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Una oportunidad para Bolivia

El triunfo de Rodrigo Paz debe abrir un camino hacia la estabilidad institucional que supere la dañina confrontación partidista

El triunfo de Rodrigo Paz en las elecciones presidenciales de Bolivia abre un nuevo episodio en la historia política del país andino. Paz asume la presidencia de una nación que, tras casi dos décadas de hegemonía del Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo Morales, enfrenta el desafío de reinventarse y de reconciliarse consigo misma. Su llegada al poder, clara y contundente, ofrece a un país herido por la fractura política y social una oportunidad de recomposición nacional, de mirar hacia adelante en lugar de quedar atrapado en las fracturas del pasado. El reto es enorme, pero también lo es la esperanza de que Bolivia pueda, por fin, encontrar un camino de estabilidad y crecimiento después de tantos años de desencuentros.

La victoria de Paz, representante de un espectro político entre el centro y la derecha, pero sin los tintes radicales de su contrincante Tuto Quiroga, no significa simplemente un cambio de partido en el poder. Supone, más bien, la posibilidad de un nuevo equilibrio, de un giro hacia la moderación y el pragmatismo en un país acostumbrado a la confrontación ideológica. En lugar de apostar por la revancha, Paz ha insistido en un discurso de inclusión, en la necesidad de gobernar para todos y tender puentes. Su promesa económica resume esa aspiración: una economía que premie el emprendimiento, pero que no abandone a los sectores más vulnerables; un desarrollo que no dependa solo de la bonanza de los recursos naturales, sino de la diversificación, la innovación y la apertura.

Bolivia arrastra profundas debilidades estructurales: la informalidad, la desigualdad, la corrupción y la fragilidad institucional. La nueva administración deberá enfrentarlas con realismo, transparencia y sentido de urgencia. El país no puede permitirse más improvisaciones cortoplacistas. El crecimiento económico no será sostenible si no se acompaña de una mejora sustancial en la calidad de la democracia y en la confianza en las instituciones.

Para que este nuevo ciclo tenga éxito, es esencial que quienes ahora asumen el poder privilegien la estabilidad institucional. La gobernabilidad no se construye solo con mayorías parlamentarias, sino también con gestos políticos de inclusión y reconciliación. Bolivia no necesita ajustes de cuentas ni purgas simbólicas: exige políticas claras, justicia equilibrada, transparencia y un horizonte que devuelva la fe en el futuro. La tarea de Paz será gobernar sin sectarismo, sin alimentar resentimientos.

La oposición tiene también una responsabilidad ineludible. Desde Quiroga hasta el MAS, todos deben aceptar el veredicto de las urnas y contribuir a la gobernabilidad. Su papel no es destruir, sino fiscalizar; no incendiar, sino dialogar; no bloquear, sino construir alternativas. La democracia se fortalece cuando las diferencias se procesan en las instituciones, no en las calles ni en las redes sociales. El país necesita líderes capaces de entender que la confrontación permanente solo posterga las soluciones.

Bolivia debe asumir que el cambio no puede basarse en la ruptura total con el pasado, sino en su superación constructiva. Reformar la economía, fortalecer las instituciones, garantizar los derechos, reducir la informalidad y ampliar las oportunidades deben ser prioridades comunes, no banderas partidistas. Para lograrlo, harán falta pragmatismo, diálogo y visión de Estado. La legitimidad política que Rodrigo Paz ha obtenido no es un cheque en blanco. Si su Gobierno entiende que el mayor capital que posee es la confianza de la ciudadanía, Bolivia puede iniciar un ciclo de estabilidad y esperanza tras años de crispación.

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