Lo importante es el cenicero de Chéjov
Las grandes ficciones que alimentan la política del presente se sirven del mito de la edad de oro cuando lo relevante es el ‘mientras tanto’ donde ocurren las cosas
“¿Sabe usted cómo escribo yo mis cuentos?”, le preguntó Antón Chéjov a Korolenko, un periodista y narrador de posiciones radicales. Chéjov echó entonces un vistazo a la mesa donde trabajaba y cogió el primer objeto que tenía más próximo, un cenicero. Se lo acercó y le dijo: “Si usted quiere, mañana tendrá un cuento. Se llamará El cenicero”. Korolenko contó después que en ese mismo instante le pareció que aquella pieza comenzó a experimentar una transformación mágica: “Ciertas situacione...
“¿Sabe usted cómo escribo yo mis cuentos?”, le preguntó Antón Chéjov a Korolenko, un periodista y narrador de posiciones radicales. Chéjov echó entonces un vistazo a la mesa donde trabajaba y cogió el primer objeto que tenía más próximo, un cenicero. Se lo acercó y le dijo: “Si usted quiere, mañana tendrá un cuento. Se llamará El cenicero”. Korolenko contó después que en ese mismo instante le pareció que aquella pieza comenzó a experimentar una transformación mágica: “Ciertas situaciones indefinidas, aventuras que aún no habían hallado una forma concreta, estaban ya empezando a cristalizar en torno al cenicero”. La anécdota la recoge Vladímir Nabokov en su Curso de literatura rusa (RBA) y ¿qué interés puede tener contarla ahora que el mundo está a punto de venirse abajo con el nuevo inquilino de la Casa Blanca? Pues probablemente ninguno.
Como mucho, acaso sirva para preguntarse por las ficciones que más éxito tienen hoy: el cuento de la grandeza y el cuento de la autenticidad, aquel otro de la indignación. Son relatos con un mensaje demasiado simple y una estructura previsible. Se refieren, de manera explícita o velada, a un tiempo anterior, a un mundo remoto, a otra parte. Quien habla de recuperar la grandeza perdida supone que alguna vez la hubo, sea lo que sea lo que eso pueda realmente significar. Los que hablan de ser auténticos quieren decir que existió un tiempo en que no hubo ruido entre las personas y las cosas, que la naturaleza y la conciencia palpitaban juntas. El indignado truena contra el presente al dar por hecho que el mundo funcionó en una época remota, que no había injusticias, ni abusos, ni se hacían chapuzas por doquier, ni remiendos, ni parches de andar por casa.
Un buen ejercicio es ponerse a rascar; rascar y rascar en el pasado en busca de esa añorada edad de oro. Ahí donde todos eran buenos, los pajaritos cantaban y las ninfas correteaban con una alegría radiante y contagiosa. Pues vaya, resulta que también ahí el cielo un día oscurecía y un ruido atronador resonaba en las alturas y un fugaz relámpago caía sobre la Tierra e incendiaba los campos sembrados y quemaba los hogares, trayendo hambre y desolación y desamparo.
Casi mejor ocuparse del cenicero. Al director de un periódico de la ciudad en la que nació, Taganrog, Chéjov le explicó una vez que describir una mesa “es mucho más difícil que escribir la historia de la cultura europea...”. Hacerte cargo de lo que tienes delante es siempre lo más complicado, lo que existe está lleno de ambigüedades y tiene un punto de misterio, rugosidades, imperfecciones, anhelos no cumplidos, heridas. “Ningún escritor ha creado con menos énfasis personajes tan patéticos como los de Chéjov”, apunta Nabokov, “personajes que se podrían resumir en una cita de su cuento Camino de la escuela: ‘Es incomprensible —pensó la maestra— ¿por qué Dios da esta belleza, esta amabilidad y estos ojos tristes a personas débiles, desdichadas e inútiles, y por qué son tan atractivas?”. El hombre más poderoso del mundo dicta un chaparrón de sentencias en su despacho con la promesa de recuperar una grandeza perdida, pero quienes de verdad importan son esas criaturas frágiles que están pasando las peores penalidades. Chéjov le comentó a su amigo y editor, Alexéi S. Suvorin: “Quien invente nuevos finales para las piezas, abrirá una nueva era. ¡No hay finales originales! El héroe se casa o se pega un tiro, no hay otra salida”. Lo importante, quería decir, es el mientras tanto. Y el mientras tanto de lo que hoy está ocurriendo es intolerable.