Actuar ahora para limitar el caos climático futuro

El verano se está convirtiendo, cada vez más, en un momento especialmente mortal del año según avanza la crisis climática. Esto debe servirnos de recordatorio y también de llamamiento a todos para tomar medidas inmediatamente

Varios turistas pasean protegiéndose del sol con sombreros y paraguas durante la ola de calor, en Córdoba.Salas (EFE)

Según la Agencia Estatal de Meteorología española, desde el 1 de octubre de 2022 hasta el pasado 4 de julio, llovió en España un 14% menos de lo que llueve habitualmente en ese período, por lo que las cantidades acumuladas de agua de lluvia se encuentran por debajo de sus valores normales en la mayor parte de España y en muchas zonas no llegan al 75% de su valor normal.

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Según la Agencia Estatal de Meteorología española, desde el 1 de octubre de 2022 hasta el pasado 4 de julio, llovió en España un 14% menos de lo que llueve habitualmente en ese período, por lo que las cantidades acumuladas de agua de lluvia se encuentran por debajo de sus valores normales en la mayor parte de España y en muchas zonas no llegan al 75% de su valor normal.

La crisis climática se ha agravado hasta el punto de que este tipo de fenómenos meteorológicos extremos ya no son tan excepcionales. La ciencia es clara al respecto: sufriremos más fenómenos extremos y con mayor frecuencia. Este año, las sequías han durado meses en toda Europa, han perjudicado a nuestro sector agrícola y provocado incendios forestales en Francia y España, ya durante el mes de marzo. Al mismo tiempo, Italia se enfrentaba a las consecuencias de las catastróficas inundaciones en el valle del Po.

Aunque las consecuencias del cambio climático no siempre son mortales, siguen afectando a todos los aspectos de nuestras economías y sociedades: el rendimiento de los cultivos disminuye por las sequías, el calor y las tormentas; escasea el agua para la refrigeración de la industria y la producción de energía, lo que obliga a cerrar instalaciones; las precipitaciones extremas inundan sótanos, arrastran la capa fértil del suelo y hacen que las carreteras sean impracticables; los bajos niveles de agua imposibilitan la generación de energía hidroeléctrica; el avance de la desertificación supone una amenaza para las tierras agrícolas antes fértiles; prosperan plagas como la de los insectos perforadores de la corteza, que diezman los bosques de Europa; y nuestra propia salud está cada vez más expuesta a enfermedades “tropicales” como el dengue, relacionadas con el calor, que están apareciendo en Europa. Nadie se libra.

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Una mejor preparación de nuestros hogares, infraestructuras, economía y sistemas sanitarios ante el cambio climático nos ahorrará dinero en el futuro y, sobre todo, salvará vidas.

En toda la Unión Europea, las situaciones extremas relacionadas con el clima se cobran vidas y provocan daños económicos por valor de más de 12.000 millones de euros al año, la mayoría sin asegurar o no asegurables. Mientras tanto, el continente europeo se está calentando con más rapidez que otros y es cada vez más probable que superemos en esta década el límite de subida de las temperaturas de 1,5 grados establecido en el Acuerdo de París.

Soy consciente de que la alarma constante sobre el cambio climático puede afectar a la salud mental e incluso llevar a la desesperación, sobre todo en el caso de las generaciones más jóvenes. La magnitud de este reto es tal que no podemos ignorarlo y seguir como de costumbre, pero tampoco significa que no haya esperanza o solución, sino todo lo contrario.

Acabamos de incluir en la legislación europea una serie de políticas que contribuirán a una reducción más rápida de nuestras emisiones. Otros países también están intensificando su acción climática. Tenemos que actuar y estar preparados.

En la primavera del año que viene, la UE publicará la primera evaluación del riesgo climático, un análisis que demostrará cómo el cambio climático actual y el futuro podrían afectar al medio ambiente, a la economía y a la sociedad en general en Europa, y servirá de guía para formular nuevas medidas.

Estamos desarrollando con celeridad herramientas para protegernos, mejorando, por ejemplo, de cara a este verano, nuestra respuesta ante la creciente amenaza de incendios forestales, recurriendo a la vigilancia por satélite y duplicando el tamaño de la flota de extinción de incendios de la UE.

Se están llevando a cabo diversos proyectos europeos significativos: proteger la agricultura y reforzar la seguridad alimentaria frente a sequías e inundaciones, enfriar las ciudades gracias a la plantación de árboles y con un mejor urbanismo, preparar nuestros sistemas sanitarios y energéticos mediante pruebas de resistencia y modernizar infraestructuras, como hospitales o centrales eléctricas. Aun así, tenemos que redoblar esfuerzos. La preparación exige naturalmente inversiones, pero los costes son razonables en comparación con el resultado que obtendríamos si no hiciéramos nada.

Desde el punto de vista económico, la sequía, las temperaturas extremas y las lluvias torrenciales han tenido sus consecuencias para familias y empresas. En ocasiones, los seguros no cubren estas pérdidas y el apoyo ha venido a través del Estado o de las ayudas europeas, como ha sido el caso del procedimiento que acaba de iniciarse para apoyar a ganadores y agricultores afectados por la sequía.

Debemos permanecer atentos a las consecuencias humanas que ya está cobrándose esta crisis. En casi todas las regiones de la Unión Europea han muerto personas como consecuencia directa de catástrofes relacionadas con el clima. Estas personas merecen ser recordadas, y que se cuenten sus historias. Por esta razón, el Parlamento Europeo y los Estados miembros han declarado el 15 de julio Día Europeo para conmemorar a las víctimas de la crisis climática mundial: un día para recordarlas juntos y para debatir sobre lo que nos queda por hacer.

El verano se está convirtiendo, cada vez más, en un momento especialmente mortal del año según avanza la crisis climática. En España, según el Instituto Nacional de Estadística, se produjeron, entre mayo y agosto de 2022, 122 muertes por ola de calor y 233 por deshidratación.

Estos datos que deben servirnos de recordatorio y también de llamamiento a todos para actuar inmediatamente y reducir las repercusiones del cambio climático. Tenemos que proteger lo más valioso para todos nosotros: la vida y la salud de nuestros familiares y seres queridos.

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