Un cuento con moraleja alemán

Esquivar los problemas puede funcionar desde el punto de vista político. Le sirvió a Merkel, pero problablemente Rishi Sunak no vaya a tener tanta suerte

Trabajadores de la construcción levantan viviendas residenciales en el Reino Unido.Chris Ratcliffe (Bloomberg)

A Otto von Bismarck, canciller alemán del siglo XIX, se le atribuye la siguiente reflexión: “Solo el insensato aprende de sus propios errores. El sabio aprende de los errores de los demás”.

Rishi Sunak no lleva el suficiente tiempo en el cargo como para poder tildarle de insensato según la definición de Bismarck. Pero sí que podría haber aprendido de los sucesores modernos de Bismarck. Reino Unido y Alemani...

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A Otto von Bismarck, canciller alemán del siglo XIX, se le atribuye la siguiente reflexión: “Solo el insensato aprende de sus propios errores. El sabio aprende de los errores de los demás”.

Rishi Sunak no lleva el suficiente tiempo en el cargo como para poder tildarle de insensato según la definición de Bismarck. Pero sí que podría haber aprendido de los sucesores modernos de Bismarck. Reino Unido y Alemania tienen problemas económicos enormemente diferentes. Alemania se había vuelto dependiente de industrias viejas y tecnología vieja. El Brexit ha exacerbado achaques económicos preexistentes en Reino Unido, como la baja productividad y la dependencia de su sector financiero de la eurozona. Lo que ambos países comparten es que sus modelos económicos son insostenibles y sus líderes políticos han metido la pata.

La política de Angela Merkel durante la última década es un cuento con moraleja, con lecciones para Rishi Sunak. A pesar de todo su rigor analítico, Merkel padecía un desinterés crónico por resolver problemas. Aceptaba topes de emisiones globales u objetivos de gasto militar relacionado con la OTAN que no tenía ninguna intención de cumplir, y tampoco los medios para ello. Las políticas de austeridad de las sucesivas coaliciones lideradas por Merkel llevaron a un déficit de inversión pública de medio billón de libras esterlinas (unos 564.500 millones de euros). Sus funestas consecuencias han quedado de manifiesto hace muy poco. La red de telefonía móvil funciona mal en muchos lugares de Alemania, hasta el punto de que quienes visitan el país piensan que se les ha roto el móvil. Una autopista que conecta el norte y el sur de Alemania se ha cerrado de manera permanente porque no había dinero para reparar un puente que presentaba problemas de seguridad. Un general de las Fuerzas Armadas ha advertido de que hay tal falta de financiación para el Ejército que no estarían capacitados para luchar en una guerra que durase varias semanas. Aquí hay un patrón claro.

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En lo que a cortoplacismo respecta, no hay nada comparable a la decisión de Merkel de acelerar el abandono de la energía nuclear. De puertas afuera, Alemania era una economía de éxito durante el tiempo que ella estuvo en el cargo. Las tasas de crecimiento eran buenas y las finanzas públicas eran muy sólidas. Algunos observadores extranjeros un tanto ingenuos se hallaban tan impresionados que le otorgaron el premio de líder de Occidente. No vieron lo que se cocía bajo la superficie.

Alemania se ha quedado fuera de la revolución digital en muchos sectores. Seguía aferrada a industrias del siglo XX que dependían de gas ruso barato para mantenerse competitivas. Todavía hoy, los políticos alemanes, da igual que sean conservadores o verdes, siguen sin cuestionar el modelo industrial de Alemania.

Hay que reconocerle a Merkel que nunca alcanzó las cotas de cinismo de Sunak, cuya lista de cinco cosas por hacer presentada el pasado día 4 constaba principalmente de promesas autocumplidas. El Banco de Inglaterra ya está prediciendo que la inflación se desplomará a partir de mediados de este año. El crecimiento económico, claro está, volverá en algún momento. ¿Alguna vez ha habido una recesión que no se acabara?

El principal problema económico del Reino Unido que debe abordarse es el del bajo crecimiento de la productividad. El estancamiento de la productividad tiene muchos efectos dominó: menores beneficios para las empresas, menores salarios para los empleados, menos ingresos fiscales para la Hacienda pública y menos gasto en servicios públicos.

El Instituto Nacional de Investigación Económica y Social comparaba el crecimiento medio de la economía del Reino Unido del 2,3% en el período 1974-2008 con el crecimiento de la productividad de apenas el 0,5% entre 2008 y 2020.

El Brexit no es la causa de la caída de la productividad del Reino Unido. Como muestran los datos citados en el párrafo anterior, el declive se inició en torno a la época de la crisis financiera global. Fue entonces cuando el modelo económico del Reino Unido de filtración de la riqueza hacia abajo dejó de filtrar.

Una forma de elevar el crecimiento de la productividad es a través de una mayor inversión pública. La Ley de Reducción de la Inflación del presidente Joe Biden, pese a su engañoso nombre, muestra cómo se puede hacer. La ley estadounidense pretende atraer a empresas extranjeras a través de subvenciones en sectores cualificados como la energía limpia y los productos farmacéuticos de bajo coste. Liberado de las ataduras de la política de competencia europea, el Reino Unido podría haber ofrecido incentivos similares a fabricantes europeos. Esto incluso podría haber constituido el comienzo de una estrategia económica posterior al Brexit.

Se podrían financiar las inversiones en infraestructuras y los subsidios mediante un instrumento extrapresupuestario. Estas inversiones, a diferencia de las rebajas fiscales de Liz Truss, tendrían alguna oportunidad de elevar el crecimiento de la productividad. Incluso un pequeño incremento de la productividad surtiría un efecto desproporcionadamente grande en la capacidad de endeudarse del Gobierno. El problema no es la deuda, sino qué se hace con el dinero que se toma prestado.

Desgraciadamente, ninguno de los tres primeros ministros desde que se produjo el Brexit parecía interesado. El deseo de Boris Johnson de hacer que funcionase el Brexit nunca fue igualado por su empeño en conseguir que se completase. Truss cometió el trágico error de arrancar su programa con recortes de impuestos. Sunak no tiene ningún plan en absoluto. Tampoco el Partido Laborista presta atención a la productividad. La gran idea de sir Keir Starmer es una combinación de disciplina fiscal y traspasos de funciones administrativas. Todo eso está muy bien, pero no es la respuesta ante una crisis de inversiones y de productividad. Si se somete a la economía del Reino Unido en su estado actual a un traspaso de funciones, lo único que ocurrirá es que los servicios estatales escasos de financiación pasarán a ser servicios locales escasos de financiación.

Esquivar los problemas puede funcionar desde el punto de vista político. Le sirvió a Merkel, que estuvo en el cargo cuatro legislaturas seguidas. Pero es una falacia lógica pensar que lo contrario también es cierto en general. Dejar de resolver problemas no sirve para ganar elecciones, sobre todo cuando esa negativa te estalla en la cara mientras sigues en el cargo.

No creo que Sunak vaya a tener tanta suerte como Merkel. La crisis de productividad del Reino Unido ya lleva instalada 15 años. La combinación de Brexit y crisis económicas en serie de esta década indican que el mejor momento para abordar la crisis de productividad es ahora.

Lo que hemos aprendido de los discursos de Sunak y del líder laborista Starmer los últimos días es que eso no va a suceder. Como escribió el filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel: “La historia nos enseña que nadie aprende de la historia”.

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