de negociar. Si se quiere alcanzar una paz auténtica, que permita defender y reconstruir a Ucrania, estas partes deben sentarse a la mesa de negociaciones.
El enfoque de Trump no funcionará. Si se excluye a actores importantes del proceso de paz, es imposible comprender plenamente las cuestiones relevantes y recabar la información necesaria. Al excluir a Ucrania y a sus aliados europeos de las negociaciones para llegar a un acuerdo, Rusia y Estados Unidos pueden dejar a los ucranios sin otra opción que luchar. Trump quizá piense que puede lavarse las manos en lo que concierne a Ucrania, pero el problema no se habrá resuelto.
El anhelo de Trump de ganar un Premio Nobel de la Paz —una de las vulnerabilidades más conocidas en la historia de las relaciones internacionales— ha llevado a un intento mal concebido de alcanzar un acuerdo de paz que, de llevarse a cabo, prácticamente garantizaría un conflicto futuro. Mientras la Administración estadounidense intenta intimidar a Ucrania y a sus aliados para que acepten una “paz” injusta que nunca durará, debemos seguir pidiendo que se escuche, se respete y se apoye a los ucranios.