Ucrania y el Sur Global

Un puñado de países densamente poblados y con un creciente poder no firmó la declaración final de la cumbre de paz de Suiza en apoyo al Gobierno de Kiev

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, a su llegada a Zúrich para participar en la cumbre por la paz en Bürgenstock (Suiza).MICHAEL BUHOLZER / POOL (Pool/ EFE)

El pasado fin de semana fueron 13 países los que no firmaron la declaración conjunta que salió de la cumbre por la paz en Ucrania que reunió en Bürgenstock, Suiza, a 92 países y ocho organizaciones, y a la que no asistieron ni Rusia ni China. Sin su presencia, el encuentro ya nacía medio muerto y tenía ese aire melancólico de las iniciativas que no sirven para nada. Esa declaración se refiere a la Carta de Naciones Unida...

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El pasado fin de semana fueron 13 países los que no firmaron la declaración conjunta que salió de la cumbre por la paz en Ucrania que reunió en Bürgenstock, Suiza, a 92 países y ocho organizaciones, y a la que no asistieron ni Rusia ni China. Sin su presencia, el encuentro ya nacía medio muerto y tenía ese aire melancólico de las iniciativas que no sirven para nada. Esa declaración se refiere a la Carta de Naciones Unidas que defiende la soberanía, independencia e integridad territorial de todos los Estados dentro de sus fronteras reconocidas internacionalmente, y reclama seguridad nuclear —la central de Zaporiyia—, garantías para el tráfico marítimo —la salida del grano de Ucrania— e intercambio de prisioneros y regreso de las personas secuestradas. Nada más que un par de folios que puedan servir para servir para poner en marcha un proceso de paz. Buenas intenciones, y el peso simbólico que significa intentar reforzar un orden internacional donde no valga todo y en el que el poderoso no pueda merendarse impunemente al más débil.

Fueron muchos los políticos que viajaron a Suiza —Pedro Sánchez, entre ellos—, pero no estuvo el presidente de EE UU, Joe Biden, lo que también contribuyó a quitarle sustancia a la cita. El apoyo a la declaración final fue abrumador, por lo que se refiere al número de países que lo firmaron. Más revelador resulta fijarse en los que no lo hicieron, que son pocos pero representan a millones y millones de habitantes.

La idea de que una democracia europea frágil está resistiendo como puede la invasión de una enorme potencia gobernada por un déspota como Putin, y que pide ayuda, no parece convencer del todo a los que no firmaron esa declaración final. ¿Por qué? Es ahí donde todo se embarulla. El Vaticano, que acudió como observador, no se animó a apoyar el documento. Otros observadores, como Brasil e Indonesia, tampoco lo hicieron. Luego están los 13 que participaron con voto y se negaron a firmar: India, Sudáfrica, México, Armenia, Baréin, Irak, Jordania, Libia, Mauritania, Ruanda, Arabia Saudí, Tailandia y Emiratos Árabes Unidos.

Cumbres como esta de Suiza tienen mucho de escenificación. Aun así, ¿cómo es posible que esos 16 (13 + 3) Estados —algunos con un inmenso peso y poder— le dieran la espalda a Volodímir Zelenski y a su desesperada llamada para encontrar alguna salida a la brutal agresión rusa a Ucrania? Quizá Occidente siga sin saber escuchar lo que hace mucho quisieron decirle los países no occidentales, por ejemplo en la Conferencia Afroasiática que se celebró en Bandung en 1955, y que tan bien contó David von Reybrouck en Revolución (Taurus), su libro sobre Indonesia. La inauguró uno de sus grandes impulsores, Sukarno, el presidente de ese lejano y desconocido país. “Los pueblos pasivos han desaparecido”, dijo en su discurso de bienvenida. “Los asuntos del mundo son nuestros asuntos”, añadió. Fue contundente: “Nos une el mismo odio al colonialismo en cualquiera de sus formas. Nos une el mismo odio al racismo. Y nos une la misma determinación de preservar y estabilizar la paz en el mundo”. ¿Qué ha ocurrido para que muchos países que compartieron entonces esa proclama hayan renunciado a ayudar al que resiste a los planes imperiales de un autócrata? ¿O es que la obsesión por los desmanes de Occidente sigue siendo más fuerte que frenar hoy las derivas más autoritarias? Si es así, en este mundo que está cambiando radicalmente, Estados Unidos y Europa tienen un grave problema.

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