¿Hacia el final del genocidio? Sí, genocidio
No hay que esperar sentencias para nombrar a las cosas por lo que son
Ojalá la propuesta de paz en marcha desemboque en un final del genocidio israelí aún en marcha contra los palestinos de Gaza. Pese a sus renglones trumpistas torcidos (y el esfuerzo de tragarlos), eso no es imposible. Pero para ello conviene seguir...
Ojalá la propuesta de paz en marcha desemboque en un final del genocidio israelí aún en marcha contra los palestinos de Gaza. Pese a sus renglones trumpistas torcidos (y el esfuerzo de tragarlos), eso no es imposible. Pero para ello conviene seguir nombrando las cosas por su nombre: un genocidio es un genocidio.
¿Por qué? Porque las causas que originan la propuesta de parar las armas son variadas: la necesidad de Washington de no encerrarse en un aislamiento espartano (incluida el ansia de su jefe por un Nobel); el abrumador reconocimiento del Estado palestino en la ONU; las propuestas de sanciones; las movilizaciones (manifestaciones, apoyos de los cocineros, boicot a eventos deportivos, flotillas…); la evidencia televisiva del exterminio en curso… y su descripción como genocida por el buen periodismo; la intelectualidad, incluyendo grandes Hombres Justos judíos, y un sector de políticos europeos.
Algunos, como Emmanuel Macron, aplazan esa apelación al criterio de los historiadores: pero la historia definió así a la masacre armenia por el Imperio Otomano desde 1915: ¡83 años antes de que lo hiciera la Asamblea Nacional francesa, en 1998! Otros, los conservadores españoles, la paralizan hasta que dictamine la justicia internacional, y así buscan congraciarse con los exterminadores.
Quizá ignoran que la primera justicia internacional penal contemporánea, el Tribunal de Núremberg, condenó en 1946 a los jerarcas nazis como culpables de “crímenes de guerra”, pero no consideró que el Holocausto a los judíos fuera genocidio, pese a las evidencias que lo consagraron como paradigma de esa figura.
Así que no hay que esperar sentencias para nombrar a las cosas por lo que son. En el lenguaje popular, académico, o periodístico. Anterior, claro, al judicial. Todos son legítimos, y solo el último sancionador final. El derecho examina, después. La crónica retrata, ahora. Guía indispensable: el relato de Guillermo Altares, Genocidio, el poder una palabra (en Babelia, este sábado).
Con esos distintos tempos, ha pasado demasiado hasta la primera condena penal por genocidio. Hasta 1998, cuando la emitió el Tribunal Penal internacional para Ruanda contra un alcalde, ni siquiera contra el Gobierno hutu.
Era la primera aplicación judicial de la figura formalizada por vez primera medio siglo antes, en la Convención para la prevención y sanción del delito de genocidio (ONU, 9/12/1948). Añadía a las figuras del “crimen de guerra” o de “lesa humanidad” su comisión “con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”. Doble clave: intención de destruir a un pueblo. Aunque fuese con la coartada de perseguir el asesinato múltiple perpetrado por Hamás el próximo martes hará dos años.
Puede impedirse ahora la completa realización del intento exterminador. Pero nunca excusar su ejecución, siquiera parcial.
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