La peña insufrible de este mundo
Es muy difícil saber de qué lado estamos en una sociedad donde el sentimiento predominante es la decepción
“Un montón de gente valiosa con inseguridades y bloqueos y sin embargo un montón de peña insufrible con la certeza de que el mundo les debe algo”, escribe Ignacio Pato en Twitter (me niego a llamarlo X). Un tuit anónimo que cae sobre la plataforma como una lágrima azul. Siento el fondo decepcionado del autor de este mensaje y me quedo un rato pensando en qué clase de persona soy yo. ¿Soy de la gente valiosa o formo parte de la peña insufrible? Antes de responder, dedico un ratito a intercambiar las cualidades del tuit, de tal modo que fuera la gente valiosa la que tuviera la certeza de que el ...
“Un montón de gente valiosa con inseguridades y bloqueos y sin embargo un montón de peña insufrible con la certeza de que el mundo les debe algo”, escribe Ignacio Pato en Twitter (me niego a llamarlo X). Un tuit anónimo que cae sobre la plataforma como una lágrima azul. Siento el fondo decepcionado del autor de este mensaje y me quedo un rato pensando en qué clase de persona soy yo. ¿Soy de la gente valiosa o formo parte de la peña insufrible? Antes de responder, dedico un ratito a intercambiar las cualidades del tuit, de tal modo que fuera la gente valiosa la que tuviera la certeza de que el mundo le debe algo y la peña insufrible padeciese inseguridades y bloqueos. Vuelvo a hacerme la pregunta.
En el fondo, creo que da igual cómo se ordenen los términos, porque es muy difícil saber de qué lado estamos en una sociedad donde el sentimiento predominante es la decepción. Es decir, tanto la peña insufrible como la gente valiosa se sienten decepcionadas. Y los decepcionados siempre ven el mundo patas arriba. Me acuerdo de cuando Yasmina Reza entrevistó a Nicolás Sarkozy para su libro El alba la tarde o la noche y, en un momento dado, el entonces presidente de la République comentó: “La ambición transforma el deseo en incandescencia. Mira, lo tengo todo para estar contento; soñaba con tener un partido y lo tengo, soñaba con ocupar los más bonitos cargos ministeriales y los he tenido. Soñaba con estar aquí y ya estoy. Pero no tengo emoción. Es durísimo. Ya estamos en la presidencia. Ya no estoy antes”. Freud ya dijo que lo más difícil de aprender en este mundo es que no podemos tenerlo todo.
En realidad, de una forma o de otra lo que cada cual expresa es su decepción por no tenerlo todo o, como mínimo, por no tener otra cosa. O aún peor, porque ahora no fuera antes, como le sucedía a Sarkozy. Y como les sucede a tantísimos pensadores desorientados de nuestro tiempo. Últimamente, la gran decepción intelectual es descubrir que ahora ya no es antes. Es decir, que en el mejor de los casos lo que nos faltaría es que el tiempo fuera reversible y pudiéramos andar hacia atrás. O estar atrás cuando estamos adelante. O estar adelante y también atrás. Una especie de ubicuidad sería de lo más conveniente para evitar así la decepción, que de todas formas sentiríamos.
El mundo siempre está mal, y la justicia queda para los momentos mágicos. Por otra parte, como nunca podemos estar seguros de la justicia, ni de quién la imparte ni de si está redactada como Dios manda, habría que tomarse los premios y galardones de este mundo como parte de un bingo colosal. Puede parecer sencillo formar parte de la gente maravillosa con inseguridades y bloqueos, pero lo cierto es que la tentación de los insufribles es más seductora de lo que parece a simple golpe de tuit. Al final, ya seamos maravillosos o insufribles, de lo que estoy segura es de que lo peor se lo llevarán quienes crean que el mundo les debe algo, porque esos van a tener que esperar más que Raskólnikov. En el caso de que acierten quién y qué es realmente el mundo. Finalmente, huyo de Twitter para buscar refugio en un libro. Esta tarde elijo volver a la novela de Ocean Vuong En la tierra somos fugazmente grandiosos. No solo estamos hechos de decepción. Aunque nos cueste pensar y sentir lejos de ella.