Ciencia para diputados

Comprender el mundo es el primer paso para cambiarlo, y ese entendimiento no debe ser un privilegio de los científicos. Cualquier ciudadano culto puede acceder a él, siempre que elija con cuidado sus fuentes

La presidenta del Congreso de los Diputados, Meritxell Batet, durante la presentación de la Oficina de Ciencia y Tecnología del Congreso.FERNANDO ALVARADO (EFE)

Los diputados ya disponen de una Oficina de Ciencia y Tecnología del Congreso, u Oficina C para abreviar, que pretende ayudarles a tomar decisiones informadas por el conocimiento científico. No se trata de asesorar al Congreso sobre cuestiones sectoriales, como la legislación de investigación o los presupuestos de innovación, sino ...

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Los diputados ya disponen de una Oficina de Ciencia y Tecnología del Congreso, u Oficina C para abreviar, que pretende ayudarles a tomar decisiones informadas por el conocimiento científico. No se trata de asesorar al Congreso sobre cuestiones sectoriales, como la legislación de investigación o los presupuestos de innovación, sino sobre cualquier otro asunto que pueda beneficiarse de una mirada científica, experta y puramente racional. Habrá ciudadanos que desconfíen de esta iniciativa porque la música les suena a tecnocracia, y esa es una palabra feísima en política. También habrá quien se pregunte por qué una oficina C en lugar de una oficina G de geografía, o una oficina F de filología antigua. Son dudas perfectamente legítimas que los científicos deberán responder sobre la marcha con su actividad asesora. De entrada, sin embargo, la iniciativa parece muy interesante.

El objetivo de la ciencia es entender el mundo, pero las consecuencias de ese conocimiento proyectan una sombra muy larga sobre la sociedad y, por tanto, sobre la política. La mecánica de Newton puede parecer una inútil abstracción académica, pero precede y subyace a la revolución industrial, como las ecuaciones de Maxwell generaron la revolución de la energía eléctrica y la desconcertante física cuántica vive encarnada en lo más profundo de nuestros ordenadores. La genética, la doble hélice del ADN y el conocimiento básico de la célula fueron producto de la curiosidad, pero cimientan los milagros de la medicina actual. Comprender el mundo es el primer paso para cambiarlo, y ese entendimiento no debe ser un privilegio de los científicos. Cualquier ciudadano culto puede acceder a él, siempre que elija con cuidado sus fuentes. Los representantes del pueblo las han elegido muy bien.

Nadie está hablando de tecnocracia. Los científicos no van a tomar ninguna decisión legislativa. Si lo hicieran, los diputados deberían echarles por la carrera de San Jerónimo abajo sin la menor contemplación. Pero los diputados estarán interesados sin la menor duda en conocer la mejor ciencia disponible sobre el hidrógeno verde, por citar el tema de uno de los cuatro primeros informes presentados por la oficina C, todos de libre acceso, como serán los siguientes. Los políticos tendrán que tomar decisiones importantes sobre el modelo energético del país, y necesitan esta información si quieren formarse una opinión solvente sobre los oleoductos de doble uso, para gas natural e hidrógeno verde. La actividad parlamentaria es mucho, mucho más que ciencia, como estamos todos hartos de comprobar, y los diputados no tomarán sus decisiones pulsando esa sola nota, sino rasgando el acorde entero. No hay tecnocracia, por tanto. Lo que hay es información fiable y en abierto.

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Otro documento es sobre inteligencia artificial y salud. No, no se trata de un informe oportunista relativo al conflicto sanitario de Madrid. Se trata de que la inteligencia artificial puede ayudar a los médicos y a sus gestores en materia de salud pública, diagnóstico, opciones clínicas y administración de recursos. Conocer estas opciones es importante. Pueden ayudar al sistema sanitario a estar a la altura de los tiempos, en lugar de correr detrás de ellos. Solo si los políticos así lo deciden, desde luego. La oficina C no tendrá más poder que el de informar. No es poco.

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