Hacia una nueva Unión Europea

Los Veintisiete exploran fórmulas para financiar su autonomía estratégica y sus capacidades defensivas en un mundo turbulento

Los mandatarios de la UE posaban el viernes para una fotografía de grupo durante el Consejo Europeo en Bruselas.Europa Press

El mundo atraviesa una fase de cambios turbulentos, con el brutal desafío lanzado por Rusia, la descarnada competición entre China y Estados Unidos y una revolución tecnológica de consecuencias imprevisibles. A todo esto podría añadirse, en noviembre, el regreso a la Casa Blanca de un Donald Trump que muestra escaso o nulo interés en los compromisos de defensa mutua de la OTAN. En este escenario, la Unión Europea debe avanzar de for...

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El mundo atraviesa una fase de cambios turbulentos, con el brutal desafío lanzado por Rusia, la descarnada competición entre China y Estados Unidos y una revolución tecnológica de consecuencias imprevisibles. A todo esto podría añadirse, en noviembre, el regreso a la Casa Blanca de un Donald Trump que muestra escaso o nulo interés en los compromisos de defensa mutua de la OTAN. En este escenario, la Unión Europea debe avanzar de forma decidida hacia una evolución de su proyecto común.

Desde sus inicios con la coordinación de la producción del acero y el carbón hasta hoy, la UE ha sido un proyecto de paz. Para seguir siéndolo, para garantizar a sus ciudadanos seguridad, hoy es necesario que cambie. Confiar en que Putin se conforme con lo que está haciendo en Ucrania, en que Washington estará siempre ahí para proteger a Europa o en que Pekín seguirá suministrando productos y materias primas clave es una apuesta de alto riesgo. Resulta más inteligente trabajar para convertirse en un factor de disuasión en escenarios violentos y para reducir los efectos perversos en caso de ruptura o alteración de cadenas comerciales.

En Bruselas hay un amplio consenso político sobre la hoja de ruta. Lo primero y urgente es garantizar a Ucrania el apoyo suficiente. Con la ayuda estadounidense paralizada, si la UE no hace más, Kiev puede resultar derrotada, lo que no solo sería una intolerable injusticia, sino también una enorme amenaza para el resto de Europa. Lo segundo es reforzar la autonomía estratégica de la UE con mayores capacidades de defensa —lo que no significa abrazar una cultura militarista, sino tratar de desincentivar las ideas agresivas de otros— y con un esfuerzo para reducir los riesgos de dependencia de otros en cuestiones estratégicas. Lo tercero es ampliar la fuerza estabilizadora del proyecto común en la geografía del continente.

Los Veintisiete han dado ya pasos significativos en todos estos desafíos. Sin embargo, como ha mostrado la cumbre celebrada en Bruselas la pasada semana, existen dificultades y dilemas sobre cómo avanzar. Adecuar la defensa europea y la capacidad industrial en áreas decisivas requerirá grandes inversiones. Una nueva emisión de deuda común, como ya se hizo en la pandemia, se perfila como la mejor manera de lograrlo. Lo es porque gran parte de los Estados miembros no tiene mucho margen fiscal. Reducir prestaciones sociales o subir impuestos para financiar este proyecto supondría una pésima idea. Y, sin embargo, es imprescindible avanzar juntos.

El debate sobre una nueva emisión de deuda está en marcha, impulsado por Francia y Estonia. Alemania, Austria, Países Bajos y algunos países nórdicos son reticentes. Aunque son comprensibles sus dudas, se trata de un paso que redundaría también en su beneficio al reforzar la seguridad y autonomía de la UE, y darle una mayor cohesión en un asunto en el que las dos velocidades pueden ser un enorme problema, amén de ofrecer mayor estabilidad al mercado europeo y renovadas oportunidades a sus fuertes sectores privados. Alemania, en concreto, se enfrenta a drásticos cambios en los pilares sobre los que fundó su prosperidad: energía barata de Rusia, seguridad de EEUU, comercio con China. Berlín ha hecho ya mucho, pero le queda recorrido. La coalición en el poder tiene hoy serios problemas internos. Ojalá Alemania se decante por la versión mejor de sí misma, la que aceptó los eurobonos pandémicos o la entrada de un millón de refugiados, y no por aquella que impuso la austeridad tras la crisis de 2008.

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