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La extraña continuidad

Somos forraje digerido en las entrañas de un cuadrúpedo, tierra metabolizada, somos sol transformado en carne

Henry David Thoreau nos recuerda, en Walden, que los duros huesos de un buey están hechos de pasto. Se detiene uno ahí, en esa frase, porque, joder, es cierto. Lo sabíamos, pero nunca nos habíamos detenido a pensarlo. ¿Cómo es posible que un tallo se transforme en mirada bovina, en bramido, en costillar, en pezuñas? ...

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Henry David Thoreau nos recuerda, en Walden, que los duros huesos de un buey están hechos de pasto. Se detiene uno ahí, en esa frase, porque, joder, es cierto. Lo sabíamos, pero nunca nos habíamos detenido a pensarlo. ¿Cómo es posible que un tallo se transforme en mirada bovina, en bramido, en costillar, en pezuñas? La ciencia lo explica con palabras largas: metabolismo, proteínas, síntesis, aminoácidos, enzimas, fermentación, catabolismo, anabolismo, glucosa, celulosa, qué sé yo. Palabras que nos hacen creer que lo hemos entendido. Pero detrás de ellas sigue escondido un fenómeno del todo impenetrable: el tránsito de lo vegetal a lo animal, de lo inmóvil a lo que camina, de lo callado a lo que muge. Te detienes a mirar una vaca y estás viendo, sin verlo, un laboratorio en el que se borran las fronteras entre universos diferentes. Apenas llega al estómago, la pradera ya no es pradera: es piel, pelo, ubres, leche, labios, lengua, párpados, pestañas, por no mencionar el cerebro, el hígado o el resto de las vísceras. Y cuando alguien se alimenta de su leche, la transformación prosigue. Lo que en su día fue una brizna vegetal se convierte en sangre humana, en risa, en lágrima, en lenguaje, en pensamiento. Podríamos decir que la pradera construye silogismos a través de nosotros, que ama y odia a través de nosotros. La pradera no para, pero se queda quieta, porque para el trabajo duro ya estamos usted y yo. De ahí, tal vez, que el olor de la hierba recién cortada nos produzca un bienestar enigmático. En el fondo de nuestro corazón sabemos que todo lo que nos mantiene en pie viene de ahí. Somos forraje digerido en las entrañas de un cuadrúpedo, tierra metabolizada, somos sol transformado en carne. El misterio de la vaca, si me lo permiten, es una especie de eucaristía. Ella solo nos lo recuerda con cada bocado, con cada masticación lenta que constituye un cálculo sobre la extraña continuidad de la existencia.

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