El futuro se cuida solo
Los socialistas parece que prefieren mantenerse en la ambigüedad a propósito de la financiación singular para Cataluña
Se escuchan cada vez más cerca los motores de la nueva temporada. Lo de decir nueva es un acto reflejo, dejar simplemente que corran los tópicos que salen solos de tanto manosearlos, pues lo más probable es que realmente no ocurra nada nuevo, vendrá la misma retahíla de clichés, el mismo tipo de escandaleras, el rasgarse las vestiduras, ...
Se escuchan cada vez más cerca los motores de la nueva temporada. Lo de decir nueva es un acto reflejo, dejar simplemente que corran los tópicos que salen solos de tanto manosearlos, pues lo más probable es que realmente no ocurra nada nuevo, vendrá la misma retahíla de clichés, el mismo tipo de escandaleras, el rasgarse las vestiduras, un debate público reducido a mínimos y la impresión de vivir caminando sobre un alambre y de que en cualquier momento las cosas pueden precipitarse al abismo.
El caso es que España va a batir otro récord en las cifras de turismo. Háganse cargo: por un lado se está en la angustia de un mundo en agonía y por otro lado se hacen las maletas para ir a la playa o a la montaña, hacer unas risas, salir de excursión, tomar el sol, comerse una paella, beber un gin-tonic, aplaudir una puesta de sol. ¿En qué quedamos, estamos en el acabose o más bien preparando un tour que se repite de tanto en tanto y en el que de lo que se trata es de gastar?
Sea como sea, el verano se está acabando. Han pasado un montón de cosas, y todas importantes, pero se han contado y vivido en sordina porque todo el mundo estaba en otra. No se puede estar pendiente al mismo tiempo del avance de las tropas de Ucrania en territorio ruso y de colocar bien una sombrilla para que no se la lleve el viento. Esto tiene ventajas, pero también inconvenientes. De un lado, está la posibilidad de distanciarse del vertiginoso torbellino de los acontecimientos y de la política, y mirar las cosas desde lejos, sin que te falte el aire, sin tensiones. De otro, se pierde músculo y fácilmente se puede entrar en la dinámica gregaria de creerse los relatos que elaboran los spin doctors de los partidos que alimentan las conversaciones en las calles, en los despachos y en los medios de comunicación.
En estos meses de verano se ha hablado, sobre todo, de esa financiación singular que el Gobierno ha pactado con Esquerra y que le ha permitido a Salvador Illa convertirse en president de la Generalitat. Como ha ocurrido con otras cuestiones —la amnistía a muchos de los que participaron en el procés, por ejemplo—, a los socialistas se les ha reclamado que hagan pedagogía, que se expliquen, que cuenten su plan y lo argumenten. Mientras tanto, la oposición ha entrado en el bucle del apocalipsis: lo que ha decidido el Gobierno con sus socios va a destruir España. Nada nuevo bajo el sol.
En El maestro de Petersburgo (Debolsillo), donde J. M. Coetzee inventa una trama que le permite conducir a Dostoievski a hablar con Sergéi Necháiev, acaso el más radical de los revolucionarios del siglo XIX, hay un momento en que para justificar sus propuestas este último le dice: “Estamos hartos, asqueados de inteligencia. Están contados los días que le restan a la inteligencia. La inteligencia es una de las cosas de las que hay que deshacerse. Llega el día de la gente de a pie y la gente de a pie no se distingue por ser inteligente. La gente de pie lo que quiere es que se hagan las cosas”. Esa es su justificación. No hay más. Que se hagan las cosas, y conseguir los votos para una investidura (por ejemplo). Así que mejor no entrar demasiado en explicaciones —“estamos asqueados de inteligencia”, para qué dar argumentos—, igual es oportuno mantenerse en la ambigüedad, tampoco se han redactado los acuerdos con mucha claridad, cada cual puede entender lo que quiera. Los socialistas parece que están en eso, en dejarlo correr. Lo importante es hacer cosas y, deben pensar, el futuro se cuida solo.
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