Maduro se acerca aún más a Putin
La asociación estratégica con Rusia aprobada por la Asamblea venezolana no hace más que agravar la escalada regional con Estados Unidos y apuntalar la represión interna
La decisión de Venezuela de ampliar sus lazos con Rusia en plena escalada militar con Estados Unidos no puede considerarse un capítulo más de la retórica de los tres países: es la antesala de una catástrofe mayor si no se detiene ahora. Ni el régimen de Nicolás Maduro, ni la Administración de Donald Trump ni Vladímir Putin tienen nada que ganar en una escalada que solo perjudica a la población venezolana y complica la estabilidad de la región.
El acuerdo con el Kremlin, convertido en ley aprobada por la Asamblea Nacional, controlada ampliamente por el chavismo, se da en un contexto de creciente hostilidad entre Caracas y Washington, que ha destruido embarcaciones venezolanas, ha amenazado con operaciones militares y ha desplegado fuerzas en el Caribe. En paralelo, el Gobierno de Maduro ha respondido activando un discurso de resistencia, movilizando milicias, con ejercicios militares públicos, e invocando “una guerra psicológica” como parte de su defensa. Este teatro de poder, sin embargo, no es simbólico. Tiene repercusiones reales: para los derechos humanos, para la economía venezolana, para la vida cotidiana de los venezolanos.
A este ritmo, solo habrá daños. Venezuela ya vive una crisis crónica: institucional, económica, política, humanitaria. La hiperinflación, la migración masiva, la escasez, la represión política: todo ello se intensifica cuando el Estado se militariza, cuando la obsesión por el enemigo externo justifica abusos internos. EE UU, bajo el cuestionado argumento de combatir el narcotráfico, corre el riesgo de cruzar líneas del derecho internacional, de violar soberanías, de aumentar el resentimiento latinoamericano. Rusia, por su parte, gana influencia a costa del debilitamiento de normas multilaterales y de un país ya frágil que necesita paz, no alianzas que lo condenen a ser un tablero geopolítico.
Por todo ello urge cambiar de estrategia. El uso de la fuerza, la amenaza, los ejercicios militares hostiles o los tratados beligerantes no resuelven los problemas de fondo. Al contrario: los agravan, impulsan la polarización interna, legitiman los discursos extremos, amplían la espiral de terror. Se necesita una desescalada inmediata, real, verificada: acabar con la retórica bélica, la retirada de las fuerzas desplegadas, compromisos diplomáticos creíbles. Pero también una salida a la crisis que vaya más: elecciones transparentes, respeto a los derechos humanos, flexibilización de sanciones que castigan al pueblo venezolano, no a las élites. La comunidad internacional debe jugar un rol honesto: presionar, sí, pero también facilitar mecanismos de mediación. Ni Maduro, ni Trump ni Putin pueden salir ganando si Venezuela se hunde en una crisis mayor aún. Todos tienen una responsabilidad, y una oportunidad, para retroceder del abismo. Antes de que lo probable se convierta en inevitable.