La revolución del ‘non serviam’
En la política de Trump no hay excusas: la propuesta es no responder ante nada ni nadie, divino o humano
Detrás de las guerras siempre ha habido repartos de territorio, dinero, recursos o poder, pero solían disfrazarse de causas aparentemente más nobles: religiosas, históricas, identitarias o civilizatorias. Ya no es así: “Donald Trump dice en voz alta lo que el inconsciente colectivo americano piensa discretamente”, escribió Jasiel Paris Álvarez para explicar las intenciones del magnate de convertir Gaza en “la Riviera de Oriente Próximo”. Por eso contradice el relato de Barack Obama cuando nos contó que la intervención yanqui en Siria era contra el yihadismo y reconoce que aquello fue por petró...
Detrás de las guerras siempre ha habido repartos de territorio, dinero, recursos o poder, pero solían disfrazarse de causas aparentemente más nobles: religiosas, históricas, identitarias o civilizatorias. Ya no es así: “Donald Trump dice en voz alta lo que el inconsciente colectivo americano piensa discretamente”, escribió Jasiel Paris Álvarez para explicar las intenciones del magnate de convertir Gaza en “la Riviera de Oriente Próximo”. Por eso contradice el relato de Barack Obama cuando nos contó que la intervención yanqui en Siria era contra el yihadismo y reconoce que aquello fue por petróleo, o desdice a Joe Biden, que supuestamente quería combatir el autoritarismo de Vladímir Putin en Ucrania, afirmando sin complejos que es por recursos.
En esa línea sincericida, el presidente estadounidense publicó en sus redes esta semana un vídeo que, de terrible, costaba creer, incluso tratándose de Trump. La pieza se llama Gaza 2025, What’s Next? y es una colección de imágenes hechas con inteligencia artificial en las que nos cuenta sus planes para la Franja una vez haya conseguido echar de allí hasta el último palestino: resorts de lujo, playas infinitas con mujeres barbudas bailando en la orilla (esto es real, pueden comprobarlo), enormes yates en el mar y coches caros en las aceras, estatuas y bustos del propio Trump bañados en oro, el hortera de Elon Musk ultrabronceado comiendo pan de pita, Trump y Benjamín Netanyahu brindando con un cóctel en uno de esos hoteles ridículos en los que se alojan los ricos solo para demostrarse a sí mismos que son ricos… Y billetes, muchos billetes cayendo del cielo.
Los sionistas se habían empeñado en vendernos que lo suyo era una lucha justa contra Hamás, que tenían derecho a la legítima defensa tras los atentados del 7 de octubre —derecho que le niegan a los padres de los 38 menores palestinos que, ese mismo año antes de los atentados, habían sido asesinados por el ejército israelí— o que los miles de familias que han matado desde entonces son en realidad víctimas de Hamás, que donde había un crío colocaban un túnel. Pero Trump ha adelantado por la derecha a Netanyahu, e incluso ha ido más allá que los sectores más radicales del Gobierno israelí, al menos en lo que a argumentos surrealistas se refiere: quiere hacer una limpieza étnica en Gaza porque ve un potencial económico allí. En concreto, ve potencial turístico; quiere construir un Gaza D’Or, ciudad de exterminaciones, que Gaza no sea ni para los israelíes ni para los palestinos, sino para los ricos chabacanos como él y su corte. Y nos lo dice sin sonrojarse. El imperialismo americano ya no le teme a ser el estercolero de nuestro tiempo, sino que lo luce como un galón.
Que los yanquis y sus aliados sionistas se atrevan a ir a calzón quitado y crean que ya no es necesario recurrir siquiera a mentiras y excusas —ya sean los túneles de Hamás bajo hospitales, ya sean las armas de destrucción masiva— no es solo un cambio de estilo comunicativo. Tras el vomitivo vídeo de Trump, que adopta el lenguaje juvenil de internet —o, más bien, lo que cree el equipo de Trump que es el lenguaje juvenil de internet—, igual que tras el del ASMR de las cadenas de los deportados que publicó la Casa Blanca hace unos días, no solo hay un posicionamiento político sino también una propuesta antropológica: no responder ante nada ni nadie, ley divina o humana. No tener facultad rectora alguna —religiosa, moral, civilizatoria o legal— más allá del propio capricho. Y venderlo como rebeldía. Es la revolución del non serviam.