Responsabilidad de proteger

Es la mano del hombre y no la fatalidad lo que explica las dimensiones bíblicas de las calamidades que sufre el Magreb

Una vista general de Derna, al este de Libia, el pasado 13 de septiembre de 2023.Mohamed Shalash (EFE)

Sabemos cuánto deben las catástrofes a la mano del hombre. Un número de víctimas tan elevado en calamidades como el terremoto del Atlas o el paso del ciclón Daniel por Libia no se debe a la fatalidad. Además de los efectos del cambio climático, la precariedad de las construcciones, la ausencia de infraestructuras sólidas y, sobre todo, ...

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Sabemos cuánto deben las catástrofes a la mano del hombre. Un número de víctimas tan elevado en calamidades como el terremoto del Atlas o el paso del ciclón Daniel por Libia no se debe a la fatalidad. Además de los efectos del cambio climático, la precariedad de las construcciones, la ausencia de infraestructuras sólidas y, sobre todo, la debilidad del Estado están en el origen de las cifras escandalosas de fallecimientos registradas en un seísmo que ha asolado una amplia región marroquí y, todavía más, en la tormenta que ha destruido gran parte de la ciudad de Derna.

El Magreb es una geografía trágica en su integridad, desprotegida en distintos grados ante las catástrofes naturales y los desmanes que producen directamente los seres humanos. Basta recordar el balance de muerte de los recientes incendios forestales en Argelia. No es solo la fortuna la que reparte de forma desigual la desgracia, sino la variada ineptitud de sus administraciones públicas, la corrupción y el carácter autocrático de sus gobiernos, el sombrío legado de la colonización y de la convulsa descolonización en plena Guerra Fría, además de la actual inhibición o a veces el intervencionismo irresponsable de los antiguos países colonizadores.

Es escasa la protección a la población que ofrece el Majzén marroquí, forma feudal y teocrática de un Estado concentrado en preservar el poder del monarca, la estabilidad interior y el pundonor exterior, hasta el punto de desechar la ayuda de Francia, antigua potencia colonial, y de Argelia, vecino y hermano con el que pugna desde las independencias. Menos todavía la Libia dividida, donde dos gobiernos bregan por la hegemonía y los beneficios del gas y del petróleo, y se olvidan del servicio que deben a la población. Desde 2011 dejaron de revisarse las dos presas que reventaron y sembraron la muerte en Derna. No existía un servicio meteorológico que advirtiera de la amenaza de diluvio. A la hora del rescate, mal si hay poco gobierno, pero peor si hay dos y enfrentados en una disputa por el poder.

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La responsabilidad europea en el caso libio viene duplicada por la intervención militar promovida por Francia y el Reino Unido con permiso de Estados Unidos hace ya 12 años. Cuando las revueltas árabes prendieron en Libia, consiguieron un mandato de Naciones Unidas para proteger a la población, en la última ocasión que Rusia y China dieron luz verde con su abstención a tal tipo de intervención. La OTAN bombardeó a Gadafi hasta su derrocamiento y muerte, dejando una guerra civil entre dos gobiernos, uno de ellos, el de Jalifa Hafter, apoyado por Moscú y auxiliado por las tropas de Wagner.

No pueden ahora mirar hacia otro lado quienes prendieron la chispa de la guerra civil y luego no supieron apagarla. La responsabilidad de proteger a la que entonces apelaron ahora obliga a volcarse en auxilio de la población, la reconstrucción del país y el acogimiento de cuantos refugiados lleguen desde allí a nuestras costas.

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