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Contra Europa, contra el mundo

Donald Trump busca configurar un mundo unipolar de aroma imperial, carente de normas, procedimientos y organismos que resuelvan en concordia los diferendos

Todo es malo. Y ocurre simultáneamente. El unilateralismo radical de Estados Unidos desafía a Europa y al mundo. Grandes sucesos se aglomeran en pocas horas.

Y en todos ellos el Gobierno de Donald Trump ignora o maltrata a sus aliados (su proyecto de paz para Ucrania) con iniciat...

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Todo es malo. Y ocurre simultáneamente. El unilateralismo radical de Estados Unidos desafía a Europa y al mundo. Grandes sucesos se aglomeran en pocas horas.

Y en todos ellos el Gobierno de Donald Trump ignora o maltrata a sus aliados (su proyecto de paz para Ucrania) con iniciativas que les perjudican; boicotea foros multilaterales (el G-20); o los erosiona participando solo residualmente (la conferencia climática de Belém).

Ausencias, boicoteos y propuestas que son diktats ―al ir acompañadas de ultimátums―, configuran una caja de herramientas variada. Pero en todas ellas palpita la confrontación. Y en todas late un propósito único: configurar un mundo unipolar de aroma imperial, carente de normas, procedimientos y organismos que resuelvan en concordia los diferendos.

Un mundo en el que las demás potencias son buenas o malas a su capricho y humor: complicidad profunda con la Rusia de Putin; enfrentamiento sincopado para la China de Xi; tentativa de sometimiento contra Europa. Y en el que todas las naciones quedan huérfanas de instancias y pactos duraderos que las aseguren y protejan.

Un mundo cuya única ley es la voluntad del tirano, solo limitada por la capacidad de brindarle complacencias. O resistencia heroica, en desorden individual.

Ese es el designio del plan de 28 puntos para Ucrania, que sigue la pauta del que planteó para Palestina. Con el resultado, pronosticado y verificado, de un alto el fuego más nominal que real. En el que apenas cambia la densidad de las acciones bélicas, y el acceso a cierta ayuda alimentaria.

Con agravantes: el plan para Ucrania certifica la traición de Trump a las posiciones de su propio país en favor de la integridad territorial del invadido, y al derecho internacional en que se apoya: valida el dividendo de la conquista. Y consagra la deslealtad a sus aliados de la UE (y la OTAN), primer contribuyente civil y militar a la resistencia y principal víctima energética y securitaria de la invasión… tras los propios ucranios.

El magnate transgresor reproduce pautas de poder que usó en su guerra arancelaria. Como en ella, la respuesta de Europa es ambivalente. Acierta al prestar resistencia (aunque blanda, patética) ante cada medida. Y en buscar aliados bilaterales, como indica la urdimbre de nuevos o perfeccionados acuerdos comerciales y de seguridad con tantos países: Canadá, Australia, Japón, Mercosur, India, Indonesia… Incluso, basculando entre recelo y necesidad, con China.

Pero a esa red le falta un motor: la llamada a un foro multilateral mundial, abierto, que revitalice, renueve o genere alternativas a instituciones arbitrales esterilizadas (la OMC), en decadencia (la OMS) y políticas cortocircuitadas como las de la ayuda al desarrollo. Si los europeos carecemos de esa capacidad de convocatoria, ¿cómo aspiramos a ejercer un papel de actor clave en este nuevo e inhóspito mundo?

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