El momento de que Europa afiance su rol global y, con él, su supervivencia

La UE no puede eludir su liderazgo en la respuesta multilateral ante el nuevo escenario que se abre con el desmantelamiento de los programas de ayuda humanitaria norteamericana por Trump

Manifestantes frente a la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) en Washington, DC, Estados Unidos, el 3 de febrero de 2025.Sue Dorfman (DPA/Europa Press)

El multilateralismo ha entrado en su peor escenario tras la vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca. El planeta se enfrenta a una enorme incertidumbre con un presidente de EE UU que no cree en la cooperación internacional ni en la Agenda 2030, cuando neces...

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El multilateralismo ha entrado en su peor escenario tras la vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca. El planeta se enfrenta a una enorme incertidumbre con un presidente de EE UU que no cree en la cooperación internacional ni en la Agenda 2030, cuando necesitamos más que nunca una respuesta urgente a la crisis climática, las emergencias sanitarias, las tensiones geopolíticas o la movilidad humana.

En las últimas semanas, Trump ha dado señales muy preocupantes de lo que puede ser su segundo mandato. Redadas masivas de personas migrantes, devoluciones en caliente sin ningún tipo de regla, aumento de aranceles, retirada de EE UU de los acuerdos globales, de la OMS y de los programas de investigación. Estados Unidos es un actor esencial en el ámbito de la cooperación. Solo en 2024, desembolsó 72.000 millones de dólares en asistencia y aportó el 42% de toda la ayuda humanitaria registrada por Naciones Unidas. Ahora anuncia que dejará de financiar la ayuda multilateral y bilateral y que cerrará la Agencia de EE UU para el Desarrollo Internacional (USAID), lo que dejará vía libre para que otros actores (China, y Rusia por ejemplo) ocupen ese espacio y aumenten así su influencia en regiones clave.

Ninguno de estos anuncios es realmente nuevo, pero el desmantelamiento deliberado de la arquitectura de ayuda más potente del mundo augura una coyuntura de desesperanza para la humanidad y una torpeza gigante para los objetivos geopolíticos de EE UU. No solo por el abandono de la solidaridad internacional, sino también por el retroceso que supone en términos de seguridad, también para los ciudadanos estadounidenses, para su influencia global y sus intereses económicos. Como recordaba hace unos días la ex responsable de la ayuda al desarrollo de la Administración Biden, estamos ante “uno de los peores y más costosos errores de política exterior en la historia de Estados Unidos”.

Un ejemplo claro son los programas de salud dirigidos a combatir el VIH y la malaria, que han salvado millones de vidas y han ayudado a contener enfermedades infecciosas alrededor del mundo, el desmantelamiento inmediato de los programas de ayuda humanitaria y prevención de conflictos que afectará a millones de personas, o el impacto en la seguridad en campos como el “de al-Hol en Siria, donde se encuentran 40.000 personas afiliadas al Estado Islámico”. Todo ello será un golpe fundamental para la influencia política de EE UU en numerosos países.

La amenaza para la seguridad es aún mayor ante el riesgo de que Europa no reaccione a tiempo, contundente e inteligentemente. El anunciado recorte de la ayuda oficial al desarrollo europea y los rumores de una drástica reducción de la presencia exterior de la Unión; o la puesta en marcha de instrumentos que no responden claramente a los objetivos para atajar la pobreza, van en la dirección equivocada. En primer lugar, porque se trata de una parte irrisoria de nuestro presupuesto. Pero, además, porque ese recorte, unido al anunciado por Estados Unidos, supondría dejar de abordar cuestiones como la lucha contra el terrorismo, el cambio climático, las emergencias humanitarias y los brotes epidémicos, lo que aumentará el malestar e inseguridad en todo el mundo, también en Europa.

La seguridad europea debe concebirse bajo un prisma amplio, no centrarse solo en nuestra capacidad militar. En un mundo globalizado, nuestra seguridad también está amenazada por la pobreza, las crisis climáticas, los desastres naturales, los conflictos o las emergencias sanitarias, tal y como han demostrado la pandemia, la dana de Valencia o los incendios de California. Esto nos obliga a desarrollar una mayor capacidad de prevención, gestión y respuesta ante emergencias climáticas y sanitarias desde una perspectiva global y aumentar nuestra influencia a través de la diplomacia blanda. En este contexto, necesitamos más ambición y gobernanza multilateral, no menos, y más capacidad para liderar y financiar las respuestas.

Por todo ello, es urgente dotarnos de mejores instrumentos, fortalecer los sistemas de salud y capacidades de adaptación climática dentro y fuera de nuestras fronteras, apoyar fondos multilaterales y agencias de la ONU, y responder contundentemente los inaceptables planes de Netanyahu y Trump.

Europa tampoco puede permitirse reducir su compromiso con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ni eludir su liderazgo en la respuesta multilateral ante el nuevo escenario que se abre. Por el contrario, debe tejer alianzas más robustas con regiones compatibles con su mirada global, como América Latina, e implicarse en la consecución de un espacio de paz, estabilidad y reconstrucción en Oriente Próximo y Ucrania. Si no lo hace, otros ocuparán ese espacio.

La Unión Europea debe convertirse en la garantía para blindar el derecho internacional humanitario y el multilateralismo eficaz, y en el sostén de la investigación, el conocimiento y la cooperación internacional. Y debe hacerlo por coherencia con sus valores y porque ninguno de los objetivos globales podrá abordarse sin ella, lo que redobla sus obligaciones éticas y estratégicas. Pero debe hacerlo, sobre todo, por mera supervivencia, porque ni EE UU ni Europa podrán garantizar su influencia geopolítica, y mucho menos su seguridad y bienestar, sin atender las tensiones, el sufrimiento y los retos del sur global.

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