Democracias

Europa necesita partidos de derechas que no confundan su ideario neoliberal con la generación de discursos de odio

José María Aznar y Alberto Núñez Feijóo acuden el pasado viernes a un acto de la fundación FAES.FERNANDO VILLAR (EFE)

Cuando se critica la deriva de la derecha española hacia el populismo autoritario, puede entenderse que sólo existe una voluntad coyuntural de apoyar a la coalición progresista en los debates de la actualidad política. Pero también existe un deseo de mayor alcance: el convencimiento de que la democracia europea necesita partidos de derechas que no confundan su ideario neoliberal con la generación de discursos de odio. El desmantelamiento de los servicios públicos y la g...

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Cuando se critica la deriva de la derecha española hacia el populismo autoritario, puede entenderse que sólo existe una voluntad coyuntural de apoyar a la coalición progresista en los debates de la actualidad política. Pero también existe un deseo de mayor alcance: el convencimiento de que la democracia europea necesita partidos de derechas que no confundan su ideario neoliberal con la generación de discursos de odio. El desmantelamiento de los servicios públicos y la generación de desigualdades provoca de manera inevitable dinámicas antisistema. Del mismo modo que la izquierda europea comprendió hace años que no es lícito defender la igualdad social a costa de poner en peligro las libertades democráticas, la derecha debería asumir ahora que no se puede llevar al extremo el sometimiento a las grandes fortunas, porque el desamparo absoluto de las mayorías pone en peligro la convivencia con reacciones de fanatismo violento.

Este problema se complicó en España por culpa de la corrupción galopante que se extendió en territorios como Madrid, Valencia o Cataluña durante los gobiernos de la derecha. Para ocultar la basura, se desvió la atención hacia querellas populistas rabiosas, por ejemplo, los asuntos de identidades nacionalistas cerradas que desembocaron en el proceso del independentismo catalán y en la ofensiva españolista. Lo peor de la corrupción no fue el dinero perdido, sino el daño colateral que provocó en la democracia con el activismo del desamor, la judicialización de la política y la pérdida del pudor en numerosos medios de comunicación, portavoces de las mentiras y las crispaciones.

Pablo Casado, en una situación difícil, intentó transformar por dentro el PP para convertirlo en un partido democrático, alejándolo de las amplias herencias de la corrupción. Fueron contra él, hasta hacer fracasar su intento, los mismos que ahora pactan con Vox, más preocupados por mezquinos intereses coyunturales que por la dignificación de la convivencia. Una desgracia, porque España y Europa necesitan una derecha democrática.

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