Cómo la hórrida pinza de Trumputin entra en nuestras carnes
Los europeos sufrimos la invasión, las interferencias y las provocaciones rusas a la vez que el asalto comercial y cultural de EE UU. Los problemas van más rápido que las soluciones
La hórrida pinza de Trump y Putin se adentra en las carnes de Europa.
Desde Oriente, además de la bestial invasión terrestre en Ucrania, sufrimos operaciones híbridas rusas en los dominios del aire, del mar y cibernético. Vemos incursiones de drones, acciones navales dirig...
La hórrida pinza de Trump y Putin se adentra en las carnes de Europa.
Desde Oriente, además de la bestial invasión terrestre en Ucrania, sufrimos operaciones híbridas rusas en los dominios del aire, del mar y cibernético. Vemos incursiones de drones, acciones navales dirigidas a la disrupción o al mapeado de los cables submarinos estratégicos, y vemos operaciones de influencia para alterar resultados electorales —Georgia, Rumania y Moldavia como casos recientes más evidentes— o para sembrar la discordia en nuestras sociedades. Es una acción metódica, calibrada, que expone nuestras debilidades: los límites de nuestras capacidades militares, las dificultades de la democracia —con su ineludible apego a la libertad de expresión— para afrontar la penetración maliciosa de su ágora.
Desde Occidente, sufrimos la embestida trumpista, también en varios planos. Está la presión comercial, está la militar —para que invirtamos más y le compremos más a EE UU— y está la batalla cultural. Como ha señalado correctamente Pawel Zerka, del think tank ECFR, esta última discurre esencialmente en dos planos: un primero que busca promover en Europa fuerzas afines al movimiento MAGA, con interferencias a veces descaradas; y otro que busca humillar a Europa, a sus dirigentes, a su identidad y lo que representa, en el escenario global. Trump dijo que la UE fue creada para fastidiar a EE UU, y el texto subyacente es que nosotros abanderamos un proyecto de mundo fundado en reglas que él quiere dinamitar. Los dos planos se retroalimentan. J. D. Vance es una figura que conviene no perder de vista en esta batalla cultural.
No vimos venir estos desafíos. Poca cosa hicimos tras la invasión de Georgia en 2008, de Ucrania en 2014, tras las maniobras de influencia rusa en el Brexit, en el secesionismo catalán y en más escenarios. Por el otro lado, con el primer Trump confiamos en que sería un paréntesis de la historia. Con China también es nutrido el bando de los ingenuos —o de aquellos a los que les da igual el riesgo que entraña, porque así le conviene a su interés—. No, no hay una voluntad de alboroto en el plan ruso. Pero sí, hay que estar alerta, no olvidar nunca que es un país que no tiene ningún interés en que triunfen los derechos humanos y la democracia, que no duda en moverse en la zona opaca para avanzar en sus intereses.
No vimos venir estos desafíos, y ahora nos cuesta ver el camino para neutralizarlos.
Ante todo ello, los líderes europeos dicen a veces cosas correctas. Macron lleva hablando desde 2017 de autonomía estratégica de Europa —nadie le hizo mucho caso, y la misma Francia a veces tira para el lado contrario de lo que predica—. Merz dijo el mismo día que ganó las elecciones que Europa debe independizarse de EE UU. Pero la realidad es simple: la pinza trumputinesca actúa, con una coordinación que es no estratégica, sino espontánea, la espontaneidad de coincidir en querer un mundo regulado por la fuerza, y no por ello menos eficaz. Y mientras la pinza actúa, los europeos, por lo general, debatimos. Por supuesto hemos hecho cosas -y ahora se mueve un sensato intento de utilizar a favor de Ucrania los fondos congelados a Rusia-, pero vamos muy lentos, y los peligros de la pinza crecen mucho más rápido que las soluciones.
Una parte del problema es inherente a la naturaleza supranacional de la UE. No podemos ser tan rápidos como un Estado. Pero, en otra parte, depende de una intolerable miopía política, tanto en el plano intereuropeo como en el de políticas nacionales, que se enzarzan en tactiquillas de polarización de poca monta que lo complican todo aún más. Juzguen ustedes si esto es más sonambulismo a lo Christopher Clark o directamente ceguera a lo José Saramago. En cualquier caso, mientras, la hórrida pinza se adentra en nuestras carnes.