La mano dura del Banco Central Europeo

La bajada de la inflación hubiera permitido reducir el precio del dinero, pero la autoridad monetaria ha decidido continuar con una política de mano dura que en España afecta a cinco millones de familias

La presidenta del BCE, Christine Lagarde, el jueves en Fráncfort, durante la rueda de prensa tras la reunión del Consejo de Gobierno del banco.CHRISTOPHER NEUNDORF (EFE)

El Banco Central Europeo (BCE) ha decidido, por cuarta vez consecutiva, dejar los tipos de interés intactos, en el nivel más elevado desde 2001. En poco más de un año, la institución que preside Christine Lagarde había ejecutado la mayor subida de su historia del precio del dinero, que pasó del 0% al 4,5%. Fráncfort se propuso aplacar una inflación que se disparó en 2022 por los costes de la energía y los cuellos de botella en ...

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El Banco Central Europeo (BCE) ha decidido, por cuarta vez consecutiva, dejar los tipos de interés intactos, en el nivel más elevado desde 2001. En poco más de un año, la institución que preside Christine Lagarde había ejecutado la mayor subida de su historia del precio del dinero, que pasó del 0% al 4,5%. Fráncfort se propuso aplacar una inflación que se disparó en 2022 por los costes de la energía y los cuellos de botella en la cadena de distribución global generados después de la pandemia. Desaparecidos esos factores, la inflación ha ido deshinchándose. Pero los tipos siguen muy arriba.

La autoridad monetaria optó por prescindir al inicio de la crisis inflacionista de cualquier hoja de ruta y dejarse guiar por los datos que iba recibiendo. Con la última información disponible, cabía pensar que ya había llegado el momento de una primera rebaja de los tipos de interés. El IPC de la eurozona se situó en febrero en el 2,6%, lejos del pico del 10,6% de octubre de 2022. Además, el BCE acaba de recortar en cuatro décimas las previsiones de inflación para este año—hasta el 2,3%— y apunta que ya a mediados del próximo año se situará en el ansiado 2%.

El BCE tenía otra poderosa razón para mover ficha. Sus previsiones apoyan la preocupación por los datos que llegan de Alemania y hacen temer por otro año perdido para la eurozona. Fráncfort apunta que el crecimiento se limitará a un exiguo 0,6% en 2024, por debajo de los ya pesimistas pronósticos de la Comisión Europea y el FMI. Y reconoce, además, que ese invierno económico está provocado en buena medida por su actuación. El elevado precio del dinero ha congelado el crédito y contrae la inversión, la compra de viviendas y el consumo privado. En España, la traducción ha sido nítida al tensar los presupuestos de cinco millones de familias que tienen una hipoteca a tipo variable.

Lejos de relajar su política monetaria, Lagarde casi da por hecho que no habrá bajadas hasta junio. En esta ocasión apela a la necesidad de recopilar más información sobre la inflación del sector servicios y la negociación salarial. En ambos casos, los últimos datos apuntan a una notable moderación, pero el sector más ortodoxo del BCE ha impuesto sus tesis de mano dura.

La espera de tres meses, sin embargo, no es gratuita. Fráncfort ya tuvo que admitir que su respuesta al alza de precios llegó tarde. Volver a ir a remolque, esta vez en el proceso de desinflación, de otros bancos centrales e incluso de los mercados sería un golpe para la credibilidad que tanto preocupa a los halcones. Y puesto que cada decisión de política monetaria tarda entre 12 y 18 meses en trasladarse por completo a la economía real, no hay tiempo que perder. Una demora de tres meses sí cuenta. No solo está en juego evitar la asfixia económica de la eurozona a corto plazo, sino también su colapso a largo plazo. Lo ha advertido recientemente el expresidente del BCE Mario Draghi: los gobiernos europeos necesitan costes de deuda bajos para afrontar las extraordinarias inversiones verdes y digitales que los protegerán de los golpes económicos externos.

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