Argentina, 1985

Los políticos que alaban el poder divulgador de la película de Santiago Mitre —que lo tiene— no se sonrojan al reconocer su fracaso como responsables del sistema educativo argentino

Los fiscales Julio César Strassera (derecha) y Luis Moreno Campo (a su lado), durante el juicio, en Buenos Aires en 1985.STR (AFP)

La película Argentina, 1985 superó el millón de espectadores desde el estreno en su país (que es el mío). Dirigida por Santiago Mitre, centrada en la figura del fiscal Julio César Strassera, cuenta el proceso del juicio a los integrantes de la Junta Militar que estuvo en el poder desde 1976 y hasta 1983. Pone en contexto la época —la democracia endeble, el poder militar aún activo, la población civil sin posición clara— y origina debates: que si el presidente A...

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La película Argentina, 1985 superó el millón de espectadores desde el estreno en su país (que es el mío). Dirigida por Santiago Mitre, centrada en la figura del fiscal Julio César Strassera, cuenta el proceso del juicio a los integrantes de la Junta Militar que estuvo en el poder desde 1976 y hasta 1983. Pone en contexto la época —la democracia endeble, el poder militar aún activo, la población civil sin posición clara— y origina debates: que si el presidente Alfonsín está bien representado; que cuál fue el rol del peronismo. Mientras, los cines se llenan de personas jóvenes que aplauden las escenas, y la televisión de políticos de ideologías diversas, algunos satisfechos con el film y otros no, que coinciden en decir lo mismo: cuán maravilloso es que, a través de la película, los jóvenes “se enteren de lo que pasó”; cuán maravilloso es que, a través de la película, generaciones “que no tenían idea de esa parte de la historia” la conozcan. El Juicio a las Juntas sucedió en 1985, no en el siglo XII. Los políticos que alaban el poder divulgador del film —que lo tiene— fueron y son responsables, directa o indirectamente, de decisiones relacionadas con el sistema educativo argentino. Sin embargo, no se sonrojan al reconocer su fracaso: al elogiar una película por hacer lo que, por incapacidad o indiferencia, no hicieron ellos. Sus elogios son una admisión de que el sistema educativo, a cuya calidad prestan cada vez menos atención, no cumple —excepto por la buena voluntad de ciertos profesores y maestros— con una finalidad mínima: que los nacidos en democracia conozcan la historia reciente. Sus elogios son una admisión de que lo han hecho pésimo: que la educación que ellos diseñan, que de ellos depende, no hace de ese suceso fundamental más que un dato que figura poco después de la guerra de Malvinas y un poco antes de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida (que son cosas, supongo, que tendrá que explicar otra película).


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