Brasil vence a X: un precedente democrático

La marcha atrás de la red social tras su bloqueo judicial en el país sudamericano es un ejemplo de que el Estado de derecho puede responder con éxito a la desinformación en internet

Partidarios de Bolsonaro muestran su respaldo a Elon Musk en una manifestación en São Paulo, en septiembre pasado.Favio Vieira (Getty Images)

Tras 39 días de apagón por orden judicial, los brasileños están pudiendo volver a acceder a la red social X (antes Twitter). Todo empezó cuando el juez ponente del caso contra el asalto bolsonarista a las instituciones de Brasilia en enero de 2023 ordenó bloquear las cuentas de nueve personas relacionadas con el ataque ultra.

El rechazo de X a tomar esa medida —a pesar de haber bloqueado antes otras a petición de gobiernos como los de Turquía o India— llevó al Supremo Tribunal Federal a imponer multas a la empresa de Elon Musk. Su negativa a aceptar esas multas —retirando a su representante legal en Brasil— llevó al Supremo a ordenar el bloqueo total de la red. Finalmente, X ha tenido que dar marcha atrás en todo: nombrar un representante legal, intervenir en las cuentas denunciadas y pagar 4,5 millones de euros en multas.

Todo este drama se desarrolló durante semanas como un enfrentamiento entre Elon Musk y el juez ponente —Alexandre de Moraes—, el alto tribunal y el propio Gobierno de Lula da Silva. El magnate llegó a publicar en su cuenta personal imágenes ofensivas contra el magistrado y afirmó —en un ejemplo palmario de grandilocuencia populista— que los ciudadanos de Brasil debían elegir entre “Moraes o la democracia”.

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Sin embargo, el desafío del magnate no ha podido ni con la firmeza de la justicia y del Gobierno brasileños —que se trasladaron a plataformas como Bluesky en el momento en el que se supo de la suspensión— ni con las propias demandas de los anunciantes de X, que vieron cómo se perdía de la noche a la mañana uno de los mercados más relevantes del mundo. No solo en términos de audiencia sino también de creación de contenido.

Lo sucedido es todo un aviso para Musk —que por ahora no ha comentado el caso en su cuenta de X, dedicada casi en exclusiva a hacer campaña por Donald Trump— y, lo que es más relevante, puede contribuir a acelerar el declive de su red social. Millones de usuarios han descubierto que pueden vivir sin X porque hay alternativas. Muchos de ellos volverán, pero otros no. También ha puesto en guardia a los anunciantes, que no saben si pueden quedarse fuera de otros mercados por los caprichos ideológicos del radicalizado dueño multimillonario de la red.

Pero la verdadera lección es para los poderes públicos del resto del mundo, en especial para la Unión Europea. La actuación del juez Moraes está lejos de haber sido perfecta —la congelación de las cuentas bancarias de Starlink, una empresa también de Musk pero ajena a X, es jurídicamente discutible— pero demuestra que las democracias pueden responder con éxito a plataformas que son negligentes, cuando no activas, en la difusión de bulos, mentiras y discursos de odio.

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