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Sareb, reconocimiento de un fracaso

La mala gestión de la crisis inmobiliaria deja a los contribuyentes una factura multimillonaria

Cuando la Sareb nació en 2012, lo hizo bajo la premisa de ser una pieza clave en la gestión de la crisis financiera y en la limpieza de los balances bancarios tras estallar la burbuja inmobiliaria. La creación de un banco malo para asumir los activos tóxicos inmobiliarios se hizo bajo la insistencia del Gobierno presidido entonces por Mariano Rajoy en que la iniciativa no costaría nada al contribuyente. Como nos temíamos, no va a ser así. Serán los ciudadanos los que acaben pagando una factura que no bajará de 16.500 millones de euros cuando se proceda a la liquidación de la empresa pública, en 2027.

El cometido de la Sareb era absorber los activos ruinosos de la crisis inmobiliaria (créditos fallidos, suelos, promociones sin terminar, casas invendibles) procedentes sobre todo de las cajas de ahorros, para después venderlos progresivamente y amortizar la deuda que había emitido para comprarlos con aval estatal. En total, la Sareb absorbió casi 51.000 millones de euros de estos activos tóxicos. La idea era tan simple como irreal: las valoraciones eran demasiado optimistas, los precios se desplomaron y los gastos de gestión y litigios se multiplicaron. El entonces ministro de Economía, Luis de Guindos, llegó a asegurar que el banco malo daría una rentabilidad del 15%. Ha dado pérdidas desde el primer día.

Trece años después de su creación, lo que se pensó como un puente temporal se ha convertido en una carga estructural. El banco malo se ha convertido más en un contenedor de pérdidas que en un instrumento para recuperar el dinero invertido por el Estado en el rescate del sector financiero. De hecho, la decisión del Gobierno a principios de este año de transferir gratuitamente más de 40.000 viviendas y 2.400 parcelas de la Sareb (valorados en unos 5.900 millones de euros) a la empresa que gestiona el parque público de vivienda (Sepes) supone la renuncia definitiva a su objetivo original y el reconocimiento de un fracaso: el mercado no pudo absorber esos activos, y la sociedad termina pagándolos dos veces, primero al rescatar bancos, y luego al rehabilitar sus despojos.

Por mucho que desde el punto de vista social sea plausible utilizar los medios disponibles por el Estado para su política de vivienda, conviene no hacerse trampas en el solitario y ser conscientes de que el giro social de la Sareb se hace a costa de renunciar a recuperar el dinero.

En el fondo, la Sareb se ha convertido en un símbolo de cómo España gestiona las consecuencias de sus crisis. No hay ingeniería financiera capaz de esconder los resultados de una mala política económica porque las pérdidas, tarde o temprano, se materializan. Y si no se corrige el modelo que las genera, el ciclo se repite. Conviene no olvidarlo ahora que la vivienda vuelve a estar, aunque sea por otros motivos, en el centro de la preocupación de los ciudadanos.

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