Ante nosotros, la Ciudad de Dios
Dos años después del inicio de la guerra en Gaza nada está claro; ni las circunstancias en las que comenzó, ni mucho menos cómo va a terminar
1. Por aquí, la sociedad está dividida entre quienes ya no soportan oír hablar de Gaza y quienes son incapaces de dejar de pensar en nada que no sea Gaza. Me incluyo en estos últimos, porque la magnitud de cuanto se está viviendo en esa franja de tierra a orillas del Mediterráneo, y lo que ocurre ahora ...
1. Por aquí, la sociedad está dividida entre quienes ya no soportan oír hablar de Gaza y quienes son incapaces de dejar de pensar en nada que no sea Gaza. Me incluyo en estos últimos, porque la magnitud de cuanto se está viviendo en esa franja de tierra a orillas del Mediterráneo, y lo que ocurre ahora en la propia Ciudad de Gaza, cuyo grado de sufrimiento no podemos ver sobre el terreno, pero podemos intuir gracias a los satélites, ha alcanzado una dimensión simbólica que parece condensar algo que tiene que ver con el destino de la humanidad.
Hacen bien, pues, quienes pasean por la tarde en el jardín, escuchando a los pájaros y oliendo las flores para poder dormir tranquilos, en distanciarse de los supuestos discursos tremendistas y del análisis frío del fracaso del derecho ante el poder de la fuerza. Con todo, no creo que la guerra entre las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) y Hamás deje de perturbar el sueño de quienes ya no soportan oír hablar de Gaza, porque una cosa es no querer hablar y otra no querer sentir. Hartos o comprometidos, creo que a todos nos asalta la misma sospecha de que la reproducción de la lógica de la destrucción mediante la fuerza armada ha irrumpido definitivamente en nuestras vidas desde el 7 de octubre de 2023. Desde entonces, nos ha sido revelado lo que había permanecido más o menos oculto: pueblos que deberían haberse comprometido en construir vecindades pacíficas, como anhelaban políticos, músicos y poetas, israelíes, árabes y palestinos, han acabado prisioneros de fanáticos religiosos extremistas, cada uno por su lado, que impiden toda negociación y diálogo.
2. Fanáticos que se consideran a sí mismos sagrados, a los que se unen fanáticos profanos procedentes de campos mercantiles de todas partes. Y así, hay manos que empujan a esos niños de mirada desencajada, olla en mano para obtener un cucharón de caldo, con la mirada fija en nosotros, desgreñados, desnudados y empujados allí por manos muy diferentes, y la mayor parte de esas manos nunca quedarán claramente identificadas.
Es la conciencia de ese colectivo indeterminado, cada vez más agudizada a medida que se comprende la lógica de los conflictos, lo que ayuda a generar un sentido global de responsabilidad compartida. Es posible que quienes deploran la iniciativa de la flotilla de los cuatro barcos que han intentado romper el bloqueo de la franja de Gaza en estos días no lo entiendan. La idea de que el propósito de los activistas es simplemente ayudar a Hamás me parece miope. Quienes han tomado parte en la flotilla, ya sea por razones humanitarias o propagandísticas, responden a un grito de fraternidad dirigido no solo a los palestinos acorralados en su campo de concentración, sino también a todos los israelíes confinados al otro lado, sometidos a una lógica de guerra enloquecida que los aísla del mundo del que aman formar parte y con el que necesitan dialogar.
3. De hecho, en medio de la proyección de lo que sucedía en Rafah, la noticia que se extendió por todo el mundo hace unos tres meses de que Gaza sería destruida para construir sobre sus ruinas una nueva Riviera no ha desaparecido del horizonte, sino que ha adquirido nuevas formas, sobre todo porque la retórica del presidente que se inventó la imagen de un patio de recreo palestino sin palestinos sigue en el aire. Bajo la apariencia de una boutade, se trata de una imagen difícil de erradicar de la mente. Permanece en ella como un virus e impregna el documento de 20 puntos que la Administración estadounidense presenta como solución al conflicto. Al leer lo que se ha divulgado de esos 20 puntos, que parecen sensatos, aplicables y urgentes, persisten dos serios obstáculos: la duda de si Hamás se desarmará alguna vez por iniciativa propia, y el recelo de que bajo la mesa de negociaciones se esconda el espejismo de varias Rivieras en proceso de diseño, interpretadas por artistas ilustres.
Reconstruir lo destruido por la guerra se convierte en una debida reparación que efectúa la Historia, pero destruir deliberadamente para obtener beneficios inmobiliarios de la reconstrucción, y la sustitución de un pueblo por otro, en cualquier territorio, es un crimen. Hemos visto desarrollarse este proceso ante nuestros propios ojos. Y dos años después del inicio del conflicto, nada está claro, ni siquiera las circunstancias en las que dio comienzo, y mucho menos cómo va a terminar.
4. Recuerdo, a este respecto, una conversación a la que asistí en Le Havre, la legendaria ciudad portuaria de Normandía. Estuve allí hace un año con ocasión de un festival literario. Sabía poco de la ciudad, solo las nociones corrientes que nos enseña la Historia y algunas canciones portuarias, todas más o menos románticas. También sabía que Le Havre había sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco por su ejemplar reconstrucción en la posguerra. Pero en el libro que nos dieron sobre el asunto, solo había un pequeño recuadro de 50 palabras con la fecha de 1944. El resto del volumen estaba dedicado a las glorias de la ciudad, evocando todo tipo de avances tecnológicos con miras al futuro. Sin embargo, durante un almuerzo celebrado en el Ayuntamiento, el antiguo primer ministro de Francia, ahora alcalde de Le Havre, Édouard Philippe, no se detuvo en el resumen, sino que evocó la Operación Astonia, que tuvo lugar entre el 5 y el 6 de septiembre de 1944, y, señalándonos una iglesia en lo alto de una colina, nos explicó que, tras los bombardeos, fue prácticamente el único edificio de la ciudad que quedó en pie. El resto, el 90% de la ciudad, había sido arrasado, junto con su población. No quedaba nada del antiguo puerto de Le Havre.
5. Así, de repente, se produjo una breve excavación en el tiempo. Se habló de los 5.000 fallecidos, de los 80.000 heridos, de los hogares destruidos, de las calles, del puerto completamente devastado. Sin embargo, según decía Édouard Philippe, la ciudad de Le Havre supo erguirse batalladoramente en el aire y ahora era próspera, reconstruida con vigor sobre un pasado reciente. Pero alguien del grupo dijo con ironía: “Ya vemos cómo se ha hecho realidad la Ciudad de Dios. San Agustín prometió que, en el cielo, la ciudad de la cizaña se separaría de la ciudad del trigo. Y así, la ciudad de los hombres, la de los ruines e incrédulos, se separaría de la ciudad de los fieles. Es evidente que Dios, desde 1944, se ha estado esforzando por separar a unos de otros. Pero sin mucho éxito al parecer...”, dijo un francés amante de la filosofía, y luego fuimos a almorzar.
Al fin y al cabo, y volviendo a lo concreto, Ciudad de Gaza tiene una historia tan larga y difícil como la de cualquier ciudad costera. Ha cambiado de manos miles de veces. Conoció el cetro de los antiguos egipcios en la Edad de Bronce, y más tarde de los filisteos, los romanos, los musulmanes, los cruzados cristianos, los mongoles, los otomanos, los británicos, otra vez los egipcios, los israelitas, y después pasó a los palestinos, y los palestinos de Al Fatah se enfrentaron con los de Hamás, y Hamás tomó Gaza, e Israel y Egipto establecieron el bloqueo del territorio de Hamás, por tierra y por mar. Y entonces llegó el 7 de octubre, y se produjo una carnicería mutua, que aún prosigue esta mañana y proseguirá esta tarde. Y proseguirá mañana y pasado mañana, con la tierra muy lejos del cielo. Esta es la historia del mundo que es necesario que detengamos de una vez.