Tribuna

Lo siniestro y lo bello

Buscamos rodearnos de belleza y celebramos el olvido como estrategia para evadirnos y sortear lo oscuro, para quedarnos más acá del dolor y del espanto, pero necesitamos el arte y la ficción para explorar el límite sin censura

Exposición sobre el Marqués de Sade en el CCCB de Barcelona.MASSIMILIANO MINOCRI

Sigmund Freud publicó Lo siniestro en 1919, pero cuando escribía Tótem y tabú (1913) este tema de lo terrorífico, lo que excita angustia y horror, ya le rondaba.

El fundador del psicoanálisis parte de la definición de Schelling: siniestro es aquello que, estando destinado a permanecer oculto, se revela. Eugenio Trías lleva esta idea a su estética del límite: lo siniestro es condición y límite de lo bello, y debe estar presente bajo la forma de ausencia. Es una concepción simil...

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Sigmund Freud publicó Lo siniestro en 1919, pero cuando escribía Tótem y tabú (1913) este tema de lo terrorífico, lo que excita angustia y horror, ya le rondaba.

El fundador del psicoanálisis parte de la definición de Schelling: siniestro es aquello que, estando destinado a permanecer oculto, se revela. Eugenio Trías lleva esta idea a su estética del límite: lo siniestro es condición y límite de lo bello, y debe estar presente bajo la forma de ausencia. Es una concepción similar a la de Rilke, para quien lo bello es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar.

Lo siniestro se relaciona con lo extrañamente familiar e íntimo, y sin embargo, también con lo extrañamente ajeno, lo inquietante y lúgubre. En la corriente de la filosofía que se ocupa de la estética, lo divino y lo demoniaco encuentran acomodo en lo siniestro.

Hay huellas de este fenómeno en Memoria, película escrita y dirigida por Apichatpong Weerasethakul e interpretada por Tilda Swinton, donde el elemento que activa lo siniestro es una impresión sonora que experimenta la protagonista en su cabeza: un ruido interior, imprevisto, como un bang, un estruendo que parece proceder del núcleo de la tierra. Esta impresión sonora se conoce como síndrome de la cabeza explosiva. Es una espantosa impresión metafísica de alienación y extrañeza, breve, pero tan intensamente siniestra que quien la padece rara vez informa de ello. La produce un movimiento repentino de un componente del oído o un ataque menor en el lóbulo temporal, entre otras causas. Es un fenómeno real, ni psicológico ni paranormal, inofensivo. Raramente se acompaña de dolor, pero sí de una sensación de terror angustioso. La protagonista desconoce el origen del ruido y lo relaciona con lo atávico.

En la película, que se desarrolla entre Medellín y la selva amazónica, el estruendo sonoro es un elemento atávico de extrañeza pero también de lucidez, pues activa la conciencia de una memoria de violencia. Esta recepción de lo siniestro es la que experimenta Edipo al ser consciente de que es el asesino de su padre y de que lleva años cometiendo incesto. Al hacerse conocedor de sus acciones, se arranca los ojos como si así pudiera ocultar o quedar oculto de la tragedia.

Durante siglos, el cuento fue el terreno popular para la reflexión y la exploración de la conciencia en relación con la sexualidad, el instinto de muerte, la represión y la sublimación; elementos habituales en la concepción de lo bello y lo siniestro. El interés de los románticos por esta forma narrativa está relacionado con esa necesidad de búsqueda del límite, de lo sublime, y del vértigo que acompaña su hallazgo.

Los cuentos reunidos por los hermanos Grimm en 1812 muestran esta tendencia popular a escarbar en las profundidades de la psique humana. Sin embargo, es interesante observar cómo estos mismos cuentos fueron posteriormente sometidos a un proceso de reelaboración y moralización para ser comercializados. Una comparativa de versiones (La Oficina, edición de Helena Cortés) demuestra hasta qué punto se introdujeron cambios en relación con la rivalidad sexual y el incesto, entre otras cuestiones, para adaptarse al gusto de la moral familiar burguesa y cristiana.

Buscamos rodearnos de belleza y celebramos el olvido como estrategia para evadirnos y sortear lo oscuro, para quedarnos más acá del dolor y del espanto, pero necesitamos el arte y la ficción para explorar el límite. Sin censura.

Philip Roth buceó en las profundidades de la obscenidad. Se defendió del linchamiento al que fue sometido durante años aduciendo que no se escriben obras de ficción para garantizar la corrección: “Hay que dejar por un momento de ser ciudadanos rectos para penetrar en otra capa de la conciencia humana”. Agota Kristof, quien afirmó no interesarse por la literatura, la necesitó para profundizar en un mundo sin sentimientos. Tras su terrible enfermedad auditiva (¿sufriría el síndrome de la cabeza explosiva?), Francisco de Goya alternó sus encargos de la corte con pinturas negras, donde muestra a los locos, los prisioneros, los asesinos, los violentos, las sombras que oscurecen el alma.

Somos seres finitos, al explorar los límites indagamos en torno a nuestra condición. De eso va la parábola del fruto prohibido. Lo mejor es hacerlo al abrigo de la cultura, de la buena literatura, ante una obra de arte o a la luz de exposiciones como la programada por el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona: Sade. La libertad o el mal (para mayores de 18 años), con un pertinente programa público, un espacio, La impropia, para dar cabida a debates sobre el género y las derivas de lo queer, y una serie de visitas excéntricas a la exposición.

En estos tiempos en los que lo bello y lo siniestro se cuela diariamente en nuestras vidas a través de las pantallas, el legado estético, filosófico y político puede ayudarnos a conocer nuestra actual condición y a reflexionar sobre la moral; sin máscaras ni cancelaciones.

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