Reconocimiento de Palestina, palabrería hueca
Si la medida no va acompañada de otras que frenen la violencia israelí y alivien de inmediato a los palestinos, todo queda en un simple gesto para la galería
Ojalá fuera otra cosa. Ojalá fuera una sincera muestra de defensa de los valores y principios que decimos defender. Ojalá fuera un gesto acompañado de decisiones que hagan ver a Israel (no solo a sus supremacistas gobernantes) que lo que están haciendo —masacrando Gaza, anexionándose Cisjordania y violando la soberanía d...
Ojalá fuera otra cosa. Ojalá fuera una sincera muestra de defensa de los valores y principios que decimos defender. Ojalá fuera un gesto acompañado de decisiones que hagan ver a Israel (no solo a sus supremacistas gobernantes) que lo que están haciendo —masacrando Gaza, anexionándose Cisjordania y violando la soberanía de Líbano, Siria, Irán, Yemen y Qatar— tiene un coste real. Pero desgraciadamente, por mucho que se quiera ensalzar su simbología, el súbito reconocimiento de Palestina como Estado por parte de 11 países solo es palabrería diplomática.
Una palabrería que responde básicamente a la necesidad de aparentar que se hace algo, no ante a los palestinos, sino ante unas opiniones públicas movilizadas y escandalizadas por el consentimiento, cuando no complicidad, de sus gobernantes con lo que ya no cabe calificar más que como genocidio. Por supuesto, siempre será mejor dar ese paso, reconociendo lo que ya tenían que haber hecho hace décadas (la OLP declaró el Estado palestino en noviembre de 1988), que no hacerlo. Pero, atendiendo a la parafernalia que algunos han desplegado para dar a conocer su decisión en el marco de la Asamblea General de la ONU, parecería que han buscado más un titular que los convierte en protagonistas, que una medida que sirva para poner fin al conflicto.
Para calibrar el peso real de estos reconocimientos basta con recordar que ahora mismo las prioridades fundamentales de cualquier actor interesado en el tema deberían ser el cese de las hostilidades y la entrada ilimitada de ayuda humanitaria en la Franja. De ahí que si esa medida no va simultáneamente acompañada —y nada indica que así sea— de otras que frenen la violencia israelí y alivien de inmediato el brutal malestar de los palestinos, todo quede en un simple gesto para la galería. Porque lo que está ocurriendo mientras algunos debaten si se atreven a emplear las palancas que tienen a su alcance con ese fin —desde la campaña BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones), hasta el cierre de las relaciones comerciales o la ruptura directa del bloqueo naval a Gaza— es que Netanyahu y los suyos aceleran sus pasos. Pasos que anulan radicalmente iniciativas como la que impulsa Francia y Arabia Saudí en defensa de la creación de dos Estados en la Palestina histórica, no solo porque Netanyahu haya dejado claro que no lo va a permitir, sino también porque un Estado palestino viable solo puede existir si Israel pone fin a la ocupación. ¿Alguien puede creer todavía en algo así tras lo visto desde 1967?
Los países han tenido mucho tiempo, tanto los 11 recientes como los 147 que ya lo hicieron antes, para actuar en línea con la ley internacional, haciendo sentir a Israel el coste de no cumplir con sus obligaciones como potencia ocupante, tanto en términos de bienestar como de seguridad. Tiempo para impedir que los productos elaborados en los ilegales asentamientos que salpican Cisjordania pudieran entrar en el mercado comunitario en condiciones ventajosas. Tiempo para evitar que sus aguas y espacios aéreos hayan sido utilizados para suministrar armas a quien está desarrollando una limpieza étnica de manual. Y tiempo para cortar todo tipo de relaciones si Tel Aviv se empecina en despreciar todas las advertencias internacionales ante cada una de sus violaciones con el consabido argumento del antisemitismo malentendido.
Y, en el colmo del despropósito, Netanyahu incluso se aprovecha de dichos reconocimientos para intentar justificar que la anexión de Cisjordania es una respuesta a ellos; como si no estuviese meridianamente claro que tal paso ya estaba en su plan original para redibujar el mapa de Oriente Próximo. ¿Hasta dónde se le va a dejar llegar?