La UE, el antídoto contra el veneno de un mundo binario

Quienes observan con inquietud los riesgos de una geopolítica de bloques y de políticas nacionales hiperpolarizadas tienen en un proyecto comunitario más fuerte la mejor respuesta

Joe Biden y Xi Jinping, durante su cumbre en California el pasado día 15.KEVIN LAMARQUE (REUTERS)

Poderosas fuerzas empujan la política internacional, y muchas políticas nacionales, hacia tristes escenarios binarios, lógicas de suma cero, la voladura completa de puentes que incapacitan incluso las más obvias colaboraciones entre partes en búsqueda del interés colectivo.

A escala mundial, el riesgo de escenario binario es aquel que deriva de la competición de las dos superpotencias —EEUU y China— y de la coagulac...

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Poderosas fuerzas empujan la política internacional, y muchas políticas nacionales, hacia tristes escenarios binarios, lógicas de suma cero, la voladura completa de puentes que incapacitan incluso las más obvias colaboraciones entre partes en búsqueda del interés colectivo.

A escala mundial, el riesgo de escenario binario es aquel que deriva de la competición de las dos superpotencias —EEUU y China— y de la coagulación alrededor de ellas de dos bloques en confrontación —el de las democracias, con las europeas y las de Asia/Pacífico; el de los regímenes, con Rusia, Irán, Corea del Norte—. No estamos ahí, pero se han plantado semillas y muchos riegan para que brote esa flor del mal.

La reunión entre Xi Jinping y Joe Biden en California esta semana es una noticia positiva por cuanto engrasa el diálogo, pero no permite respirar tranquilos. La carrera armamentística es fuerte; la competición tecnológica, dura; los motivos de fricción, grandes. Las elecciones en EE UU —con el serio riesgo de que gane Trump— y en Taiwán componen un cuadro complicado para 2024. Mientras, Putin seguirá a lo suyo, con Pyongyang que le envía trenes llenos de munición, y Teherán, drones.

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Esto es lo que hay, y la UE debe seguir perfilando su estrategia para este mundo y aquellos riesgos. Ha dado pasos; muchos más tendrá que dar.

La cuestión de fondo es: ¿queremos ser parte de un polo democrático? ¿O queremos ser un polo autónomo con estrechos lazos con otros países democráticos? Quizás muchos tengan el instinto de preferir lo segundo. Bien. Pero quien lo desee debe luego asumir cosas como invertir mucho en defensa y ceder nuevas competencias nacionales a la UE.

La España que acaba de dar luz verde a un nuevo Gobierno está en el furgón de cola de la UE en gasto de defensa: ¿es ello compatible con desear una posición autónoma de la UE en el mundo? Hay que responder a eso.

EE UU quiere impedir que China tenga microchips avanzados y Holanda, que dispone de tecnología clave para ello, ha secundado. Como Holanda es parte del mercado común, una represalia de Pekín cortando el suministro de ciertos productos podría afectarnos a todos. ¿Deberíamos introducir mecanismos comunitarios en la definición de bienes cuya exportación se restringe por intereses estratégicos y de seguridad? Hay que responder a eso.

Son solo dos ejemplos, pero la paleta de decisiones e iniciativas pendientes es muy grande.

Quienes no desean un mundo binario deben ver que la UE es el mejor antídoto para evitarlo, porque tiene más peso que la India, más cohesión que el sur global. Quienes aprecian la idea de una UE leal compañera de otras democracias, pero dotada de un alto grado de independencia en el mundo, deben ver que es necesario prepararla mejor para ello.

La UE, además, es también el antídoto a la realidad binaria que se va imponiendo en muchos escenarios nacionales. La polarización se exacerba en tantos países, facilitada hoy por las redes sociales, y pronto, es de temer, cada vez más por la inteligencia artificial. Los escenarios políticos bipolares son tan legítimos como otros, y pueden ser eficaces, pero cuando derivan en un encono sin cuartel que lastima las instituciones comunes, exacerba los ánimos de la ciudadanía y quema todo espacio para políticas de Estado se tornan en un lastre colectivo. El riesgo de esas corrientes es que unos las empiezan —y la historia les juzgará por ello—, pero otros se acoplan y, en un momento dado, las pueden acabar alimentando, con reacciones sin contemplaciones, rebajando sus propios estándares, entregándose a la lógica del fin que justifica los medios, produciendo un remolino infinito y perverso.

El espacio comunitario también puede sucumbir a la miope lógica frentista. Pero, de momento, sigue pareciendo un espacio mejor preparado para resistir a esa ceguera. Su propia naturaleza reduce el riesgo, aunque no lo anule. Más UE es el mejor antídoto contra un mundo binario y unas políticas binarias, contra ese veneno que aniquila la capacidad de colaborar para el interés colectivo.

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