Transparencia ante el viraje geopolítico

Los ciudadanos necesitan que los líderes europeos expliquen de frente la nueva realidad que obliga a decisiones sin precedentes

Sr. García

Las sociedades europeas han visto cómo una parte importante de su mundo se ha desplomado ante sus ojos. La relación entre las dos orillas del Atlántico fundamentada en un vínculo basado en una comunidad de valores y de intereses compartidos se ha roto abruptamente. Se han quebrado las dinámicas tradicionales de cooperación y alianzas hasta ahora esenciales para Europa. Por eso, la acertada reacción de los líderes europeos e instituciones comunitarias ante el nuevo contexto exigiría también una mayor transparencia y una comunicación más clara sobre los cambios estratégicos que requiere la nueva realidad geopolítica. Así lo hizo el presidente francés, Emmanuel Macron, en una intervención directa a la ciudadanía el jueves. Destacó la entrada en una nueva era geopolítica caracterizada por la brutalidad y la necesidad de que la UE sea autónoma y resiliente para defender sus intereses y valores democráticos. Macron supo comunicar la gravedad del momento hablando incluso de un despertar presupuestario, de la necesidad de reformas y decisiones difíciles para reforzar la defensa y la seguridad europeas.

Pese a la urgencia que impone la situación de Ucrania y el ritmo frenético y errático de la Administración Trump, la trascendencia del momento exige hacer partícipe a la ciudadanía europea del debate sobre seguridad, defensa y estabilidad global que está sobre la mesa y sobre cómo hacer compatible ese nuevo esfuerzo presupuestario con el cambio climático y la protección del modelo social que caracteriza a los estados de la UE. Esta guerra va más allá de repeler el imperialismo ruso. Está en juego nuestra forma de vida y cuál será el capitalismo ganador: si el de las energías fósiles o el de la economía verde, y también cómo será la gobernanza tecnológica. Europa debe participar activamente en esta otra contienda y explicarla.

Hasta ahora los acuerdos se están llevando a cabo en despachos cerrados, sin tener apenas en cuenta a la ciudadanía, como si sus preocupaciones, inseguridades y necesidades no fueran relevantes. Las medidas adoptadas en Bruselas y las anunciadas desde las principales capitales han sido comunicadas como resoluciones definitivas sin margen para la reflexión compartida ni para la adaptación a las preocupaciones sociales. Hay que evitar a toda costa el distanciamiento entre los europeos y sus representantes, percepción que en otros momentos críticos de nuestra historia reciente ha sido aprovechada por los populistas. Además de la guerra en Ucrania, la principal amenaza interna de los países de la Unión es, precisamente, el ascenso de una ultraderecha que ha explotado la idea de que Europa está gobernada por unas élites tecnocráticas desconectadas de las necesidades e inseguridades de su ciudadanía. Ya sabemos que la tecnocracia es el reverso del populismo. Si los dirigentes no llevan a la conversación pública determinados temas, los populistas lo aprovecharán para presentarse como los únicos dispuestos a hablar en nombre “del pueblo”.

Ejemplos como la inmigración o las políticas climáticas, la crisis del euro, o la política energética han evidenciado el riesgo de que los populistas de extrema derecha monopolicen el debate público bajo simplificaciones burdas que reconfiguran los problemas en batallas emocionales en las que explotan sentimientos reales de inseguridad, miedo y desconfianza de la población.

En España, corresponde al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, liderar este momento histórico e intentar con urgencia la mayor cohesión posible de las fuerzas políticas españolas ante las medidas que haya que adoptar. Le corresponde también el liderazgo comunicativo, una explicación directa a los españoles para ayudar a la ciudadanía a comprender la situación, algo que sí hizo el presidente durante la crisis de la covid.

Tras semanas de incertidumbre, la primera convocatoria del presidente para hablar de Ucrania con los grupos parlamentarios —excepto el partido ultraderechista Vox, alineado con Trump que, a su vez, comparte los argumentos de Putin— será el próximo jueves, pero, como hemos repetido aquí, urge llevar ese debate al Parlamento para no hurtárselo a la sociedad. El Gobierno ha decidido que el pleno sea tras el Consejo Europeo del día 21. Se cumplirán entonces dos meses de la toma de posesión de Donald Trump y el comienzo fáctico de una nueva era en las relaciones internacionales. Todos los partidos españoles, incluido Vox, tendrán que exponer claramente en el Congreso qué visión defienden sobre temas cruciales como la seguridad, las alianzas internacionales y la política exterior, de forma que los votantes puedan entender las prioridades nacionales, los sacrificios que pudieran exigir y las estrategias de sus representantes. Las diferencias partidistas son propias de las democracias; la confrontación electoralista —una práctica estéril y agotadora durante toda la legislatura— sería una irresponsabilidad cuando está en juego la esencia de Europa. Hemos visto acuerdos impensables y transversales en Bruselas; sería una anomalía inexplicable que no se consiguieran aquí. La forma de entender la política y la democracia también está en juego con el envite del trumpismo.

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