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El llanto de los niños

Hay ocasiones en que nuestros representantes nos hacen sentir vergüenza, pero no fue el caso de quienes hablaron en nombre de España en la ONU

Hay algo paradójico en los seres ridículos y es que, carentes de una idea adecuada de sí mismos, montan en cólera cuando alguien señala su ridiculez. Suelen responder con violencia. Es lo que le ocurre a Trump con los cómicos. ...

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Hay algo paradójico en los seres ridículos y es que, carentes de una idea adecuada de sí mismos, montan en cólera cuando alguien señala su ridiculez. Suelen responder con violencia. Es lo que le ocurre a Trump con los cómicos. Si las escaleras mecánicas le hacen perder el paso, más que achacarlo a un sabotaje político lo que Trump teme es la mirada burlesca de Colbert, Fallon o Kimmel frotándose las manos ante un jugoso chiste futuro.

De la misma manera que existe el sentido propioceptivo que nos hace conscientes del impacto de nuestro ser en el espacio, pienso yo que debe haber por ahí otro sentido, el séptimo, que nos informa de lo que provocan nuestras palabras y lenguaje corporal en los demás. Hoy vemos a Hitler, a Mussolini o a Franquito arengando al pueblo y no nos explicamos cómo individuos a todas luces tan ridículos por su desmesura o su insipidez cautivaron a las masas. Solo se explica admitiendo que la espectacularidad del poder altera a su vez nuestro sentido de la percepción dado que preferimos ver inteligencia, carisma y liderazgo antes que reconocer que nos achantamos ante el monstruo.

Los monstruos aparecen según aumenta el estado de delirio de un pueblo. El delirio es su hábitat: lo alimentan y se alimentan de él. Por fortuna, aunque hay políticos españoles que desearían acercarnos a tal grado de disparate aún no hemos alcanzado ese momento crítico en el que un líder aprovecha su discurso ante la ONU para afirmar que él hubiera embaldosado el suelo con mármol y no con terrazo; tampoco imaginamos a un tipo amenazando al operario encargado del teleprompter (¿por qué se reían?), ni postulándose, una vez más, para el premio Nobel de la Paz.

Es el tipo de estupideces que denotan el grado de peligrosidad de un individuo. No usemos términos de salud mental para definir lo que es sencillamente narcisismo incontrolado, ignorancia y crueldad. Taras a las que se añade una masa dispuesta a reírle las gracias a un gran idiota, masa que incluye, por supuesto, al rey del Reino Unido o a algunos líderes europeos que nos provocan sonrojo.

Si hay ocasiones en que quienes nos representan nos hacen sentir miedo o vergüenza, no fue este el caso ante quienes hablaron en nombre de nuestro país en la sede de la ONU. Tanto Pedro Sánchez como el rey Felipe VI se situaron del lado de las víctimas de la barbarie, ambos señalaron la aberración que define al verdugo, también descriminalizaron la inmigración justo en el país en el que está siendo perseguida, advirtieron de los peligros del cambio climático y alertaron del fanatismo acechante. Esto, dicho en Estados Unidos, cobra más sentido.

Eran asuntos de primer orden y tan alejados del machacón partidismo que quienes se han retratado han sido los que criminalizan la inmigración, los que se arriman al fanatismo por haber perdido su centro de gravedad, los que niegan el cambio climático o desdeñan su impacto y las que, coincidiendo con una actitud creciente de denuncia ante el genocidio palestino, invitan, por ejemplo, a la sede de todos los madrileños a una representante del Gobierno israelí. Eso también es delirio. Como lo es afirmar que el Gobierno español se está quedando solo en esta cuestión: ¿no vieron a una cantidad considerable de delegados de la ONU abandonar la sala cuando Netanyahu subió al estrado?

Dado que todo se lee en la infumable clave partidista es bien seguro que aprobar el discurso del presidente y del Rey te convierta en sanchista y monárquico, como si no se tratara de una posición personal, firme y muy compartida por la sociedad española: la del horror ante la crueldad. Quienes sí se han de quedar solos son los que hoy desdeñan el dolor de los inocentes, los que ignoran las lágrimas desconsoladas del niño Jadou que busca a su padre con su hermanito Khaled a hombros. Y que el llanto de los niños se vaya abriendo paso en esta realidad delirante es un motivo para la esperanza.

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